domingo, 6 de marzo de 2011

Marcas políticas. Por M. Martín Ferrand

El PSOE ha dejado de ser un partido político, lo que se venía venir, para seruna marca.

EL verdadero Crepúsculo no es la novela de amor y vampiros con la que la treintañera Stephenie Meyer ha seducido a los adolescentes de medio mundo, sino el del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. El líder socialista, incansable en su ascenso a las profundidades, enviciado en la contradicción y el disparate y con sus sombras de ritual, se les apareció ayer a sus conmilitones y, con la serena sobriedad con la que René Descartes formuló su Discurso del método, reivindicó la «marca PSOE» como representación máxima de «modernización, solidaridad y derechos». El PSOE ha dejado de ser un partido político, lo que se veía venir, para ser una marca. Como la Coca-Cola, pero en nacional; es decir, tal que el Chupa Chups.

Diez minutos de discurso del líder y menos de una hora de reunión le han bastado al Comité Federal del PSOE, su máximo organismo directivo, para aprobar las listas con las que concurrirán a los comicios del 22 de mayo y dibujar las normas generales que regirán su actuación para «ganar al PP y a las encuestas».


En la medida en que, desde su fundación por Pablo Iglesias hace más de siglo y cuarto, no son muchos sus momentos de gloria y acierto y menos todavía los de su auténtico compromiso democrático, el PSOE es una buena «marca». La realidad no la ha desgastado tanto como a otras que, con menos carga de oscuridad y desprestigio, se han visto obligadas a desaparecer del mapa político nacional. En consecuencia, es sensato el propósito de Zapatero de cuidar la «marca» de cuya gerencia se ocupa y que tantos devotos, más desde el sentimiento que desde la razón, tiene por toda España, aunque no en toda ella la utilice como tal y se refugie en disimulos que no contraríen en demasía el ánimo centrífugo de esos lugares.

Los de la competencia, el PP, que mantienen con mayor dignidad el apresto de partido político, se reunieron en Palma de Mallorca para hacer lo mismo que, con mayor sentido del ahorro, los socialistas hicieron en Madrid. A juzgar por el éxito de Francisco Camps, sonriente y feliz a pesar de su imputación, que llegó tarde e hizo esperar a su jefe natural y orgánico, Mariano Rajoy, el líder que no se inmuta, si la gaviota fuere una marca, como el puño y la rosa, lo sería de sastrería prêt-à-porter.

Esto es lo que hay. Una marca decadente, un propósito incierto y unos restos periféricos con tendencia a negar el todo en bien de las partes. Si a eso, lo político, se le añaden la crisis económica y el drama social del paro tendremos el retrato perfecto de la decadencia. La mentira y la desgana se ven las caras con la fatalidad, como siempre.


ABC - Opinión

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