jueves, 22 de julio de 2010

Zapatero y Montilla: hablar por hablar en Moncloa Por Antonio Casado

El presidente de la Generalitat, José Montilla, vino ayer a Madrid a recomendar que las instituciones del Estado cambien de actitud si quieren hacer creíble un proyecto de la España plural basado en el respeto a las “diversas realidades que lo integran”. Lo formuló después de su encuentro de dos horas largas con Rodríguez Zapatero, como condición para recomponer el pacto político y constitucional roto, según aquél, en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.

Para la tarea cuenta Montilla con el presidente del Gobierno de la Nación. Es curioso. Quiere alcanzar con el presidente “español” la sintonía no lograda con los dirigentes “catalanes” en nombre de la dignidad “nacional” herida. Pero ha sobrestimado la capacidad política y técnica de su interlocutor para reconstruir el Estatut y acabar con la presunta desafección en el ánimo de los catalanes respecto a España. No está en condiciones Zapatero de prestar el impulso político reclamado por el president y apadrinar, de nuevo, una operación de alto riesgo.


Sería absurdo aparcar ahora los problemas de la crisis económica y echarle horas al autogobierno catalán. Al dictado de Montilla. O de Artur Mas, si damos tiempo al tiempo. A cuatro meses de una revisión del mapa electoral de Cataluña y siendo CiU clave en la política de alianzas de Moncloa, carece de sentido concertar ahora una hoja de ruta con el actual presidente de la Generalitat. Lo de ayer fue como hablar por hablar. Como mucho, buenas palabras y mejores deseos. Poco más. Debidamente envasados pueden ser útiles en la campaña electoral del PSC, pero inservibles para un Gobierno catalán al que le queda poca vida.

Ya había dicho el vicepresidente de la Generalitat, Carod Rovira, que de la reunión de ayer no saldrían soluciones milagrosas. Ni milagrosas ni de las otras, salvo que se apoyen en el pilar derecho del sistema. Y me parece que el PP no está por la labor de garantizar las mayorías necesarias para acometer “reformas más profundas de nuestra arquitectura constitucional, cuando sea posible”, de las que habló ayer Montilla al terminar su encierro con Zapatero en Moncloa.

Pero Montilla, en su sonoro rasgado de vestiduras por el agravio del Tribunal Constitucional, vino a pedir al presidente “español” que se implique en la tarea de reparar los daños materiales y morales de la sentencia. Y se fue diciendo: “Zapatero ha comprendido el reto”. Si le sirve para entrar en la batalla electoral con Artur Mas, mejor para él, pero inferir de eso que el presidente del Gobierno le va a seguir en su escapada al monte de la insumisión es una osadía. Bastante lejos ha ido ya Zapatero al hacer declaraciones que hacen el juego a los pregoneros de la España rota.

Solo faltaba que ahora se sumase a la extravagante sugerencia de Montilla sobre una eventual reforma de la Constitución como una forma de encontrar el definitivo encaje político y jurídico de Cataluña en el Estado español. O el encaje emocional en España de quienes solo se sienten catalanes. Bastante tiene Zapatero, por ahora, con encontrar su propio encaje y el de su partido en un mapa político cuya relación de fuerzas le sitúa en su momento de mayor debilidad desde que ganó las elecciones de 2004.


El Confidencial - Opinión

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