sábado, 12 de febrero de 2011

El caimán. Por Ignacio Camacho

Se va derrotado el viejo caimán del Nilo, pero detrás de la euforia democrática esperan cocodrilos con turbante.

(IMAGENES)
SE va el caimán, se va el caimán. Mubarak, el viejo saurio autócrata del Nilo, cede el poder empujado por una triple fuerza que no es sólo la del ardor revolucionario juvenil de la plaza Tahrir sino también la del desapego de su Ejército y la del abandono de los aliados occidentales que llevaban treinta años usando su satrapía como pieza de contención estratégica en Oriente Medio. La revuelta popular prendió la chispa y ha sabido mantener una heroica presión en la calle, pero sin el pulgar bajado de la Casa Blanca el régimen se habría atrevido a tratar de aguantar el pulso. Nadie se lo agradecerá a los Estados Unidos, y menos que nadie esas masas en cuyo imaginario América representa, por muchos discursos que pronuncie Obama, al eterno enemigo antiárabe.

Desde Hobsbawn, que por cierto nació en Alejandría, sabemos que las verdaderas revoluciones nunca se detienen en las fases intermedias; a partir del punto de ruptura se desencadenan procesos radicales de aceleración histórica que a menudo se llevan por delante a las fuerzas moderadas que suelen dirigir los momentos de transición. En Egipto, un país casi sin clase media cuyas capas jóvenes no tienen trabajo ni esperanza, será difícil que cuaje una estructura democrática estable. Sus alternativas apuntan más bien al intento de consolidación del régimen bajo un cierto maquillaje reformista asentado en el poder militar o a la apertura de un vértigo de saltos al vacío. Un vacío que a día de hoy, si no se forman nuevos partidos capaces de articular una cierta cohesión política, sólo podrían llenar los Hermanos Musulmanes y las fuerzas islamistas de fuerte arraigo social y tradición intelectual forjada en las universidades de El Cairo.


Más allá de la evidencia de que Estados Unidos ha dejado de apostar por tiranías antipáticas sostenidas en la teoría del mal menor, Occidente continúa perplejo ante la caída del muro invisible que se derrumba piedra a piedra en el mundo árabe. Ignora los factores exactos que han detonado las heterogéneas protestas populares, desconoce la posición real del integrismo en ellas y, lo que es peor, analiza la situación a partir de premisas convencionales de la política tradicional. Teme al fundamentalismo pero no sabe cómo detectarlo en una revolución que no ha estallado en las mezquitas sino en twitter, aunque la haya retransmitido Al-Jazeera. Y carece de respuestas y certidumbres para tranquilizar a un Israel que sólo mira la cuestión desde el punto de vista de su propia seguridad.

Cuando acabe el júbilo por la anticipada primavera de la libertad, en el ajedrez político egipcio, de enorme delicadeza geoestratégica, ganará quien mejor tenga pensadas las jugadas siguientes. El horizonte de la democracia es muy esperanzador pero existe riesgo serio de que cuando se haya ido el caimán puedan aparecer manadas de cocodrilos. Y algunos llevan turbante.


ABC - Opinión

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