viernes, 14 de enero de 2011

El derecho a discrepar. Por José María Carrascal

La polarización de la política norteamericana empezó hace años y hay culpas para todos.

LA verdadera tragedia norteamericana no es que haya ocurrido otra de esas masacres que de tanto en tanto ensombrecen la historia de este país. La verdadera tragedia es que esta masacre, a diferencia de las anteriores, no ha unido a los norteamericanos, haciéndoles sentirse un solo pueblo, sino que continúan la controversia y las acusaciones.

Tras el atentado terrorista de Oklahoma que dejo 168 muertos y el de las Torres Gemelas que dejó casi 3.000, la nación cerró filas y los presidentes Clinton y Bush encontraron eco a sus llamamientos de unidad por encima de las diferencias contra cualquier clase de terrorismo. Obama ha intentado hacer lo mismo al rendir homenaje a las víctima de Arizona, pero toda su oratoria no ha sido capaz de alejar el debate partidista que viene emponzoñando la atmósfera norteamericana hasta hacerla irrespirable e incluso peligrosa. El despacho de la congresista Giffords en Tucson, sin ir más lejos, había sido vandalizado, antes de sufrir el ataque que la mantiene en coma.


Nada más ocurrir el atentado, la izquierda norteamericana apuntó el Tea Party y a Sarah Palin como inductores morales del mismo, obviando los muchos indicios de la inestabilidad mental del autor del mismo, confirmadas posteriormente. Pero Sarah Palin no lo ha hecho mejor con una defensa tanto o más vitriólica, en la que, sin disculparse por el mapa con dianas de los distritos a conquistar, califica tales críticas como «libelos de sangre», resucitando las tradiciones antisemíticas medievales, que culpaban a los judíos de sacrificar niños cristianos para beber su sangre. Únanle que la congresista Griffords es judía, y tendrán el desánimo del país junto al dolor de la tragedia.

La realidad es que estamos ante algo que no es nuevo ni exclusivo. La polarización de la política norteamericana empezó hace años y hay culpas para todos. Es verdad que los ataques a Obama por parte de la extrema derecha han sido tan virulentos como falaces, llegándose incluso a dudar, no ya de que fuese cristiano, sino de que sea norteamericano. Pero ¿y los que desde la extrema y no tan extrema izquierda se lanzaron contra Bush, llamándole «asesino de niños» y cosas por estilo, eran acaso piropos? La izquierda, desde esa superioridad moral que se otorga sin mérito, pues ha cometido tantos o más crímenes que la derecha, se cree autorizada a sentenciar sobre hechos y personas sin ningún tipo de cortapisas, siempre arrimando el ascua a su sardina. La única conclusión razonable sería que ambas reconocieran sus excesos verbales y aceptasen que en democracia es legítimo discrepar sin ser tachado de antipatriota y, menos, de delincuente. «Hablamos para curarnos —decía Obama en el funeral—, no para herirnos». Lo malo es que incluso esas palabras ofenden a algunos.


ABC - Opinión

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