La contundencia y claridad de los resultados electorales de ayer no dejan lugar a dudas: el PSOE cosecha uno de los resultados más catástróficos de su historia y el PP se erige como la fuerza hegemónica en el mapa municipal y autonómico. El veredicto de los ciudadanos es, por tanto, doble: por un lado premia con generosidad la gestión de los gobernantes del PP en aquellos ayuntamientos y comunidades a su cargo; y, por otro, supone una moción de censura inapelable a los gestores socialistas. El resultado final es que el partido de Mariano Rajoy ha dado un paso de gigante que le coloca en una posición inmejorable para asumir el Gobierno de España. El excelente trabajo realizado por Aguirre, Gallardón, Camps y otros gobernantes del PP les ha granjeado la reválida abrumadora de los electores. Frente a las feroces campañas mediáticas que se desataron contra la mayoría de ellos, los ciudadanos no se han dejado intimidar ni engañar y han valorado los hechos en vez de las suposiciones. No menos mérito tienen aquellos otros dirigentes populares que o bien han recuperado la mayoría decisoria, como en Aragón, Baleares y Cantabria, o bien han roto una prolongada hegemonía de izquierdas, como es el caso de las ciudades de Sevilla, La Coruña o Córdoba, así como la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Analizados en su conjunto, los resultados del PP frente a los del PSOE establecen un récord de dimensiones históricas: unos 10 puntos y dos millones de votos de diferencia. Lo que demuestra que si el país está indignado no es por la gestión del PP, sino por los cinco millones de parados, los recortes sociales y la destrucción de miles de empresas, consecuencia de un PSOE que ha perdido dos años vitales dando tumbos, improvisando medidas y rectificando otras. Y esa indignación, más eficaz que la de los acampados en la Puerta del Sol, se ha traducido en un varapalo electoral de proporciones memorables. Por el contrario, a la luz de la debacle sufrida, los dirigentes del PSOE están política, social y moralmente obligados a adelantar las elecciones generales porque no pueden gobernar una nación que muy mayoritariamente les dio ayer la espalda. La pérdida de emblemáticas plazas socialistas es atribuible tanto al fracaso de los candidatos como a la desastrosa gestión del Gobierno nacional. Los dirigentes socialistas han pagado, incluso, las consecuencias de la legalización de Bildu, cuyos resultados en el País Vasco alteran radicalmente el mapa político y elevan a los batasunos al frente de alcaldías importantes. En suma, la principal conclusión de la jornada electoral de ayer es que el PP de Mariano Rajoy se ha ganado sin ningún género de dudas la confianza ciudadana en la gran mayoría de los muncipios y comunidades autónomas, prueba inequívoca de que está preparado y en condiciones de asumir el Gobierno de la nación. Si España no atravesara una situación moral, económica y social tan crítica, tal vez no sería perentorio el adelanto electoral. Pero como no es así, no tiene sentido que el PSOE se encastille en La Moncloa y bracee en medio del naufragio para ganar tiempo. Los españoles quieren que el cambio de ayer no se quede ahí, sino que se culmine con la renovación también del Gobierno de España.
La Razón - Editorial
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