miércoles, 14 de julio de 2010

Y ni una sola bandera republicana. Por Antonio Burgos

¿Qué ha pasado con esas banderas republicanas que no se os caen de las manos en las manifestaciones, hijos míos?

CUANDO el español se echa a la calle en manifestación, hay dos cosas que me chocan: las horribles enseñas de plástico rojo con las siglas de los sindicatos y las banderas republicanas. No hay manifestación que se precie donde no aparezcan esas sindicales banderas de plástico modelo chuchiperri, que parecen compradas en las tiendas de los chinos, de un tamañito ridículo de chico. Y nada hablo de las banderas republicanas, de las que ya dije que les sacan tan mal el color histórico de la franja morada, tan virado a sudaca, que parecen como de algún país hispanoamericano más que una antigualla anticonstitucional.

¿Que hay una manifestación de los trabajadores de una fábrica que va a cerrar tras el ERE? Allá que está, y no sé por qué, la bandera republicana, que no sé qué tendrá que ver con el cierre de empresas en quiebra.

¿Que los estudiantes se echan a la calle para protestar con ese plan que tiene nombre de mortadela italiana de la buena, Bolonia? Allá que está, y no sé qué tiene que ver con los planes docentes, con las titulaciones y con los contenidos curriculares, la bandera republicana.

¿Que son los artistas del pesebre de las subvenciones los que se manifiestan por algo que beneficia mucho al PSOE y le da una patada en los mismísimos al PP? Allá que está, con los ricos y famosos y con los titirimundis titulares de la tela marinera apalancada al 1 por ciento de impuestos en una Sicav, la bandera republicana, que no sé qué relación tiene con el chapapote, con el 11-M, con la guerra de Irak o con lo que toque contra Rajoy.

¿Que llega el Día del Orgullo, gay por supuesto, y toca carnaval en carroza donde toda provocación tiene su asiento y toda anomia su proclamación de normalidad? Allá que está, junto a un horizonte arco iris, la bandera republicana, que no sé qué tiene que ver con la por otra parte respetabilísima libertad de Piompa y de tortilla española.

Conclusión: de cada diez españoles que se echan a la calle para protestar contra algo o para proclamar algo, tres o cuatro llevan siempre la bandera republicana y ni uno solo la nacional roja y amarilla; gualda, que dicen los cursis.

Excepto cuando se trata de la selección nacional de fútbol, que entonces España se llena de fachas, de rancios, de carcas, de cavernícolas, que sacan con todo orgullo la bandera nacional, cantan con Manolo Escobar el «Viva España» inspirado por cierto en una cancioncilla de los voluntarios fascistas italianos en la guerra de España, y corean, con música rusa de «Kalinka», que tiene más mérito, lo de «español, español, soy español». ¿Qué ha pasado con esas banderas republicanas que no se os caen de las manos en las manifestaciones, hijos míos de mi alma? Que España haya ganado el Mundial no tiene mérito. Lo que tiene mérito de verdad es que la selección nacional ha conseguido que haya millones y millones de españoles echados a la calle y ni una sola bandera republicana. Ha quedado claro que la bandera tricolor no representa para nada a esta España del 2010 que durante dos días y en todo el territorio, Cataluña y Vascongadas incluidas, ha vibrado con la enseña de la Patria y protagonizado colectivamente el más multitudinario acto de afirmación nacional que vieron los siglos. Ha quedado demostrado que la bandera republicana no es de esta España nuestra.


ABC - Opinión

Montilla. El papelón del Kerensky cordobés. Por Pablo Molina

Triste destino el del cordobés, que reniega de sus orígenes para buscarse un hueco en la política catalana, y después de sus esfuerzos y traiciones sigue siendo considerado un simple bedel a las órdenes de los que realmente dirigen el cotarro.

La mesa del parlamento de Cataluña ha decidido rechazar la iniciativa popular para la celebración de un referéndum sobre la independencia de aquella comunidad autónoma. Mala notica, malísima, para millones de españoles que veíamos cada vez más cerca la posibilidad de deshacer la relación de vasallaje a que nos condena el nuevo estatuto catalán.

El motivo aducido para que los partidos representados en ese órgano parlamentario rechacen una propuesta aceptada el pasado mes de junio, es que la celebración de ese referéndum no cabe en la Constitución, lo que resulta una falta muy leve, pero tampoco en el nuevo estatuto, terrible olvido de los muñidores del texto, que no incluyeron un artículo específico regulando esta materia.

Esa es la razón, digamos, oficial, para que Convergencia y Unión y los eco-comunistas del tripartito den marcha atrás de manera tan vergonzosa. Los verdaderos motivos para este recule ignominioso son otros sobradamente conocidos. En primer lugar, es dudoso que esa consulta popular avalara la tesis independentista, según la cual, en Cataluña existe un clamor popular irrefrenable para separarse de España. La repercusión de la victoria de España en las calles de Cataluña es un síntoma de que incluso los votantes cautivos del PSC están bastante cómodos en la situación actual sin necesidad de aventuras institucionales de futuro más que incierto.

En segundo lugar es evidente que tampoco la clase política nacionalista, más allá de algún grupúsculo cada vez más marginal cuyos miembros tienen poco que perder pase lo que pase, tiene el menor interés en acabar con un sistema que beneficia económicamente a sus votantes y permite a sus dirigentes seguir ganando elecciones.

El Kerensky de Iznájar es el encargado de cumplir esa penosa función de administrar el discurso soberanista de sus socios con los intereses políticos y económicos de quienes prefieren seguir depredando del bolsillo común, que es lo que consagra el nuevo estatuto de Cataluña siempre que no se rompan definitivamente los lazos que permiten ese trasvase inagotable de fondos.

En la manifestación del sábado pasado, los honrados independentistas, los únicos que acudieron a esa manifestación creyendo en la sinceridad de las consignas oficiales, le dijeron a Josep Kerensky lo que opinaban de él. Triste destino el del cordobés, que reniega de sus orígenes para buscarse un hueco en la política catalana, y después de sus esfuerzos y traiciones sigue siendo considerado un simple bedel a las órdenes de los que realmente dirigen el cotarro.

Es tan inútil este Montilla que al final el referéndum para la independencia de Cataluña lo tendremos que convocar el resto de españoles. ¿Apuestan algo a que lo ganamos?


Libertad Digital - Opinión

Estado de desapego. Por Ignacio Camacho

Mientras el pueblo se agarra a los lazos emotivos de integración, la política acentúa el divisionismo.

EL fútbol proporciona alegrías pero no soluciona problemas. Toda la balsámica catarsis del Mundial, que ha supuesto para los españoles una satisfacción paliativa de un mal momento anímico, no puede arreglar por sí sola la dañada estructura económica e institucional del país, que sigue sometida a la presión de varias crisis superpuestas de las que la más grave no es la social sino la política, porque es la que bloquea las posibles salidas y corroe los cimientos de la vida pública. La Copa del Mundo ha inyectado autoestima en el cuerpo ciudadano y ha sacudido el derrotismo de una nación resignada al sufrimiento histórico, pero también ha manifestado la falta de sintonía entre las aspiraciones de la gente y las de su dirigencia. Mientras el pueblo se ha agarrado con fuerza a los lazos de solidaridad emotiva e integración nacional que ha propiciado la épica gesta futbolera, la clase política se empeña en acentuar el divisionismo y la fragmentación a contracorriente de la opinión colectiva.

El debate del Estado de la Nación puede ofrecer hoy un retrato significativo de esa crisis de sistema. La agenda política está dominada por dos cuestiones artificiales que ahondan la sensación de un desapego autista: el Estatuto catalán y el desencuentro de los dos grandes partidos en torno a la recesión social y financiera. El primer asunto no prevalece en absoluto entre las prioridades ciudadanas y el segundo constituye un creciente motivo de alarma. El liderazgo (?) de Zapatero ha naufragado en contradicciones oceánicas que han triturado su credibilidad, y aunque la alternativa del PP permanece en una indefinición que no alcanza a cuajar en un impulso de regeneración de energía, el problema esencial continúa consistiendo en la escalofriante irresponsabilidad de un gobernante entregado al aventurerismo experimental y a la improvisación de modelos fallidos que sólo sirven para retroalimentar el caos.

Como en esta clase de sesiones no se decide nada sustantivo el presidente va a recibir con toda seguridad una tunda generalizada, pero la situación de fondo no cambiará porque los nacionalismos desean prolongar en su beneficio la debilidad de un Gobierno exánime y desmayado, proclive a entregar, a falta de dinero, nuevas concesiones políticas derivadas de su concepto relativista del hecho nacional. Por evidentes que sean las señales de una demanda popular de liderazgos integradores y mensajes unitarios, el fondo del debate oficial sigue girando sobre los impulsos fragmentarios de un modelo al que la nación es ajena. La verdadera crisis es la de esta política colapsada por su incapacidad para reformularse, hermética a cualquier autocrítica, enclaustrada en un bucle de sucesivos fracasos. Alguien tiene que romper ese circuito viciado. El país que acaba de mostrarse orgulloso de sus valores merece la oportunidad de una esperanza.


ABC - Opinión

Cataluña. Más multas contra el español. Por José García Domínguez

"Lo del catalán", aclaro, es el millón de euros de multa con que José Montilla garantiza el inalienable derecho de los nacionalistas a no ser atendidos jamás en español.

Allá por el siglo XVI, y tratando de ingeniar algún modo de ganarse la vida, al licenciado Poza no se le ocurrió nada mejor que inventar la raza vasca. Surgidos sin mácula de Babel, a decir de aquel pícaro de Orduña, sus paisanos se habrían plantado en España limpios todos de la menor mezcla con las sangres impuras de judíos, mahometanos y demás ralea; una higiene étnica cuyo supremo aval lo constituía el uso del eusquera. Y tan estricta profilaxis, según su descubridor, era acreedora de un premio regio; a saber, la sustitución en los oficios de pluma (notarios, secretarios, administradores...) de los hebreos, legión en tales menesteres, por los más genuinos españoles de pura cepa, esto es, por vizcaínos como el mismo Poza, en realidad un converso. Tal que así, al tiempo que el antisemitismo y la obsesión por la pureza de sangre, iría en aumento la nómina de los vascos empleados en la burocracia imperial. Que de aquellos polvos, estos anasagastis.

Cinco siglos después, en el supermercado de la esquina, inopinada, una novedad me alerta de que el espectro del licenciado no ha de andar muy lejos. Las cajeras, los reponedores, también el encargado, inmigrantes sudamericanos sin excepción, han desaparecido del paisaje al súbito modo. Tan perpleja como yo, una clienta no tarda en revelarme lo sucedido. "Los han echado por lo del catalán", me susurra. "Lo del catalán", aclaro, es el millón de euros de multa con que José Montilla garantiza el inalienable derecho de los nacionalistas a no ser atendidos jamás en español. Una alergia gramática que acaba de ser elevada a rango de ley en el parlamento doméstico

Por lo demás, basta con entender apenas un párrafo de Argumentos para el bilingüismo, lúcido ensayo de Jesús Royo Arpón, para descifrar al punto el enigma lingüístico catalán. En concreto, éste:
El idioma, que estaba en las últimas y a punto de ser abandonado como un trasto inútil, de repente se tornó muy útil: funcionó como marca diferencial entre los nativos y los forasteros. Y eso, evidentemente, tenía consecuencias en cuanto al reparto de los bienes sociales, o sea, del poder (...) Los que tenían el catalán como lengua materna comenzaron avalorarlo como una marca entre ‘nosotros’ y ‘ellos’. Y el inmigrante lo valoraría aún más, como el medio para ascender un peldaño en la escala social.
Así de simple. Así de triste.


Libertad Digital - Opinión

Huelga insolidaria

OTRA vez la huelga de trabajadores del Metro de Madrid supone un grave obstáculo para la vida diaria de millones de personas.

OTRA vez la huelga de trabajadores del Metro de Madrid supone un grave obstáculo para la vida diaria de millones de personas. Crece la indignación lógica de los ciudadanos ante un planteamiento sindical de tono radical y con elementos puramente políticos, porque resulta difícil de creer que sea inaceptable la última propuesta de la empresa: una reducción del salario base del 1.5 por ciento, lo que supone una media de 30 euros al mes. Esta actitud insolidaria se suma a una violencia latente hacia los medios de comunicación que han sido insultados y expulsados de las asambleas en medio de una gran tensión. Por otra parte, aceptar el cumplimiento de los servicios mínimos no es una concesión generosa por parte de los huelguistas, sino el obligado cumplimento de la normativa vigente, empezando por la Constitución, que impide la práctica de una huelga salvaje.

Resulta muy sospechoso que unas organizaciones sindicales que han permanecido pasivas durante mucho tiempo ante la subida imparable del paro a escala nacional se muestren ahora intransigentes cuando se trata de un gobierno autonómico del PP. Los huelguistas han perdido toda su legitimidad ante los ciudadanos, ya que se trata de una reducción muy limitada de sus sueldos, justificada por la situación de crisis, frente a la cual no es lícito invocar el convenio colectivo como si fuera una ley inmutable y perpetua. La gente se indigna y busca soluciones para desplazarse por la capital de España en un ambiente de notorio malestar por una actitud que carece de justificación objetiva. Mientras llega la imprescindible ley orgánica reguladora del derecho de huelga, hay que cumplir las normas básicas del ordenamiento laboral que exigen una negociación leal que tenga en cuenta el interés general.

ABC - Opinión

Papelón cubano

Los primeros siete disidentes cubanos excarcelados por La Habana, que llegaron ayer a Madrid, atribuyeron el mérito del final de su tortura al sacrificio de otros compañeros de lucha por la democracia como el fallecido Orlando Zapata y el periodista en huelga de hambre Guillermo Fariñas, así como al trabajo del exilio cubano. Y tienen razón, aunque sería injusto no valorar también el compromiso humanitario de la Iglesia católica cubana en este proceso.

Estamos, sin duda, ante un episodio del que nos felicitamos. Que un ser humano torturado por defender la libertad la recupere aunque sea lejos de su patria es una buena noticia. Pero interpretar los hechos como un vuelco en el panorama en la isla e incluso como un síntoma de que la dictadura parece dispuesta a caminar hacia un escenario democratizador no responde a la verdad. En Cuba, poco o nada ha cambiado, y afirmar lo contrario es prestar un servicio propagandístico impagable a la tiranía. Los propios presos de conciencia que llegaron ayer a nuestro país recordaron que quedan «45 hermanos de los sucesos de mayo de 2003 y muchos reclusos en las cárceles de Cuba y en los hospitales». Además no hay decisiones de calado que indiquen que los hermanos Castro hayan decidido abandonar la senda que recorren desde hace más de medio siglo. La aparición de Fidel Castro en la TV del régimen ha enviado un mensaje nítido de que no están dispuestos a levantar la bota que ahoga al pueblo.

¿En qué se basan, por tanto, quienes abanderan una suerte de oportunidad en la isla-prisión? El ministro Moratinos debió responder antes de insistir ayer en que se «redefina» la relación de la UE con la isla al calor de las futuras excarcelaciones de todos los presos de conciencia, anunciadas por él mismo. Otra vez el ministro se equivocó en el fondo y en la forma. Estuvo tan ventajista como oportunista y, como es habitual, en sintonía con las posiciones del régimen.

¿Qué avance sustancial supone el que los Castro hayan excarcelado a quienes encerraron injustamente para condenarlos al destierro? ¿Qué garantías tiene el ministro de que Cuba dará pasos firmes hacia la democracia, las elecciones libres o la justicia independiente? ¿Sabe el ministro con certeza que los carceleros cubanos o la Policía secreta ya no torturan ni vejan? ¿Qué progresos verificables en materia de derechos humanos se han producido? Moratinos ha asumido un papel desagradable, ciertamente un papelón que la democracia española no se merece. No le sirvió para recapacitar el rapapolvo europeo contra su insistencia en acabar con la Posición Común durante la Presidencia española.

Y lo peor es que ha trasladado esa diplomacia indolente frente a Cuba a las relaciones con países tan poco recomendables como Irán, y que produce situaciones sonrojantes como que el Gobierno asegurara ayer resultados positivos en el caso de la ciudadana iraní Ashtiani horas antes de que el invitado de Moratinos, el ministro iraní Mottaki, negara la suspensión de la lapidación y defendiera las leyes islámicas. La diplomacia de un país serio no puede estar condicionada por prejuicios o afinidades ideológicas, pero el ministro es incapaz de asumirlo.


La Razón - Editorial

Un camino lleno de obstáculos hacia la privatización

Por muchas que sean las resistencias de los políticos –tanto del PSOE como del PP– frente a la privatización, la alarmante realidad en la que están inmersas estas entidades financieras es la que, más pronto que tarde, va a imponer la catarsis.

Coincidiendo con la publicación en el BOE del decreto de reforma de la actual Ley de Órganos Rectores de Cajas de Ahorros, la ministra Salgado ha anunciado este martes la intención de nuestro Gobierno de solicitar una prórroga en la aplicación de Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), vencido el pasado 30 de junio. No sabemos si la Comisión Europea accederá a la solicitud, pero lo que es seguro es que ninguna prórroga en este sentido va a evitar la necesidad de llevar a acabo un proceso de privatización de la mayoría de nuestras insalvables y politizadas cajas de ahorro.

Precisamente la reforma de la ley que entra hoy en vigor ha sido presentada como una puerta abierta a ese proceso de privatización, no sólo porque permitirá a las cajas poder emitir cuotas participativas, valores similares a las acciones, con derechos políticos hasta un máximo del 50% de su capital, sino también porque, en caso de intervención del Banco de España, la nueva ley establece que las entidades intervenidas traspasarán todo el patrimonio afecto a su actividad financiera a otra entidad de crédito a cambio de acciones de esta última y se transformarán en una "fundación de carácter especial", perdiendo así su condición de entidad de crédito.


Naturalmente esta reforma es una puerta abierta a la privatización que deja también a la vista numerosos obstáculos para la misma: en primer lugar, la limitación máxima del 50% del capital para poder emitir cuotas participativas supone un freno a la hora de atraer capital privado, dado que en ese caso el control seguiría estando en manos de los políticos. Asimismo, aunque las cajas pudan superar ese límite del 50% de participación privada si se convierten en fundaciones, es evidente que éstas seguirán siendo el cortijo de una irresponsable dirección política que continuará llevando a cabo sus tejemanejes con dinero ajeno. Y eso si acceden a dicho cambio de régimen jurídico, ya que debe ser aprobado por, al menos, dos tercios de su consejo de administración.

Con todo, por criticables que sean estos obstáculos hacia la privatización y por muchas que sean las resistencias de los políticos –tanto del PSOE como del PP–, la alarmante realidad en la que están inmersas estas entidades financieras es la que es, y más pronto que tarde, va a imponer la catarsis. Y es que ni la compra pública de acciones y cuotas participativas de supuestas "entidades solventes" ni ninguna prórroga del FROB va a "salvar" a estas entidades mientras sigan en manos de los políticos.


Libertad Digital - Opinión

Lecciones de patriotismo

Sin sesgo ideológico ni partidista, los ciudadanos han dado un paso para que ciertas cosas cambien en el futuro, como empezar a enfocar los problemas con un sentido nacional y solidario.

ES ingenuo pensar que la reacción social por la victoria de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica va a tener repercusión inmediata en la situación política del país o que va a provocar cambios en las relaciones entre el Gobierno y la oposición, que hoy se verán de nuevo las caras en el Debate sobre el estado de la Nación. Hay que manejar con realismo estas movilizaciones ciudadanas y admitir que sus componentes coyunturales no van a provocar una súbita reconversión de la clase política hacia actitudes más virtuosas de respeto recíproco y atención al bien común. Sería suficiente con que esa clase política reconociera que España no es exactamente como se ha venido reflejando en su forma de representarla, y menos aún en la forma de gobernarla actualmente. Desde hace unos años, el escenario político está dominado por propuestas de discordia que han enfrentado a unas comunidades con otras, que han irrumpido en la Historia con ánimo de revancha, que han levantado conflictos sobre el agua o las lenguas. El sentido de la Transición y el pacto constituyente han sido abandonados por una acción de gobierno orientada a la división ciudadana y a la segregación del Estado. Esta situación es resultado de decisiones y alianzas políticas muy concretas, cuyo objetivo era, precisamente, el debilitamiento de las estructuras nacionales, tanto políticas como históricas y sociales.

El valor de estos días de júbilo por el éxito mundial de la selección es el de rebatir a quienes han diseñado una España fragmentaria y desvertebrada como la fórmula de convivencia —o de mera coexistencia— para los próximos años. La reinvención de España como el residuo del Estado autonómico —o federal— es un fracaso, pero no como consecuencia de una impugnación política o jurídica, sino por violentar un sentimiento absolutamente mayoritario. La espontaneidad de las manifestaciones de apoyo a la selección y de la exhibición masiva de la bandera nacional debería ser un toque de atención al Gobierno para aprender definitivamente que hay una España dispuesta, como es lógico, a aceptar su diversidad interna, pero deseosa de que se comience a dar protagonismo a lo que la une. Sin sesgo ideológico ni partidista, los ciudadanos han dado un paso para que ciertas cosas cambien en el futuro, como empezar a enfocar los problemas con un sentido nacional y solidario, clausurando esta etapa de discordias territoriales y revisionismos históricos. No conviene exagerar sobre el alcance político de estas jornadas de alegría nacional, pero menos aún ignorar la autenticidad de los sentimientos de patriotismo y orgullo que han hecho vibrar a España.

ABC - Editorial