viernes, 22 de julio de 2011

El drama de Camps: tuvo que elegir entre la horca y la guillotina. Por Antonio Casado

Lo de ayer revela que había un resto de sentido común en la averiada cabeza de Francisco Camps. La dimisión le deja en libertad para defenderse, le quita un peso de encima a su partido, despeja el camino de Mariano Rajoy hacia la Moncloa y le compensa por el apoyo político que éste le brindó más allá de lo razonable. Sinceramente, no me lo esperaba. Así lo escribí ayer mismo, convencido de que el ya ex presidente valenciano seguiría en el cargo y se empapelaría con los votos del 22-M ante el jurado popular.

Tampoco se lo esperaban en Génova, donde hasta el mediodía de ayer contaban con el “allanamiento” de Camps (reconocimiento de que la acción judicial contra él es justa), tal y como lo había concertado la noche anterior con el enviado especial, el ex ministro Federico Trillo. Y creo estar en condiciones de afirmar que la dimisión no le fue expresamente pedida por el gabinete de crisis constituido en Génova, donde se contaba con que Camps seguiría los pasos de Campos y Betoret.


¿Qué pasó a lo largo de la mañana de ayer para que Camps se volviera atrás y finalmente optase por la dimisión? Algún día, si quieren, lo contarán su propia esposa, Isabel Bas, y el presidente de las Cortes Valencianas y amigo personal de los Camps, Juan Cotino. La influencia de ambos ha sido decisiva en la dimisión del presidente de la Comunidad Valenciana. Consecuencia directa del impacto político que produjo la reciente apertura de juicio oral contra él y otros tres dirigentes del PP, por un presunto delito de cohecho pasivo impropio (aceptar regalos de una trama que perseguía ganarse sus favores).
«Dimisión pasando por el banquillo pero renunciando al cargo, o sentencia de conformidad conservando el cargo pero sin pasar por el banquillo. Lo malo y lo peor.»
El drama de Camps consistía en elegir entre la horca y la guillotina de la política. Dimisión pasando por el banquillo pero renunciando al cargo, o sentencia de conformidad conservando el cargo pero sin pasar por el banquillo. Lo malo y lo peor. La conformidad con las acusaciones le hubiera dejado por mentiroso y con antecedentes penales. La dimisión le deja intacta la presunción de inocencia y le permite ennoblecer su relato: el de un hombre básicamente honrado que tal vez no supo gestionar el episodio de los trajes y que, al final, ha sabido ser generoso por el bien de su partido.

Por ahí va el discurso de Rajoy y su entorno, en el que se pide respeto para un hombre atormentado que no es un corrupto, no ha robado, acaba de ganar unas elecciones y finalmente toma una decisión responsable, democrática y ejemplar. No estaría mal que aceptase ese cable de la dirección nacional. Pero Camps se empeña en rebatirla al calificar de “insidias” los contenidos de un auto judicial.

Su derecho a la presunción de inocencia no está reñido con el respeto a los tribunales de justicia. Y en su rueda de prensa de ayer fue incapaz de hacerlo compatible.

Si hay algo de grandeza en su gesto, Camps la malogró con sus explicaciones de ayer. Si con la dimisión recurrió a sus reservas de sentido común, dejó intactas las de su responsabilidad como gobernante. Hablar de “infamias”, de “gran mentira”, o presentar el relato fáctico de un juez como si fuera el resultado de una conspiración política sobre la nada (“No hay nada de nada”, dijo por enésima vez), no es la despedida más honorable para el “molt honorable president” de estos últimos ocho años.


El Confidencial - Opinión

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