viernes, 7 de enero de 2011

También España dedica una mirada distraída al mundo chino. Por Antonio Casado

Les remito a ustedes a la excelente pieza de Alberto Mendoza, ayer en El Confidencial para saber de qué estamos hablando. De la hipocresía reinante en el campo de las relaciones internacionales, piadosamente camuflada en el viejo concepto diplomático que responde al nombre de “realpolitik”.

Bajo ese signo acaba de producirse el paso por Madrid del viceprimer ministro chino, Li Kequiang, llamado a convertirse en el jefe de Gobierno de la China Comunista en 2013, según todos los analistas. Los encuentros con Zapatero y sus ministros, así como con los principales empresarios españoles, y de estos con los empresarios chinos que acompañaban a Li Kequiang, dejan una estela de magníficas noticias para el futuro de la economía española. Entre otros, los grandes consensos para la exportación de productos españoles, traída de turistas chinos y cooperación con el gigante asiático en Latinoamérica.


Ni una palabra en materia de derechos humanos. No me rasgo las vestiduras. Y mucho menos ante el primer prestamista del mundo que, además, se compromete a seguir comprando bonos españoles y apuesta públicamente por nuestra capacidad de recuperación económica. Pero espero que nadie se escandalice tampoco cuando se trate de regímenes igualmente incompatibles con los derechos humanos, pero de menor tamaño y mucho menos poderosos. Por ejemplo, Cuba, Venezuela y Marruecos, con los que no somos tan complacientes en el terreno político aunque también nos jugamos sustanciosos intereses económicos y empresariales.

La definitiva reinserción internacional de España se consolida con la normalización del uso de la “realpolitik”. Sin ir más lejos, ahí tenemos los papeles de Wikileaks, por los que hemos sabido que EEUU forzó el repliegue empresarial de España en Irán, en nombre de la paz y los principios del mundo civilizado. La noticia coincidió en el tiempo con la ausencia forzada de Liu Xiaobo, el disidente chino, en la entrega del Premio Nobel de la Paz, que no mereció ninguna condena oficial por parte del muy progresista Gobierno de Barack Obama. Eso vino a recordarnos, mirando a Pekín, la recurrente practica norteamericana del viejo refrán: haz lo que yo te digo pero no hagas lo que yo hago.
«Y que en la primera potencia económica, militar y tecnológica del mundo, que es EEUU y pasa por ser la meca de la Democracia, los derechos humanos se subordinan a los intereses económicos y comerciales.»
¿Mirando a Pekín, he dicho? No, más bien mirando a Oslo, donde una silla vacía nos enseñó que en la segunda potencia económica, militar y tecnológica del mundo no se respetan los derechos humanos. Y que en la primera potencia económica, militar y tecnológica del mundo, que es EEUU y pasa por ser la meca de la Democracia, los derechos humanos se subordinan a los intereses económicos y comerciales.

La silla vacía de Liu Xiaobo en Oslo y la visita de Li Kequiang a Madrid nos pone frente a una escandalosa contradicción. La que existe entre la cruda realidad de la cruel dictadura china, en forma de trasnochado régimen comunista, y el silencio oficial de los países democráticos que le dedican una mirada distraída, cuando no ejercen de compañeros de viaje. No por razones ideológicas, claro, pero sí económicas y comerciales. Definitivamente, España ya es un socio reconocible en el club de los países más civilizados del mundo.


El Confidencial - Opinión

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