Su último discurso sobre el estado de la nación fue tan falso como lo que ha venido haciendo al frente de ella.
HACER leña del árbol caído no es agradable ni elegante, pero el presidente del Gobierno no nos deja otra opción con su discurso de ayer, engañoso, inoperante y vacío, como si quisiera cerrar su mandato con una muestra de lo que ha sido todo él. Ni una sola palabra de arrepentimiento por la cadena de errores cometidos desde que negó la existencia de una crisis hasta que se vio obligado a renunciar a la reelección debido a ella. Ni la más ligera admisión de responsabilidades por la calamitosa situación en que deja España. Ni una sola verdad sobre el pasado, el presente o el futuro. Solo las viejas y trilladas mentiras sobre el posible inicio de la recuperación en la segunda mitad del año, los obligados guiños a la izquierda —incluidos los «indignados» del 15-M— y las puñaladas arteras al PP, dando a entender que es el culpable de nuestras desgracias por no apoyarle en sus reformas. Olvidando, primero, que esas reformas no son suyas, sino le han venido impuestas desde fuera. De por sí nunca las hubiera hecho. Y segundo, que ni siquiera las está llevando a cabo con la diligencia y profundidad que requieren, razón de que sigan apremiándole desde las instancias internacionales. En resumen, el Zapatero de siempre, traicionando a todo el mundo, empezando por él mismo.
Pero lo más obsceno en este discurso sobre el estado de la nación, que lo único que tuvo bueno fue ser el último, estuvo en el aroma patriótico —¿o patriotero más bien?— que le insufló. El mismo personaje que cuando le preguntaron si España era una nación contestó que «ese es un concepto discutido y discutible»; el que se lanzó a una negociación con Eta sin saber dónde se metía; el que prometió a los nacionalistas catalanes darles lo que le pidieran y ha rebajado el nivel de nuestro país en todas las clasificaciones internacionales, se nos presenta ahora como un cruzado de los de «¡Santiago y cierra España!», atreviéndose incluso a acusar de falta de patriotismo a quienes le critican. Y eso, no, señor Zapatero, eso es ya demasiado. Usted puede revisar toda la memoria histórica que quiera, tener sus ideas sobre qué se hizo bien o mal en el pasado y dar sus opiniones al respecto, faltaría más. Pero darnos lecciones de patriotismo, no. No, porque para eso hay que creer en el propio país, cosa que usted, lo siento, ha demostrado creer muy poco. Ahora dice que «es necesario un esfuerzo colectivo para superar la crisis». No era lo que decía cuando, aliado con los que no se sienten españoles, trataba se establecer un cordón sanitario en torno a los que no pensaban como usted, es decir, a media España por lo menos. Lo mínimo que pudo usted hacer ayer, fue disculparse por ello. No lo hizo, sino continuar con sus insidias. Lo que quiere decir que su último discurso sobre el estado de la nación fue tan falso como lo que ha venido haciendo al frente de ella.
ABC - Opinión
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