viernes, 11 de febrero de 2011

Preguntas sin respuesta. Por José María Carrascal

Estamos ante un nuevo intento del nacionalismo vasco por mantener la doble vía de negociación con el Estado.

SI rechazan «toda clase de violencia, en particular la de Eta», ¿por qué se niegan a pedirle que se disuelva? Si son una formación «nueva» que nada tiene que ver con las anteriores relacionadas con Batasuna, ¿qué hacen tras ella hombres como Rufi Etxeberría e Íñigo Iruín, que han estado en todos esos mejunjes? Si «reconocen el dolor de las víctimas de toda violencia», ¿por qué rehúsan tomar contacto con sus asociaciones? Más sospechoso: ¿a qué ese empeño en repetir una y otra vez lo de «toda clase de violencia», en vez de hablar sencillamente de «terrorismo»? A no ser, claro, que incluyan la «violencia que el Estado ejerce en el País Vasco», una de las tesis favoritas de cuantos vienen usando o respaldando la violencia de Eta para alcanzar sus objetivos políticos.

Demasiadas preguntas sin respuesta, lo que no hace más que acrecentar las dudas sobre esa Sortu que se nos presenta con el logotipo de una salida de sol rutilante. ¿No será más bien su ocaso? ¿No será que, puesta contra la pared por el acoso judicial y policial, la rama política de Eta no haya tenido más remedio que hacer que rompe con ella para recuperar posiciones?


Existe casi unanimidad en que ha sido un paso adelante. Pero a partir de ahí las opiniones divergen. Hay quien lo considera una oportunidad que no puede desaprovecharse para solucionar un conflicto enquistado y complejo. Pero no creo equivocarme al decir que son más, muchos más, los que lo consideran otra tregua-trampa de las muchas que Eta y su entorno nos han tendido, y hemos caído en ellas. Nadie se alegraría más que las víctimas del terrorismo, que incluyen no sólo los asesinados sino cuantos han sufrido y sufren discriminación y acoso en el País Vasco, que la paz llegase. Pero son precisamente esas víctimas quienes más temen a esos nuevos «mensajeros de la paz» que nos llegan con una rama de olivo, pero sin responder a la pregunta fundamental: ¿por qué no condenan la violencia pasada de Eta y la piden que entregue las armas? ¿Miedo o connivencia? No lo sabemos, pero tenemos derecho a dudar de ellos mientras no nos lo demuestren con hechos, no con palabras. Y hasta el momento, sólo han tenido palabras, y ni siquiera todas las necesarias para alejar las dudas.

Pues si lo que quieren es defender democráticamente la independencia de Euskadi, les sobran opciones: pueden hacerlo en cualquiera de los partidos nacionalistas legalizados. Hasta el plan Ibarretxe era una independencia de facto. Pero mientras no lo hagan, es lógica, legítima e incluso imperativa la sospecha de que estamos ante un nuevo intento del nacionalismo vasco mantener la doble vía de negociación con el Estado español: unos en las instituciones y otros con las pistolas.


ABC - Opinión

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