domingo, 23 de enero de 2011

Cajas y diamantes. Por M. Martín Ferrand

Da la impresión de que las Cajas están burlando la intención del Banco de España.

DEL mismo modo que existe un baremo para determinar la dureza de los minerales, la Escala de Mohs, sería útil una tabla para valorar la resistencia de las instituciones españolas a experimentar reformas y actualizar sus modos de funcionamiento y gobierno. Quizás el problema resida en que entre el talco y el diamante, el más blando y el más duro de los elementos de Mohs, caben otros ocho y, en lo que se refiere a la resistencia al cambio de lo establecido en la vida nacional solo hay un grado de firmeza inmovilista, el máximo. Nuestra pereza mental, grande, unida al temor colectivo a la innovación que es nota identitaria de lo español, grandísimo, hacen que aquí sea más deseable perpetuar un mal aceptado unánimemente como tal que pretender un bien que suponga cambios y alteración de las rutinas y, sobre todo, de los privilegios —¿derechos?— establecidos.

A la muerte de Francisco Franco, no fue posible un ejercicio de catarsis y ruptura que hubiera saneado los malos vicios acumulados desde la Restauración porque, mayoritariamente, preferimos una reforma que, «de la ley a la ley», hiciera una suave transición de la dictadura a la democracia. Ahora estamos pagando por ello un alto precio y, sin haber aprendido la lección, cuando se trata de salir de una tremenda crisis que no solo es económica y afecta a la propia estructura del Estado, insistimos en los cambios no traumáticos y sin disgusto para nadie. Algo que, aunque fuera posible, no resultaría conveniente porque un elemento importante para el éxito de cualquier transformación es la generalizada advertencia de lo transformado.

Para bajar de lo abstracto a lo concreto puede servirnos como ejemplo de la teoría arriba esbozada la necesaria reforma de las Cajas de Ahorro que apunta inquietantes maneras lampedusianas. Da la impresión de que las Cajas, cada una por su lado y todas en grupo, están burlando la intención del Banco de España y el mandato del Gobierno para perpetuar los intereses de sus directivos y no, como debieran, los de sus impositores y, más todavía, los de la Nación. Como han degenerado en herramientas políticas, y las hay de todos los colores de los muestrarios parlamentarios nacional y autonómicos, en los hechos consiguen la unanimidad: que el cambio no se produzca y, si se produjera, que no alcance los intereses partitocráticos y, si los alcanzara, que no le toquen un pelo a los instalados en el machito. Las Cajas son a la vida española lo que el diamante en la Escala de Mohs. En ellas tiene Alfredo Pérez Rubalcaba la gran ocasión para demostrar el inmenso talento que se le atribuye.


ABC - Opinión

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