sábado, 12 de febrero de 2011

Egipto: un primer paso hacia la democracia

El Ejército y la oposición deben ponerse a trabajar juntos para reformar las leyes fundamentales del país y para crear partidos de masas de corte moderado que alejen a la población del islamismo y permitan la consolidación de instituciones democráticas.

Aunque serán muchos quienes vean en la caída de Mubarak el punto final a las revueltas cairotas organizadas a través de las redes sociales por jóvenes de clase media, lo cierto es que en Egipto todavía está todo por hacer. Si acaso, lo que demuestra la caída del general que ha presidido la república durante los últimos 30 años no es la automática democratización y liberalización del país, sino que el Ejército, el auténtico poder en la sombra, retiene el control de la situación y continúa administrando los tiempos con bastante sensatez para evitar graves desordenes sociales que beneficien a los islamistas radicales de los Hermanos Musulmanes.

Al cabo, todos los altos mandos militares han sido plenamente conscientes de que lo prioritario durante estas semanas de revueltas era evitar el caos y el consecuente auge del islamismo. Lo que les había separado hasta el momento no era tanto la claridad de los objetivos como la estrategia a seguir: mientras que una facción –la que se impuso el jueves por la noche– consideraba necesario que Mubarak prosiguiera en el poder hasta las elecciones de septiembre, la otra –la que ha prevalecido el viernes– defendía que el general era ya un cadáver político que había que desalojar de la Presidencia.


Tan pronto como el ejército –preocupado por el cariz que estaban tomando las revueltas desde el jueves por la noche– le ha retirado el apoyo, Mubarak ha tenido que irse, cediéndole incluso de iure todo el poder a Suleiman. Con este gesto, los altos mandos militares esperan rebajar la tensión y poder dialogar con la oposición para dirigir la transición democrática, excluyendo del proceso a los Hermanos Musulmanes.

Y es que no convendría que confundiéramos las mareas ciudadanas que desde la Plaza del Tahrir (Plaza de la Liberación) están clamando por la democracia y la libertad con el resto de la población del país. Egipto es una república con más de 80 millones de habitantes, la mayoría de los cuales viven en el campo, están tremendamente empobrecidos y, por supuesto, carecen de acceso a internet. Aunque exista una admirable vanguardia que está pugnando, con toda la razón del mundo, por el establecimiento de un Estado de Derecho moderno, el país carece a día de hoy de infraestructura y cultura democrática.

De ahí que ahora lo fundamental sea que el Ejército y la oposición democrática se pongan a trabajar juntos para reformar las leyes fundamentales del país y para crear partidos de masas de corte moderado –algo similar a lo que fue la UCD en España– que alejen a la población del islamismo y permitan la consolidación de unas instituciones liberales equiparables a las de Occidente. Sin embargo, y pese a la razonable euforia de muchos, debemos seguir siendo prudentes: con la caída de Mubarak sólo hemos avanzado un pequeño peldaño en una escalera de la que desconocemos la extensión e incluso, de hecho, si nos llevará a alguna parte.


Libertad Digital - Editorial

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