jueves, 22 de julio de 2010

Vallisoletanos en el Congreso. Por M. Martín Ferrand

¿Quién puede creer que Rajoy, que solo parece excitarse con el deporte, pueda desear un mal para La Roja?

LOS enfrentamientos parlamentarios entre María Teresa Fernández de la Vega y Soraya Sáenz de Santamaría habría que subvencionarlos y protegerlos. Declararlos de utilidad pública y procurar su difusión y conocimiento. En un Congreso mortecino y culero, en el que se advierten más los cuerpos de sus señorías que su espíritu y su inteligencia, la vicepresidenta socialista y la portavoz del Grupo Popular mantienen viva la llama de la controversia y, en el escenario que corresponde a la expresión democrática, constituyen una excepción a la norma silente y gris que, en perjuicio del parlamentarismo clásico, tiende a imperar en los lotes representativos a que nos ha llevado nuestro sistema electoral y la voluntad partitocrática que de él se deriva.

De la Vega, que parece estar en horas bajas, llegó a decir ayer que el PP, en estos pasados días de fútbol y gloria nacional, había llegado a temer el triunfo de la selección española por si de él se derivaba un optimismo benefactor para el Gobierno. Eso es retorcer los argumentos y desperdiciar aguijones, cosa que nunca debe hacer una buena avispa. Hasta Luis XV, que era una catástrofe, les decía a sus cortesanos que la condición exigible para bien ofender a los enemigos reside en la verosimilitud de la injuria y, ¿quién puede creer que un hombre como Mariano Rajoy, que solo parece excitarse con el deporte, pueda desear un mal para La Roja? Por cierto y al hilo de la crítica política, para valorar la figura del amante de la Pompadour, el Papa Clemente XIV, que era de armas tomar y que antes de hacerse franciscano había estudiado con los jesuitas, se preguntaba: «¿Puede exigirse otra prueba de la existencia de la Providencia que ver a Francia florecer bajo el reinado de Luis XV?»

Sáenz de Santamaría, que se perfecciona con el ejercicio, recurrió a los trucos clásicos de la dialéctica parlamentaria y castigó a su oponente con versos del también vallisoletano José Zorrilla. Además de afearle a la vicepresidenta que, en una entrevista que este fin de semana le hicieron en El Mundo, le atribuyera a su paisano la autoría de unos versos de Corneille —«Los muertos que vos matáis/ gozan de buena salud»— que, con frecuencia, los ignorantes se los encasquetan a don Juan Tenorio o, en su defecto, a don Luis Mejía; la portavoz popular, con buen sentido, utilizó los versos con los que don Juan le narra a don Luis su peripecia anual —«… la razón atropellé,/ la virtud escarnecí,/ a la justicia burlé…»—, que, además de ser cita auténtica, tienen el valor de una crónica resumen sobre el quehacer gubernamental en lo que va de legislatura.


ABC - Opinión

Zapatero y Montilla: hablar por hablar en Moncloa Por Antonio Casado

El presidente de la Generalitat, José Montilla, vino ayer a Madrid a recomendar que las instituciones del Estado cambien de actitud si quieren hacer creíble un proyecto de la España plural basado en el respeto a las “diversas realidades que lo integran”. Lo formuló después de su encuentro de dos horas largas con Rodríguez Zapatero, como condición para recomponer el pacto político y constitucional roto, según aquél, en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.

Para la tarea cuenta Montilla con el presidente del Gobierno de la Nación. Es curioso. Quiere alcanzar con el presidente “español” la sintonía no lograda con los dirigentes “catalanes” en nombre de la dignidad “nacional” herida. Pero ha sobrestimado la capacidad política y técnica de su interlocutor para reconstruir el Estatut y acabar con la presunta desafección en el ánimo de los catalanes respecto a España. No está en condiciones Zapatero de prestar el impulso político reclamado por el president y apadrinar, de nuevo, una operación de alto riesgo.


Sería absurdo aparcar ahora los problemas de la crisis económica y echarle horas al autogobierno catalán. Al dictado de Montilla. O de Artur Mas, si damos tiempo al tiempo. A cuatro meses de una revisión del mapa electoral de Cataluña y siendo CiU clave en la política de alianzas de Moncloa, carece de sentido concertar ahora una hoja de ruta con el actual presidente de la Generalitat. Lo de ayer fue como hablar por hablar. Como mucho, buenas palabras y mejores deseos. Poco más. Debidamente envasados pueden ser útiles en la campaña electoral del PSC, pero inservibles para un Gobierno catalán al que le queda poca vida.

Ya había dicho el vicepresidente de la Generalitat, Carod Rovira, que de la reunión de ayer no saldrían soluciones milagrosas. Ni milagrosas ni de las otras, salvo que se apoyen en el pilar derecho del sistema. Y me parece que el PP no está por la labor de garantizar las mayorías necesarias para acometer “reformas más profundas de nuestra arquitectura constitucional, cuando sea posible”, de las que habló ayer Montilla al terminar su encierro con Zapatero en Moncloa.

Pero Montilla, en su sonoro rasgado de vestiduras por el agravio del Tribunal Constitucional, vino a pedir al presidente “español” que se implique en la tarea de reparar los daños materiales y morales de la sentencia. Y se fue diciendo: “Zapatero ha comprendido el reto”. Si le sirve para entrar en la batalla electoral con Artur Mas, mejor para él, pero inferir de eso que el presidente del Gobierno le va a seguir en su escapada al monte de la insumisión es una osadía. Bastante lejos ha ido ya Zapatero al hacer declaraciones que hacen el juego a los pregoneros de la España rota.

Solo faltaba que ahora se sumase a la extravagante sugerencia de Montilla sobre una eventual reforma de la Constitución como una forma de encontrar el definitivo encaje político y jurídico de Cataluña en el Estado español. O el encaje emocional en España de quienes solo se sienten catalanes. Bastante tiene Zapatero, por ahora, con encontrar su propio encaje y el de su partido en un mapa político cuya relación de fuerzas le sitúa en su momento de mayor debilidad desde que ganó las elecciones de 2004.


El Confidencial - Opinión

Arenga al «pichichi». Por Hermann Tertsch

Es probable que dentro de unos años Zapatero acabe convencido de que el gol en Johannesburgo lo marcó él.

LA vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, nos ha revelado, muy seria ella, que los antipatriotas del Partido Popular querían que España perdiera en el Mundial. Tremenda noticia. Durísima revelación que nos expone las cotas de la infamia a la que llegan los enemigos de las fuerzas positivas de la bondad y armonía que, con Zapatero y de la Vega a la cabeza, dirigen tan sabiamente nuestro destino. Ya lo saben, en Génova se deseaba fervientemente que la selección española fracasara en Suráfrica. Si no fue así fue por la conocida tendencia al fracaso de los conservadores y liberales españoles. No nos ha explicado aún la presidenta cómo supo de esta iniquidad ni nos ha dado más datos jugosos sobre esta siniestra conjura. Hay que suponer que, dada la facilidad con que los aparatos del Estado, alcantarillas incluidas, trabajan para tener al tanto al poder socialista de lo que hablan, piensan, negocian y hacen los ciudadanos, las pruebas de este delito de lesa patria serán numerosos y consistentes. Está claro por qué el PP deseaba que nos eliminaran cuanto antes. Para negarles esta alegría a los ciudadanos. Para que los españoles no vieran lo bien que nos va todo. El PP quiere que suframos y desesperemos para que no disfrutemos las grandes conquistas que se han hecho en estos años victoriosos. Quieren estos cabrones de la derecha negarnos a los ciudadanos las buenas nuevas. Todas. Las deportivas, las políticas que son estupendas, y las económicas. Éstas que proclaman el enorme éxito de las medidas del Gobierno para la reactivación de la economía. Una economía que sufre, cierto. Pero no por una mala gestión, la ineptitud o la falta de voluntad de reformas del Gobierno. No. Es por la conspiración contra España y su Gobierno tramada por «los mercados», «los especuladores», «los ricos» y por supuesto la oposición del Partido Popular. ¿Cabe mayor traición?

Dice el Gobierno que la oposición popular quiere que la crisis se agrave, que los españoles estén en paro, la ruina general de este país. Nos sugiere que, de haber podido, le hubieran roto la pierna a Iniesta antes de la final. No les quepa duda. Esta copa del Mundial es de Zapatero. Ya lo dijo Zapatero el otro día, que esta copa se la brindaba a África porque él podía hacerlo. No pregunten por qué. Pero así nos describe y escribe la tropa gubernamental enfadada con todo el que no aplaude. Es probable que dentro de unos años Zapatero acabé convencido de que el gol en Johannesburgo lo marcó él. Nuestro pichichi en todo. No es una broma. Ésta es la realidad tan absurda y mentirosa que nos venden a diario. El próximo paso será exigir medidas contra los traidores. Como hace Chávez. Si no tuviéramos el manto protector y vigilante de la Unión Europea, este discurso grotesco con el que el Gobierno intenta ocultar sus vergüenzas y evita debatir sus fracasos podría habernos llevado ya a las manos. Esperemos que este manto sea suficiente en el futuro.

ABC - Opinión

Crisis política. La maldita soledad. Por Cristina Losada

Desde González a Zapatero, pasando por el primer gobierno Aznar, los partidos nacionalistas son los desleales compañeros de viaje de los gobiernos de España. Su precio siempre es alto, tan alto que no debiera pagarse.

Las votaciones en el Parlamento tienen ya por única función mostrar qué partido está solo. No cuál se encuentra mal acompañado. Antes, se señalaba con el dedo la soledad del PP y ahora, la del PSOE. En el código político español, quedarse solo es un desdoro. No importa tanto la calidad de una posición como la cantidad de partidos que se suman. Se infiere que el solitario padece una espantosa tara. ¿Cómo es posible que nadie le quiera? Hemos vuelto al patio del colegio, si es que alguna vez nos hemos ido de esa estupidez gregaria que castiga al diferente, que es también el solitario. Para que digan que el español es individualista. Lo será dentro de casa y nunca en política.

La realidad indica, sin embargo, que los dos grandes partidos no están solos cuando gobiernan en precario. Y la misma y desgradable señora nos revela quiénes son sus nefastos acompañantes. La "soledad parlamentaria" es un mero titular, muy buscado por los partidos en liza, pero equívoco y equivocado. Desde González a Zapatero, pasando por el primer gobierno Aznar, los partidos nacionalistas son los desleales compañeros de viaje de los gobiernos de España. Su precio siempre es alto, tan alto que no debiera pagarse. Pero, ay, se abona cualquier factura que presenten, sea en transferencias, en privilegios fiscales o en cesiones de soberanía, con tal de no pactar con el enemigo. La lógica perversa que domina nuestra política separa más al PSOE y al PP que a cualquiera de ellos de los partidos que se proclaman enemigos de España.

La lógica del interés general dicta, sin embargo, que los dos grandes partidos renuncien a tan peligroso abrazo y que, en instantes críticos, se procuren apoyo. ¿Qué tabú proscribe una abstención a la hora de unos presupuestos o un plan de ajuste? ¿Qué escollo impide que PP y PSOE hagan por librarse del cobrador del frac nacionalista? La batalla de las ideas entre socialistas y liberal-conservadores ha sido reemplazada por la pelea para lograr la compañía de esa tropa expoliadora. Y, al cabo, se adoptan las ideas que concuerdan con los actos. El nacionalismo arroja el salvavidas a uno o a otro partido y ambos aceptan gustosos, aunque la contrapartida sea hundir el barco. El caso es no salvar al enemigo ni dejarse salvar por él. Y, así, todos náufragos.


Libertad Digital - Opinión

El malestar de España. Por Edurne Uriarte

«Sr. Montilla, ¿se siente usted parte de la nación española? Y, si eso es así, ¿le preocupa el malestar de España?»

Eché de menos una pregunta en la rueda de prensa de Montilla ayer. La siguiente: «Sr. Montilla, ¿se siente usted parte de la nación española? Y, si eso es así, ¿le preocupa el malestar de España?». Lamentablemente, nadie se lo preguntó. Lo que es peor, ni siquiera se lo preguntan al propio presidente del Gobierno de España. También a él le inquieren por el malestar de Cataluña, no por el malestar de España.

Y es que la clase política, pero también la intelectual, ha dado por supuesto que el problema de España es el malestar de Cataluña sin darse cuenta de que el problema de España es, crecientemente, el malestar de España. El malestar de los españoles que se sienten maltratados por Cataluña. Que están agotados con las permanentes exigencias de los políticos catalanes. Que están hartos de que el afán de la clase política sea satisfacer a los nacionalistas catalanes y no a la mayoría de españoles.


Es hora de reparar los daños a Cataluña, retó ayer José Montilla. Y añadió, no se puede tapar la boca a la sociedad catalana y la sociedad española no puede tapar los ojos. El problema para Montilla y su partido es que el rampante malestar de España exige un planteamiento de ese reto en la dirección justamente contraria. En la reparación de los daños a España, en la petición de que no se tape la boca a la sociedad española y tampoco los ojos la sociedad catalana.

Cataluña tiene un problema, por lo tanto, España tiene un problema, remató Montilla. Y España tiene un problema y, por tanto, Cataluña tiene un problema.

La gran diferencia entre estos dos malestares, el de Cataluña y el de España, es que nuestra clase política ha dedicado todo el período democrático a responder al malestar de Cataluña. Con un sonoro fracaso. No ha resuelto el malestar de Cataluña y ha creado, sin embargo, otro malestar de consecuencias imprevisibles, el malestar de España.


ABC - Opinión

Controladores. Elogio de don José Blanco. Por José García Domínguez

Reagan, como es universal fama, sustituyó a los chantajistas por controladores militares. Y lo único que pasó fue que no pasó nada. Nada de nada. Leña al mono, don José.

Por muy difícil que se antoje, aún hay algo más mezquino que el proceder chantajista de clanes corporativos como el de los controladores aéreos, esos que viven instalados en la continúa, incesante extorsión al Estado usando de rehén a la misma sociedad que los mantiene. Me refiero, huelga decirlo, a la cobardía de las legiones de gestores políticos que, con su connivencia silente, han hecho posible que llegásemos a una situación como la actual; nueva Edad Media en la que ciertos gremios renuentes a toda autoridad terrenal se conducen con la soberbia arrogancia de las órdenes de caballería frente a reyes y tribunos en tiempos de las Cruzadas.

Así, por lo demás, los maquinistas metropolitanos, aquellos mismos cuyas salvajadas inciviles en el irredento Madrid tanto celebró el Gobierno al taimado modo. Una bajeza, la del PSOE con su secretario general al frente, que no debiera servir de excusa ahora para que el partido de las derechas se embarre en idéntica charca moral. Pues quién nos iba a decir que el ínclito Blanco, antaño perito en todas las malas artes de la gañanería tabernaria, podría acabar como el genuino remedo del célebre general Della Rovere. El desconcertante Giovanni Bertoni, su verdadero nombre, antiguo rufián y contrabandista que de tanto representar el papel de patriota ante los auténticos patriotas, un día terminó persuadido de en verdad ser el personaje que suplantaba a diario.

El tragicómico Bertoni, pobre pícaro, farsante infiltrado por los alemanes entre la resistencia italiana que convertiría en cierta la comedia bufa que había sido su vida, al morir fusilado con el monóculo puesto, impecable el uniforme de gala y gritando: "¡Viva el Rey! ¡Viva Italia!". Y es que, por ventura, don José Blanco no será aquel Ronald Reagan al que no le tembló el pulso en el instante mismo de despedir a los 11.359 controladores que habían declarado una huelga ilegal contra los contribuyentes. Pero tampoco la medrosa y paniaguada sociedad española soporta comparación con la yanqui, siempre resuelta, ella sí, a aceptar cualquier pulso que le echen. Por cierto, Reagan, como es universal fama, sustituyó a los chantajistas por controladores militares. Y lo único que pasó fue que no pasó nada. Nada de nada. Leña al mono, don José.


Libertad Digital - Opinión

Sacad las manos de la Copa del Mundo. Por Ignacio Camacho

Si no quieren escuchar el mensaje, al menos que no manipulen. Que quiten las manos de la Copa.

NO entienden los mensajes. Llevan tanto tiempo en sus burbujas enmoquetadas, circulando con las ventanillas subidas y los cristales tintados, que han perdido el oído para escuchar la voz de la calle. Millones de españoles han celebrado el triunfo de la selección de fútbol como algo que al fin ha sido capaz de unirnos por encima de la política, y a los políticos no se les ocurre mejor idea que tirarse el Mundial a la cabeza. Lo hizo ayer, en el Congreso, la vicepresidenta De la Vega, incapaz de salir del acorralamiento a que la tiene sometida su oponente Soraya Sáenz de Santamaría, un aparente peso pluma que pica como una avispa y pega con pata de mula. Al Gobierno cada vez le quedan menos oportunidades de equivocarse, pero no desperdicia ninguna.

Si hay alguna lección que extraer de la multitudinaria celebración futbolera es, por un lado, el rescate de la pasión nacional frente a los particularismos, y por otro la eficacia de la unidad ante los objetivos comunes. Pues he aquí al zapaterismo en sus trece: urdiendo pactos con los soberanistas para ahondar diferencias identitarias y utilizando la Copa del Mundo como arma arrojadiza. No bastaba con que el presidente —y ocasional ministro de Deportes, querido Antonio Burgos— se reservase para él solo la recepción de Moncloa a los triunfadores de Sudáfrica. No bastaba con la apropiación ventajista del torneo. No bastaba con excluir de la foto con los jugadores a la oposición entera, con la que se podía haber dado siquiera una imagen de agrupación efímera en torno a lo único que ha aglutinado al país en los últimos tiempos. Era menester, por lo visto, dejar bien claro que el Gobierno no ha entendido nada. Buscar gresca a cuenta del éxito común, envolverlo en la trifulca trincherista, sembrar divisionismo donde la gente quería aproximación, ensuciar con cháchara oportunista una limpia gesta deportiva asumida, por una vez, por todos. Que no quede nada sin manchar de sectarismo.

El error de De la Vega —tan eficaz cuando trabaja en silencio como desafortunada cuando ejercita una dialéctica vulgar que no le cuadra— viene a mostrar una vez más el egoísmo autista de esta dirigencia pública incapaz de ponerse a la altura del pueblo al que representa. Lo mejor del Mundial ha sido que futbolistas y ciudadanos han ido muy por delante de los representantes políticos, unos al emitir y otros al interpretar un mensaje unitario que, por lo visto, resulta imposible de decodificar pese a su lineal sencillez, a su manifiesta simpleza. Pero si no quieren escucharlo, si no les conviene entenderlo, si les estorba en su terca pugna de enconos, al menos que no lo manipulen para esta torticera y cansina dialéctica estéril. Que quiten las manos de esa Copa del Mundo que ni han ganado ni se merecen.


ABC - Opinión

Encuentro estatutario

Se esperaba con expectación la primera entrevista entre José Luis Rodríguez Zapatero y José Montilla después de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Tras el encuentro, pocas novedades y varias incertidumbres. El presidente de la Generalitat pretende impulsar una acción política que recupere íntegramente la norma estatutaria, tal como reclaman el tripartito y CiU. En el actual clima preelectoral que existe en Cataluña estas formaciones defienden que el fallo del Tribunal Constitucional no puede estar por encima de la voluntad de pacto expresada por los catalanes cuando refrendaron el Estatut y de las Cortes Generales que lo aprobaron. No repetiremos de nuevo el escaso porcentaje de ciudadanos que avalaron el proyecto, pero debemos insistir en que tienen que aceptar las reglas de juego marcada por la Constitución. Por ello, el presidente del Gobierno y Montilla, el máximo representante del Estado en Cataluña, deberían desarrollar el Estatut dentro del marco constitucional. Es un grave error buscar atajos para no cumplir la sentencia impulsados por una coyuntura electoral que parece, según las encuestas, desfavorable para los socialistas catalanes.

El episodio de ayer en La Moncloa aportó cierta confusión sobre un futuro que se atisba complejo. El presidente del Gobierno se mostró conciliador y se comprometió a explorar «todas las líneas de trabajo», jurídicas, políticas y de cooperación institucional que permitan desarrollar al máximo el Estatut dentro de los márgenes trazados por la sentencia del Tribunal Constitucional. Ese diagnóstico, aunque vago, debería interpretarse como un cierto ejercicio de responsabilidad. El problema es que el marco constitucional no es suficiente para los nacionalistas y que el PSC actúa impulsado por un tacticismo de consecuencias imprevisibles. La sociedad catalana, no la minoría soberanista, rechaza los radicalismos y quiere el cumplimiento del Estatuto. La política no debería ser un instrumento para buscar problemas sino para encontrar soluciones. La gran preocupación de los catalanes, como le sucede al conjunto de españoles, es la crisis económica. Por ello, todas las administraciones deberían dedicar sus esfuerzos a hacer frente a este grave problema y dejar de lado las estériles luchas partidistas. Zapatero es el presidente del Gobierno de España y su responsabilidad es cumplir y hacer cumplir las leyes. En este sentido sería fundamental que se recuperara el pacto constitucional que tan extraordinarios frutos ha dado desde 1978 hasta nuestros días. Un pacto que ha permitido un desarrollo económico, social y político que era inimaginable cuando se aprobó la Constitución. Por su parte, Montilla debería preocuparse de los problemas reales de los catalanes y no olvidar que la fuerza del socialismo en Cataluña nunca ha sido ejercer de nacionalistas. Una elección tras otra perdieron frente a Pujol porque se alejaron del sentir de la mayoría de sus votantes en las elecciones generales. La Sentencia del Estatut establece un marco suficiente para continuar con el desarrollo de la autonomía catalana dentro del marco constitucional y sin provocar conflictos tan artificiales como absurdos.

La Razón - Editorial

Tiempo muerto

Zapatero y Montilla escenifican su alianza para afrontar la crisis por la sentencia del Estatut

La reunión de los presidentes del Gobierno central y de la Generalitat se saldó con un único mensaje: el Ejecutivo de Zapatero asume las reacciones a la sentencia del Estatut como expresión de un malestar real que no solo incumbe a Cataluña, sino también al resto de España. Frente a las interpretaciones que han vinculado al clima preelectoral existente en Cataluña a las distintas iniciativas de las fuerzas políticas tras conocerse la sentencia, Zapatero quiso escenificar con Montilla el rechazo a la trivialización de una crisis que no resolverá el simple transcurso del tiempo; tampoco desahogos colectivos como la manifestación del 10 de julio ni declaraciones institucionales, como la resolución aprobada por el Parlament el pasado viernes.

Más allá de este mensaje, sin embargo, todo fueron incógnitas. Las declaraciones posteriores a la reunión no permitieron aclarar si la principal preocupación que guió a Zapatero y Montilla fue resolver el deterioro del sistema autonómico provocado por los avatares del Estatut o, por el contrario, afinar la estrategia ante las próximas elecciones catalanas. Unas elecciones en las que no solo se decide el próximo Gobierno de la Generalitat, sino el peso de la agenda soberanista en los próximos años. La reunión pareció dirigida a identificar una vía intermedia entre quienes proponen desentenderse del malestar que la sentencia ha provocado en los partidos catalanes, confiando en que se trata de algo pasajero, y quienes sostienen que ha roto el pacto constitucional.


Falta por saber si esa vía intermedia dispone de margen político suficiente. No es posible descartar que CiU la considere insuficiente y que ERC coloque más alto el listón de su rechazo, con lo que se desencadenaría una escalada en la que los socialistas catalanes tendrían dificultades para mantenerse en la posición pactada entre Zapatero y Montilla. Hay cierta lógica en intentarlo, aunque se trate de una estrategia cuyo éxito depende más de los movimientos de las otras fuerzas políticas.

Desde el punto de vista institucional, en cambio, el Gobierno central y la Generalitat de Montilla, que ya no parece actuar como tripartito ante la inminencia de las elecciones, tendrán que hacer serios esfuerzos para alejar la sospecha de que están tratando de sortear la sentencia por caminos tortuosos, salvo en aquellos aspectos expresamente contemplados por el Constitucional, como el referido al poder judicial catalán. Las declaraciones de Montilla presentando al Tribunal que se ha pronunciado sobre el Estatut como un actor inesperado que ha venido a interferir un pacto político entre Cataluña y el resto de España no marchan en esa dirección, además de poner a disposición del PP un flanco muy difícil de cubrir.

Habrá que esperar a que el Gobierno central y la Generalitat concreten lo que ayer solo fueron aproximaciones genéricas a un problema que, en efecto, no es solo de Cataluña. Se ha declarado un tiempo muerto, pero aún no se sabe exactamente para qué.


El País - Editorial

El monopolio y el conflicto aéreo

Lo que vienen exigiendo los controladores, tomando a los ciudadanos como rehenes, no es ni su salud mental ni la seguridad en el tráfico áereo, sino un jugoso "corralito" que debería ser disuelto por la privatización de Aena y la liberalización del sector.

No le falta razón al ministro de Fomento, José Blanco, al considerar que los controladores aéreos que sufren "ansiedad" o "estrés", por lo que no es más que un recorte de las injustificadas prebendas que han venido disfrutando durante años, no deberían continuar ejerciendo más esta profesión. Ciertamente, si estos profesionales se resienten psicológicamente por unos recortes que les sigue permitiendo cobrar de media un cuarto de millón de euros por unas 1670 horas trabajadas al año, lo mejor es que se dieran de baja definitivamente. El problema, sin embargo, es que la catarata de bajas médicas que se están produciendo estos días no es más que un cuento chino, una huelga encubierta para presionar a la administración en unos momentos en que el perjuicio a los ciudadanos y al turismo es mayor y, por tanto, también es mayor su capacidad de presión.

Hay que reconocer, no obstante, que buena parte de la culpa de este conflicto, que aun en menor intensidad hemos padecido en años anteriores, lo tiene el hecho de que AENA es un organismo público y monopolístico que determina las condiciones salariales y laborables de los controladores por ley y que no tiene que someterse a los imperativos de un mercado liberalizado y competitivo. Inserto en ese monopolio está también el hecho de que es el propio colectivo de los controladores el que regula –más bien, estrangula– el acceso a su propia profesión. En este sentido, la desfachatez de los controladores es doble: si es verdad –como ahora alegan– que falta personal en los aeropuertos españoles, ello es consecuencia directa de esas barreras de entrada que ellos mismos han fijado. Es precisamente esa coactiva ausencia de competidores en su propia profesión lo que les ha permitido ganar hasta 375.000 euros al año repartiéndose horas extraordinarias.

Lo que ahora –y en años anteriores– vienen reclamando los controladores aéreos, tomando a los ciudadanos como rehenes, no es ni una mejora en su salud mental ni en la seguridad en el tráfico áereo, sino un jugoso "corralito" que debería ser radicalmente disuelto por la privatización de Aena y la liberalización del sector. Esta es una tarea que, como la ley de huelga, han dejado pendiente todos los gobiernos de la democracia. Esperemos que tras el eventual recurso a corto plazo a los controladores del Ejército y tras las necesarias diligencias que ha de tomar la Fiscalía por los previsibles fraudes en las bajas médicas, se dé paso a unas reformas que permitan aprobar de una vez esta conflictiva asignatura.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero y sus promesas

El Gobierno no parece haber aprendido que el método de prometer lo que no se puede dar pone en riesgo las instituciones y crea confrontaciones innecesarias.

La reunión que ayer mantuvieron Rodríguez Zapatero y Montilla sobre el Estatuto de Cataluña se saldó con una escenificación de mensajes equívocos y promesas vacías que recuerdan el proceso previo a la aprobación del texto estatutario. Esta vez, Zapatero ha cambiado a Artur Mas por Montilla, pero las promesas de desarrollar el autogobierno catalán y de modificar leyes estatales para compensar los efectos de la sentencia del Tribunal Constitucional se parecen mucho a los compromisos que el presidente del Gobierno asumió con el líder nacionalista para sacar el Estatuto adelante, con el resultado ya conocido. Zapatero quiere ganar tiempo, calmar las aguas y entretener a los partidos catalanes con medias palabras y ofertas inanes. Sin embargo, el Gobierno no parece haber aprendido que este método de prometer lo que no se puede dar pone en riesgo las instituciones y crea confrontaciones innecesarias. Las declaraciones oficiales de Montilla y la vicepresidenta De la Vega al término de la reunión expresan un voluntarismo inverosímil en políticos con responsabilidad de gobierno. Su diagnóstico de la situación creada tras la sentencia del TC es un cúmulo de falseamientos de lo que este órgano ha declarado y de las posibilidades reales que ambos gobiernos tienen para dejar sin efecto las interpretaciones y juicios de inconstitucionalidad del alto tribunal sobre el Estatuto.

No es un problema de voluntad política el que tienen Zapatero y Montilla con lo que ellos llaman «desarrollo del Estatuto», sino de puro y simple respeto a la Constitución y a la sentencia del TC. Creer que un pacto político es suficiente para convertir en legal lo que el TC ha declarado ilegal revela un grave desprecio por el orden constitucional y, en definitiva, por el Estado de Derecho. Por eso es igualmente irresponsable reducir la sentencia del TC a una sucesión de meras recomendaciones o limitar sus pronunciamientos de inconstitucionalidad o interpretación a cuestiones de forma. No es cierto, por ejemplo, que el TC permita al Parlamento nacional dar a Cataluña el poder judicial que estaba previsto en el Estatuto solo con reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial. El TC ha dejado muy claro que el poder judicial está al margen de la organización autonómica del Estado y que solo tiene como órgano de Gobierno al CGPJ. Y estos principios no se pueden alterar por ninguna ley, sea orgánica o estatutaria. Acuciado por el problema que él mismo creó, Zapatero está al borde de incurrir en el segundo engaño estatutario, del que nadie más que él, ni el Partido Popular ni el TC, sería responsable.

ABC - Editorial