sábado, 15 de enero de 2011

Alí, c'est fini. Por Hermann Tertsch

Escribir sobre las consecuencias de un incendio que acaba de comenzar como el tunecino es un ejercicio insensato. Pero ya hay algo claro en Túnez y es que el presidente de Túnez, Zine el Abidine Ben Ali, —Ben Alí para súbditos, amigos y enemigos— ha tenido que poner pies en polvorosa. Y los principales socios y dirigentes de esta ordenada cleptocracia están buscando también medios para huir por tierra, mar o aire. Que el primer ministro que acababa de ser destituido con su gobierno por el presidente, quede de presidente interino puede ser una ilusión de días u horas. Si Ben Alí aterriza en París, donde se halla la fraccionada oposición, será Francia la que tenga que asumir un protagonismo en la limitación de daños. Será difícil.

En pocos días se ha derrumbado el régimen del presidente Alí, que durante más de 23 años ha controlado el estado como un negocio privado con muchos socios y un inmenso aparato policial. El negociado ha funcionado durante dos décadas, mientras el desarrollismo era un consuelo aceptado. Siempre ayudado por la comparación con los países vecinos, más míseros e inseguros. Y blandiendo la amenaza islamista. Pero con la crisis general se acabó la fiesta. La reacción del presidente ante los disturbios, con la destitución de todo el Gobierno y el anuncio de elecciones anticipadas llegó tarde. El presidente, rodeado de fieles obedientes incapaces de transmitir una mala noticia, estaba tan aislado que su omnipresente policía política no le sirvió de nada. Creer que amainaría la rabia con una reducción de impuestos al pan y otros alimentos revela el despiste del sátrapa. El problema ahora está en la falta de interlocutores. Y en que la amenaza islamista es real. Se hunde un régimen corrupto y absurdo. Pero nadie puede augurar en estos momentos una alternativa esperanzadora.


ABC - Opinión

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