Entre dos formas de suicidio político, los militantes extremeños de IU han elegido la que supone menos vasallaje.
LA tragedia de Izquierda Unida consiste en que si se aproxima al PSOE se suicida y si se aleja también. Por falta de un liderazgo consistente, que sólo tuvo cuando la dirigía Julio Anguita con todos sus defectos de mesianismo iluminado, ha sido incapaz de definir un discurso propio, un proyecto que vaya más allá de la satelización en torno al gran partido socialdemócrata. Así, cuando respalda a los socialistas queda fagocitada por éstos y cuando se niega a apoyarlos sufre una durísima campaña que le seca el voto de izquierdas bajo la acusación de favorecer al PP. La famosa pinza, un concepto victimista acuñado con éxito por una socialdemocracia que se considera a sí misma legitimada por la Historia como única fuerza real de progreso.
Obligados a elegir entre dos formas de probable suicidio político, los militantes extremeños de IU han optado por la que entienden que supone menos vasallaje. Como los antiguos jornaleros que defendían la dignidad de mandar en su propia hambre. Después de treinta años de aplastamiento bajo un régimen hegemónico, se han rebelado contra una obligación que no está escrita en ninguna parte. Ésa es la verdadera razón de su amotinamiento contra la orden central de apuntalar el gobierno de Fernández Vara: el hartazgo. No se trata tanto de una reivindicación ideológica de purismo izquierdista sino de una sacudida de orgullo soberano. De un profundo cansancio contra la humillación y la servidumbre. Del largo mandato socialista no han obtenido más que desprecio y ya no se sienten tributarios de nadie.
En ese arrebato de independencia hay más de protesta de dignidad que de estrategia política. Las bases de IU se han negado a hacer de costaleros —ellos dicen de mamporreros— de un partido que trabaja para liquidarlos, para absorberlos, para reducirlos a la nada política, y que sólo les hace la pelota cuando los necesita para seguir encaramado al poder. Izquierda Unida es una fuerza acostumbrada a la intemperie, pero el PSOE sufre fuera de los despachos porque su cohesión está ligada a la capacidad de mandar. De una manera instintiva, visceral, los miembros de la coalición comunista en Extremadura han decidido dar prioridad a su vocación rebelde y dinamitar el único régimen de dominancia que han conocido. Desde que se fundó la autonomía extremeña ha estado, como la andaluza, gobernada por el Partido Socialista, que pese al indiscutible progreso objetivo no ha sabido sacar a la región de la cola del desarrollo español. Ha sido el PSOE el que ha impuesto el clientelismo, la dependencia, la hiperinflación de cargos, el estancamiento social. Y el que durante años ha condenado a IU al extraparlamentarismo y ha aniquilado su disidencia. Al negarse a ser la bisagra de su continuidad, los hastiados militantes tardocomunistas no han hecho otra cosa que darse una oportunidad. No al PP, sino a sí mismos.
Obligados a elegir entre dos formas de probable suicidio político, los militantes extremeños de IU han optado por la que entienden que supone menos vasallaje. Como los antiguos jornaleros que defendían la dignidad de mandar en su propia hambre. Después de treinta años de aplastamiento bajo un régimen hegemónico, se han rebelado contra una obligación que no está escrita en ninguna parte. Ésa es la verdadera razón de su amotinamiento contra la orden central de apuntalar el gobierno de Fernández Vara: el hartazgo. No se trata tanto de una reivindicación ideológica de purismo izquierdista sino de una sacudida de orgullo soberano. De un profundo cansancio contra la humillación y la servidumbre. Del largo mandato socialista no han obtenido más que desprecio y ya no se sienten tributarios de nadie.
En ese arrebato de independencia hay más de protesta de dignidad que de estrategia política. Las bases de IU se han negado a hacer de costaleros —ellos dicen de mamporreros— de un partido que trabaja para liquidarlos, para absorberlos, para reducirlos a la nada política, y que sólo les hace la pelota cuando los necesita para seguir encaramado al poder. Izquierda Unida es una fuerza acostumbrada a la intemperie, pero el PSOE sufre fuera de los despachos porque su cohesión está ligada a la capacidad de mandar. De una manera instintiva, visceral, los miembros de la coalición comunista en Extremadura han decidido dar prioridad a su vocación rebelde y dinamitar el único régimen de dominancia que han conocido. Desde que se fundó la autonomía extremeña ha estado, como la andaluza, gobernada por el Partido Socialista, que pese al indiscutible progreso objetivo no ha sabido sacar a la región de la cola del desarrollo español. Ha sido el PSOE el que ha impuesto el clientelismo, la dependencia, la hiperinflación de cargos, el estancamiento social. Y el que durante años ha condenado a IU al extraparlamentarismo y ha aniquilado su disidencia. Al negarse a ser la bisagra de su continuidad, los hastiados militantes tardocomunistas no han hecho otra cosa que darse una oportunidad. No al PP, sino a sí mismos.
ABC - Opinión
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