viernes, 19 de febrero de 2010

Debate inane. Editorial del MCRC

Los síntomas de esclerosis ejecutiva que hemos observado este último año han desembocado en el reconocimiento por parte de Zapatero de su propio desgaste: de la pérdida de la causa de gobernar o de la potencia vital para dirigir las aspiraciones de los gobernados. Ahora, ya, ni siquiera vanas palabras de satisfacción de sí mismo tratan de ocultar el estado de impotencia en que se encuentra para resolver la crisis. Así, atendiendo al sentido pactista del Estado de partidos, preconizado y recomendado por el rey para tiempos de turbación.

Zapatero pide y ofrece “consenso” a todos los grupos de la Cámara, con su mejor voluntad. Este bálsamo de Fierabrás del Régimen sería necesario para afrontar el conjunto de las reformas que requiere la crítica situación. Es decir, un Gobierno sin causa ni razón, quiere durar y sostenerse a costa de no gobernar.

La vida política se reduce a operaciones formales del poder, a pura tramitación de expedientes. Cuando Zapatero dice que “vamos a poner toda la carne en el asador”, lejos de tener la intención de realizar alguna acción sustantiva de poder, anuncia la formación de una comisión encabezada por sus lugartenientes: la vicepresidenta segunda, Elena Salgado, y los ministros de Fomento e Industria, señores Blanco y Sebastián, para que “emprendan un diálogo y una negociación con los diversos grupos”, con el fin de arbitrar medidas que despierten la inanimada competitividad de la economía española, fomenten la creación de empleo (aunque bastaría con que se frenase la destrucción), e impulsen ¡nada menos! que la “reactivación” del modelo productivo. Además, ahora que las arcas públicas están vacías, el Gobierno abriga la esperanza de recaudar más dinero luchando contra el fraude fiscal y derribando los tabiques de la economía subterránea, con lo que podría provocar un hundimiento completo.

Mientras, el jefe de la derecha estatal hace oídos sordos a la operación de socorro orquestada en la Zarzuela, y rechaza el pacto para no hacerse “corresponsable” de la irresponsabilidad gubernamental. Rajoy ha recordado las diferencias ideológicas aducidas, no hace mucho, por Zapatero, para no arrimarse al PP, concluyendo que lo que les separa son diferencias al asumir la realidad. Ajeno a ésta parece estar también don Mariano, cuando reclama una rebelión en las filas del PSOE a causa del desvarío de su patrón, como si no estuviera al corriente de la domesticación oligárquica de los grupos parlamentarios.


Movimiento Cívico República Constitucional

La economía irá a peor; que Zapatero llame a Rajoy

Las previsiones del Banco de España para este año son alarmantes y dejan en evidencia las últimas cifras dadas por el Gobierno.

LAS PREVISIONES económicas del Banco de España para este año son alarmantes, además de demoledoras para el Gobierno. De entrada, destrozan el discurso optimista que Zapatero exhibió el miércoles en la tribuna del Congreso. El organismo que dirige Miguel Ángel Fernández Ordóñez estima que España terminará 2010 con una caída del PIB del 0,5% (el Gobierno pronostica un retroceso del 0,3%). Con esos datos es imposible que el empleo, la principal preocupación de los españoles, pueda recuperarse este año. El Banco de España prevé además que la deuda pública seguirá disparándose. Calcula que crecerá 12 puntos respecto de 2009, para situarse en el 67% del PIB, récord histórico. Estos datos, a los que ha accedido EL MUNDO, forman parte del informe de previsiones que elabora la entidad y que presentará en la primera quincena de marzo.

Tales pronósticos chocan con la euforia mostrada por el presidente en el Parlamento, que le llevó a hacer afirmaciones del tipo «lo peor ha pasado ya», «el tren de la recuperación está próximo», «volveremos a crear empleo neto a finales de año» o «la evolución de la crisis no difiere del resto de la zona euro». Los cálculos del Banco de España apuntan justo en sentido contrario, es más, indican un empeoramiento de la situación en el segundo semestre por la desaparición de estímulos fiscales y la subida de impuestos. Dado que el PIB ha moderado su caída (bajó el 0,1% en el cuarto trimestre de 2009) y puesto que se prevé un efecto de anticipación a la subida del IVA en junio que mejorará los datos de crecimiento en el primer semestre, el pronóstico de que al final de año el PIB acabará descendiendo un 0,5 equivale a asumir que el segundo semestre será desastroso.

Es muy probable que Zapatero maneje esos datos y otros similares. Eso explicaría que ofreciera un pacto a la oposición. Si fuera cierto que la economía mejora y que empieza a verse la luz al final del túnel, políticamente no tendría sentido que el Gobierno diera protagonismo a la oposición, pues estaría haciéndole partícipe del éxito. Es precisamente porque las cosas están peor de lo que se dice por lo que Zapatero está obligado a contar con el PP.

Ahora bien, si el presidente quiere que su propuesta tenga credibilidad debería llamar hoy mismo a Rajoy para convocarle a una reunión, tal y como le han aconsejado en su gabinete. En esa entrevista deberían quedar claras dos cosas: que en la comisión para encontrar soluciones a la crisis no hay asuntos intocables (la reforma del mercado laboral, por ejemplo, tiene que estar incluida) y que los acuerdos que se cierren se llevarán al Parlamento, para que sean ratificados por la Cámara.

Si la invitación de Zapatero es sincera, no debería tener inconveniente en citarse con Rajoy; pero hay indicios para pensar que no va en serio. No se entiende que el portavoz del PSOE en el Congreso continuara ayer su ronda de contactos con los portavoces de la Cámara para buscar acuerdos contra la crisis, una iniciativa que se solapa con la comisión anunciada por Zapatero. Tampoco se sostiene que uno de los protagonistas de esa comisión, caso del ministro José Blanco, se despachase ayer con duras críticas a Rajoy, al que criticó por sus ansias de llegar al poder y calificó de «egoísta» y «codicioso». Extraño talante negociador.

Pese a todo, la vicepresidenta Salgado dio a conocer que el próximo jueves habrá una reunión de todos los partidos que marcará el inicio de las sesiones de la comisión negociadora. Sin embargo, esa cita no tiene sentido si antes Zapatero no se ha sentado con Rajoy para exponer con franqueza los datos de la situación de la economía y para fijar los términos de la negociación.


El Mundo - Editorial

Inspectores de Hacienda denuncian el desmedido afán recaudatorio de la AEAT al exigirles mayor presión sobre los contribuyentes

Nota de Prensa de los Inspectores de Hacienda

Photobucket Documento en PDF

Blanco, de «Pepiño» a «Don José». Por Mario S. Guillén & Erika Montañés

Cuando inició su carrera política en su Galicia natal no parecía que el ministro fuera a destacar.

Azote de controladores, buscador de acuerdos y favorito del presidente.

«¿Será usted, Don José Blanco, el próximo vicepresidente primero del Gobierno?». «Especular ahora con estas cosas me parece divertidísimo para los periodistas, pero muy incómodo para los que tenemos una tarea política y que lo único que nos preocupa es responder adecuadamente al trabajo que nos ha encomendado el presidente del Gobierno. Esas cosas no responden al deseo de nadie. Responden únicamente a la decisión de quien tiene que conformar un gobierno. No tengo ninguna aspiración distinta a cumplir con el trabajo que estoy desempeñando. No me planteo ningún reto más que hacer las cosas bien».

Es la última vez que a José Blanco, el vicesecretario general del PSOE, a la sazón «número dos» del partido, ha tenido que contestar a lo que ya va mutando de un mero rumor a una probabilidad más que certera para suceder a Rodríguez Zapatero como candidato a las elecciones de 2012. El primer paso sería medrar a la Vicepresidencia primera, y el siguiente escalón estaría casi servido para un político que comenzó siendo concejal y portavoz del PSOE en la localidad de la que es oriundo, Palas de Rey, en Lugo. Ya van más de dos décadas intentando quitar la alcaldía de Palas de Rey al PP.

El directo interrogante se lo trasladó ayer el periodista Carlos Herrera al ministro de Fomento durante una entrevista matutina en Onda Cero, y el repaso a la trayectoria imparable de este gallego estaba justificada la mañana en la que periódicos como ABC publicaban que hasta el propio ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, había hablado a las claras en los pasillos del Congreso: «El futuro es Pepe Blanco», le dijo Corbacho a Blanco tras conocer que en la nueva comisión negociadora anticrisis del Gobierno, Zapatero había dejado fuera a dos joyas de la corona: su «mano derecha» en el Ejecutivo y portavoz María Teresa Fernández de la Vega y el propio titular de Trabajo.

Segundo interrogante en la misma entrevista: ¿el futuro entonces es José Blanco? «Los mismos que ahora hablan de Pepe Blanco de forma elogiosa, hasta hace poco tiempo hablaban de "Pepiño" de forma despectiva. Ni me he creído lo primero ni me creo lo segundo». Y completó con otra frase gloriosa: «Son las paradojas de la vida política».

Se matriculó en Derecho en la Universidad de Santiago, pero sólo cursó el primer curso y abandonó.

Esas mismas paradojas reconocen su propia carrera política. Este concejal de una diminuta población entre 1991 y 1999, no ha llegado a ser nunca profeta en su tierra. No en vano, lleva más de dos décadas intentando arrebatar un puñado de votos al popular Fernando Pensado, y lo mismo volvió a ocurrir en las últimas elecciones municipales de 2007. «O Bruxo de Palas», como se apodó a «Pepiño» en su pueblo de manera esotérica, falló con su bola de cristal y no acertó en la quiniela de que el PSOE desbancaría al PP del Consistorio. Pero, como inconformista natural que es, disparó hacia otro lado.

Siendo uno de los pocos políticos que hoy por hoy y estando en primera línea de batalla no ha llegado a completar una carrera universitaria -de hecho, se matriculó en Derecho en la Universidad de Santiago, pero sólo cursó el primer año y abandonó-, su compromiso político se mantuvo inquebrantable y pasó de secretario general de las Juventudes Socialistas de Galicia, a presidente del Consejo de la Juventud gallega. Llegó posteriormente a la Ejecutiva del PSdeG-PSOE y consiguió la Secretaría General del partido en Lugo.

En las elecciones generales de 1989 fue elegido senador, posteriormente fue edil, coordinó el aterrizaje de Emilio Pérez Touriño a la Secretaría General del PSOE de Galicia en 1998 y, desde que el otrora alcalde de Vigo, Ventura Pérez Mariño, le puso en contacto con Rodríguez Zapatero, a Pepe Blanco se le iluminó el camino. Su mayor éxito político fue encumbrar al propio Zapatero, como parte del grupo Nueva Vía capitaneado por Jesús Caldera, Trinidad Jiménez o Juan Fernando López Aguilar.

Sus peores momentos: cuando repartía estopa todos los lunes.
El resto de la historia ya nos suena a todos: como hombre de confianza del secretario general, fue nombrado Secretario de Organización de la Ejecutiva federal del partido, puesto que ocupó entre 2000 y 2008. Ejerciendo de portavoz de Ferraz durante este tiempo, se dedicó a salir los lunes, tras la reunión de la Ejecutiva socialista, a repartir estopa contra el PP, a denostar a Aznar, primero y Rajoy, después, y sembró mucha discordia con su tono siempre duro entre los ciudadanos. Su popularidad cayó en picado. Así se demostraba en cada encuesta. Y es a esa época a la que se remite Blanco para hablar de sus peores momentos en política.

«Pepiño» comenzó su operación «lavado de imagen» en 2008, cuando fue nombrado vicesecretario general del PSOE como Alfonso Guerra
Todo cambió en 2008. Ahí comenzó la operación «lavado de imagen» y el ascenso meteórico, que pocos políticos han podido completar como él. En el XXXVII Congreso del PSOE (2008), Blanco fue nombrado vicesecretario general del PSOE, un puesto que sólo había ocupado anteriormente Alfonso Guerra, señal de la verdadera influencia que tiene Blanco en el partido. Fue el hombre elegido, además, para restañar heridas abiertas en el partido en Navarra y en su tierra, Galicia, una determinación que ha llevado a algunos a pensar que su futuro sería sustituir al secretario gallego Manuel Vázquez, que está de paso, para rebatir a Núñez Feijóo la Presidencia de la Xunta en los próximos comicios autonómicos.


Pero la progresión de Blanco está en la capital. Su nombramiento como ministro de Fomento el 7 de abril de 2009, dentro de una profunda remodelación del Gobierno, así lo demuestra. Blanco fue el hombre escogido para el departamento clave, el de la alta velocidad, las infraestructuras y los éxitos de popularidad, eliminando definitivamente a un elemento «discordante», Magdalena Álvarez. Nadie duda de que si la malagueña continuase siendo titular de Fomento, no estaría hoy en la comisión de Zapatero, en el sanedrín y núcleo de pesos pesados del Gobierno que pretende encauzar la salida de la crisis.


Su nombramiento como ministro de Fomento sorprendió a todo el mundo. Era tal el desgaste que había sufrido como secretario de Organización del Partido Socialista que nadie pensaba que José Blanco López fuera a estar a la altura de una cartera tan importante. A diferencia de su antecesora, Magdalena Álvarez, que había estudiado Empresariales, o de otros ministros de Fomento como Álvarez Cascos (ingeniero de Caminos, Canales y Puertos), Blanco no tenía formación universitaria ni fama de ser una persona preparada.

Sin embargo, el político gallego supo aprovechar la oportunidad que Zapatero le brindaba y coger por los cuernos el toro del Ministerio que más invierte, Fomento, un brazo armado del Estado de primer nivel y cuya labor es imprescindible en tiempos de crisis. Desde el primer momento supo ponerse a la clase empresarial a su favor prometiendo ambiciosos planes de inversión en infraestructuras (unos planes que ahora quedan en entredicho) para los cuales propuso un novedoso modelo de financiación público-privada que ya se ha utilizado con éxito en otros países. Pero Blanco sabía que el dinero no caía de los árboles y sus planes encontraron desde el primer momento el total apoyo del sector, ávido de inversiones públicas que le garantizaran flujo de caja.

Su batalla contra los controladores ha sido vista por la mayoría de los ciudadanos como justa.

Blanco demostró desde el primer día que el pragmatismo iba a ser su principal valor como ministro, recordando cosas como la importancia de que todas las administraciones públicas trabajaran juntas a la hora de realizar conexiones de infraestructuras (es decir que las inversiones se hicieran teniendo en cuenta dónde son más necesarias para la conexión del Estado), algo de sentido común pero no excesivamente repetido en los tiempos de bonanza.

Pero el gran respaldo de Blanco ha venido con el tema controladores. Su batalla contra unos profesionales que cobran de media 200.000 euros anuales ha sido vista como justa por la gran mayoría de los ciudadanos, y su «decretazo» a través del cual interviene la actividad de estos profesionales es una muestra de mano dura inédita hasta ahora en el Gobierno. Blanco justifica la intervención a los controladores en que son los menos productivos de Europa y que encarecen, por tanto, la navegación aérea en un país donde el turismo es un motor imprescindible.

Pero además, el ministro se ha destacado por, a pesar de no tener formación específica, ser el portavoz oficioso del Gobierno cuando se trata de medidas económicas. Él anunció que el Gobierno subiría los impuestos y también que se preveía retrasar la edad de jubilación a los 67 años. También fue don José Blanco el que primero mencionó «un ataque contra el euro y maniobras turbias», en una tendencia que desde el extranjero se tildó de «paranoica». De nuevo Blanco en el centro de la estrategia de comunicación económica del Gobierno.

Muchos critican que sea precisamente él quien haga estos anuncios tan importantes, pero hay que pensar que si Zapatero delega en él estas responsabilidades es por algo. «El futuro es Pepe Blanco». Y si se piensa que, por ejemplo, las próximas reuniones de la comisión que buscará llegar a acuerdos económicos se realizarán en Fomento, la casa de Blanco, parece que no vamos desencaminados.


ABC: Blanco, de Pepiño ..... a «Don José»

Resaca del debate. Por José María Carrascal

EL debate sobre la crisis dejó sensaciones agridulces en ambos bandos. Los socialistas salieron satisfechos de que Zapatero lograra sobrevivir a los errores que ha creado, mientras los populares se congratulaban de la rotunda denuncia que Rajoy había hecho de tales errores. El problema para ambos es ¿y ahora, qué? Porque la crisis sigue ahí, amenazadora. De Zapatero ya lo hemos dicho todo. Se ha equivocado de principio a fin de ella, y lo peor es que parece dispuesto a seguir equivocándose. Le pasa lo que al pastor y el lobo, sólo que al revés: ha anunciado tantas veces que la crisis no venía, que cuando anuncia que ha venido, nadie le cree. Y, menos aún, cree en las medidas que toma contra ella. Puede sobrevivir en el Congreso. Puede incluso sobrevivir en España, dadas las peculiaridades de nuestro país. Ya más dudoso es que pueda sobrevivir en las bolsas y mercados internacionales. Y con él, España.

Rajoy es otra cosa. Diría, incluso, la opuesta. No se pierde en argucias ni rodeos. Va derecho al grano. Su argumentación es diáfana; su verbo, contundente. Pero es más un orador parlamentario que de televisión, su punto flaco, pues la televisión es un medio resbaladizo, traidor, como les explicaré el día que la actualidad me deje un hueco. Hoy, me limito a señalar que Rajoy no da tan bien en pantalla como Zapatero y que no aprovecha las posibilidades que ofrece ésta, comenzando por su inmenso radio de acción y su ingrediente de espectáculo. Habla para los suyos, olvida al resto. Para mí, se equivocó al no presentar la moción de censura. ¿Que no contaba con los votos necesarios para ganarla? Ya lo sabíamos. ¿Que iba a perderla? Desde luego. ¿Que no tenía un programa alternativo, como le acusan sus adversarios? ¡Claro que lo tenía! Le hubiese bastado con presentar la lista de medidas enumeradas durante el debate. Y hubiese dado un golpe de efecto impresionante, desconcertando al contrario y demostrando a los españoles que está dispuesto a gobernar. Si espera a tener los votos necesarios o a que los diputados socialistas desbanquen a su jefe, mejor que se busque una silla y se siente. En España, es muy fácil gobernar y muy difícil hacer oposición, contra lo que generalmente se cree. Por eso los gobiernos se eternizan en el poder y si caen, es más por sus errores que por causas foráneas. Los españoles somos gubernamentalistas por naturaleza, no importa quién mande, de ahí que a la oposición le cueste tanto arrancar. Si quiere hacerlo, tiene que actuar con audacia e imaginación, aprovechando el menor error del rival, Zapatero los ha cometido a montones. Pero Rajoy no ha sabido aprovecharlos, creyendo que con denunciarlos, bastaba. Y en esta tierra de garbanzos, con denunciar los errores del gobierno no basta, tal vez porque los españoles, dando por descontado que todos los gobiernos se equivocan, votamos sólo a «los nuestros».

ABC - Opinión

Antipática confusión. Por M. Martín Ferrand

LA política española, en su conjunto y en sus porciones, se ha vuelto tan hostil y desagradable como un aeropuerto. Quizás sea que, al vaciar de contenidos los dieciocho parlamentos que debieran ser el centro de las confrontaciones y las divergencias, el sucedáneo de debate público que ha instalado la partitocracia se desparrama por todas partes y lo mismo llega a un campo de fútbol que a la capillita de una parroquia periférica. Se ha impuesto la confusión, imperan las malas maneras, el desprecio al adversario y al vecino y se impone la ignorancia de los asuntos y problemas que, verdaderamente, interesan a los ciudadanos. Aquí -como en los aeropuertos, ya digo- cualquiera puede explorarte los bajos por si llevas matute escondido, o requisarte la colonia y el desodorante. Le hemos perdido el respeto a la autoridad y la autoridad nos lo ha perdido a nosotros.

Después de dos años de una crisis que es auténticamente dramática en lo social y demoledora en lo económico, tras una solemne sesión del Congreso, el fruto tangible de la ceremonia es la creación de una comisión gubernamental que, junto con la oposición, estudie lo que ya debiera haberse estudiado y proponga los remedios que, desde la exigible responsabilidad del Gobierno, ya tendría que llevar unos cuantos meses de aplicación e, incluso, haber proporcionado algún fruto. El equipo de José Luis Rodríguez Zapatero, agazapado, trata de transferir a la oposición una cuota de su exclusiva responsabilidad y parte de la oposición, como los oportunistas raqueros de CiU, aceptan el reto por si la circunstancia pudiera ser útil a lo que dicen que es el interés de Cataluña.

Antíer, Mariano Rajoy apuntó en la Cámara la responsabilidad que, sobre la de Zapatero, recae sobre todo el Grupo Socialista y, aunque se trata de una incuestionable verdad democrática, el líder del PP ha tenido que soportar por ello el despiadado vapuleo con el que aquí solemos tratar a quienes se supone que nos representan. Si asumimos el parlamentarismo que proclama la Constitución -esa herramienta que unos usan para clavar y otros para aserrar-, lo correcto sería, en aras de la democracia interna en la que se ciscan nuestros partidos, que la primera instancia de censura al fracasado presidente del Gobierno fuera la de quienes le encumbraron; pero eso, tan británico, es poco celtibérico. Aminora el follón y no desparrama la basura.


ABC - Opinión

Aznar, insultante. Por Cristina Losada

Quien piense que fue Aznar el injuriado en esta historia, se equivoca y mucho: él ha sido el injuriador. Así contarán el episodio, qué digo, ya lo están contando, quienes han hecho del odio a Aznar el fundamento de sus actitudes políticas.

Una vez, en un tranvía de Varsovia, el filósofo Leszek Kolakowski escuchó la orden siguiente: "¡Avancen hacia atrás, por favor!". Aparte de los viajeros de aquel vehículo, parece que también oyeron y obedecieron la paradójica instrucción muchos pasajeros de la izquierda española. Sin embargo, ni el antifranquismo retrospectivo ni el republicanismo sobrevenido ni ninguna otra de las marchas hacia atrás que han emprendido nuestros regresistas desatan la furia de pasiones que concita la figura de Aznar. El paso del tiempo sólo las acentúa y así, en la Universidad de Oviedo, el ex presidente hubo de pronunciar una conferencia bajo un torrente de improperios, lo que afianza la sospecha de que la civilización se ha ido retirando de aquellas, otrora nobles, instituciones del saber.

A Aznar le llamaron terrorista y criminal de guerra y asesino, individuos que ingirieron sus primeras litronas con los aditivos intoxicantes que fabricó el PSOE para que las criaturas creyeran que el señor del bigote tiraba bombas para matar a niños en Bagdad y se relamía al hacerlo. Los reventadores del acto fueron, asegura El País, "un grupo de jóvenes", vaya la inocencia juvenil por delante, pero al igual que sus mayores son fieles a la perversa noción de que no hay más terroristas que aquellos que combaten el terrorismo. Si, como Aznar, son víctimas del terrorismo, con más motivo aún. Larga vida ha tenido aquella consigna –¡Vosotros, fascistas, sois los terroristas!– que resume el desorden moral de la izquierda ante el fenómeno del terror y, en particular, ante ETA.

Lejos de inclinar la cabeza y pedir perdón por existir, Aznar saludó a la hostil afición con un gesto que el periódico mentado califica de "insultante". Y es que para insultar, Aznar. Sus columnistas de guardia ya estarán afilando el cuchillo para resaltar cuán grosero fue el ex presidente y qué poco respeto mostró por la libertad de expresión de unos universitarios que ejercitaban su legítimo derecho a la crítica. Pues quien piense que fue Aznar el injuriado en esta historia, se equivoca y mucho: él ha sido el injuriador. Así contarán el episodio, qué digo, ya lo están contando, quienes han hecho del odio a Aznar y, en definitiva, del odio, el fundamento de sus actitudes políticas.


Libertad Digital - Opinión

Blanco y radiante. Por Ignacio Camacho

DE las ruinas del zapaterismo está emergiendo Pepe Blanco, quién lo iba a decir, como valido para escoltar y proteger a un presidente desnortado, superado por los acontecimientos y en sus horas más bajas. En un Gobierno quemado en pleno desbarajuste, presa del síndrome de burnout, el ministro de Fomento ha transformado su perfil de aparatchik partidista para vestirse con el traje de político de Estado; un proceso que retrata a una política y a un Estado en los que puede cobrar valor un dirigente sin formación académica cuyos méritos más estimables son una potente inteligencia emocional, una intuición natural para la propaganda, una notable capacidad de trabajo y un sensato reflejo de sentido común. En el erial achicharrado de una gobernanza sin rumbo, Blanco toma los mandos abandonados de la dirección socialista y le construye a Zapatero un andamiaje de emergencia para sostener lo único que queda de su proyecto: la fachada.

El equipo vicepresidencial es un trío de zombis. De la Vega ha perdido la confianza y vive al borde de un ataque de nervios, Chaves está en el umbral de la jubilación anticipada y a Elena Salgado le falta sintonía con el número uno, que la tiene desconcertada con sus bandazos de acróbata. En esos espacios sin ocupar se empieza a mover Blanco, favorecido por su dinamismo y su experiencia al frente del partido. Desde el Ministerio se está labrando una imagen alternativa a la del furioso azote sectario que los lunes bramaba contra la oposición y la maltraía a base de consignas y frases de laboratorio. El montaraz y belicoso Pepiño se ha transformado en Don José. Cuida a la prensa, traza consensos con los barones autonómicos del PP y adorna su retrato de eficacia con golpes de efecto como el de los controladores aéreos. El presidente confía en él porque forma parte de sus patas negras, domina la gestualidad publicitaria que es marca de la casa y aún conserva el control orgánico de un PSOE diseñado a su medida. Y además porque provoca en la derecha el suficiente rechazo para aglutinar a los suyos como un nuevo Alfonso Guerra.

Al encargarle coordinar su última ocurrencia, esa comisión anticrisis destinada a la muy zapaterista misión de aparentar soluciones, Zapatero le ha entregado una vicepresidencia de facto que permite efectuar proyecciones de futuro hacia la previsible remodelación del Gabinete en verano. Los especuladores de la capital hacen incluso prematuras cábalas sucesorias porque no hay nada que guste más en Madrid que remover intrigas. Lo cierto, lo constatable, es que el protagonismo de Blanco corre al alza y que crece su peso competencial como portavoz y escudero del presidente. Ha desplazado de golpe a De la Vega, Corbacho y hasta a Toño Alonso. Se le ve radiante, crecido en autoconfianza. Es de esa clase de personas que destilan por los poros su vocación de poder. Y detesta que le llamen Pepiño.


ABC - Opinión

La salida del bloqueo está en el calendario . Por Antonio Casado

La resaca del debate del miércoles confirma la situación de bloqueo político escenificada en dicho debate. Una situación no desmentida en absoluto por la puesta en marcha de ese doble emplazamiento oficial al diálogo, donde el anfitrión es el Gobierno, por un lado, y el grupo parlamentario socialista, por otro. Demasiado confuso como para confiar en que de ahí salga algo ni remotamente parecido a un pacto nacional contra la crisis económica. Ni lo sueñen.

Basta con reparar en la banda sonora socialista del día después. El estribillo nos recuerda que el PP sigue sin querer arrimar el hombro. El ministro Blanco, ex Pepiño, criticaba ayer “la codicia y el egoísmo de Rajoy, por no querer anteponer el interés general para salir de la crisis a su interés personal para llegar a la Moncloa”. Asimismo la banda sonora del PP insiste a todas horas en su enmienda a la totalidad de la política del Gobierno. “Después de dos años de Legislatura todo el mundo está de acuerdo en que así no se puede seguir”, decía más o menos a la misma hora Mariano Rajoy, añadiendo que en esas condiciones la única solución es que el Gobierno cambie de presidente o éste anticipe las elecciones generales.


El punto de bloqueo lo encontramos en la réplica del presidente del Gobierno: “Presente usted una moción de censura”. Ahí se cierra la secuencia porque ninguno de los dos quiere utilizar la respectiva herramienta disponible para este tipo de situaciones. A Rodríguez Zapatero le faltarían votos para ganar en las urnas. Y a Rajoy le faltarían escaños para ganar en el Congreso una moción de censura. Ninguno de los dos acepta ni aceptará la amable invitación al suicidio político que el adversario le propone. Es lógico. También es paralizante.

Además de elecciones anticipadas y moción de censura, queda otra posibilidad de desbloqueo. Me refiero al llamado Pacto de Estado, que nunca sería tal sin la firma de los dos grandes partidos. Pero también este camino se nos cierra porque eso no les interesa a ninguno de los dos. Por razones electorales, claro, aunque ambos compitan en la representación de la comedia. Farsantes, los dos. Si el PP firmase un pacto de Estado contra la crisis económica se quedaría sin discurso, que está basado en la confrontación. Y si lo firmase el PSOE se quedaría sin coartada para acusar al PP de no arrimar el hombro.

De modo que la farsa continúa con esa confusa ronda de contactos de los líderes políticos de doble anfitrión. En el caso del Gobierno, recibe la vicepresidenta Salgado, asistida en comisión por los ministros Blanco y Sebastián. En el caso del grupo parlamentario recibe el portavoz, José Antonio Alonso.

Detrás de la farsa, Zapatero y Rajoy no dejan de mirar el calendario. Ahí está realmente la clave de su respectivo futuro político. Ni en las elecciones anticipadas ni en la moción de censura. La clave está en la marcha de la economía durante el tiempo que queda hasta el agotamiento de la Legislatura. Si la recuperación llega antes de marzo de 2012, Zapatero volverá a tener posibilidades de reengancharse. Y si es al revés, será Mariano Rajoy quien gane la Moncloa. Y lo demás es marear la perdiz.


El Confidencial

Gore. Por Alfonso Ussía

No albergo intención alguna de iniciar una polémica con Al Gore. Polemizar con quien desconoce la existencia del contrincante es absurdo. No obstante, y por si las moscas, se lo digo: «Al, eres un caradura». Acaba de publicar un nuevo libro, con título sugerente: «Nuestra elección: Un plan para resolver la crisis climática». Al Gore tiene narices. Ha ganado el Nobel de la Paz, el Príncipe de Asturias y un Oscar. Le funciona el aparato perfectamente. Me refiero, claro está, al aparato propagandístico, que del funcionamiento del otro prefiero seguir en la ignorancia más absoluta. El título del nuevo libro de Al Gore es cómodo para adquirirlo en cualquier librería. –Buenos días–; –buenos días–; –¿Tienen ustedes el libro «Nuestra elección: Un plan para resolver la crisis climática», del profesor Al Gore?–; –lo tenemos. Como usted sabe, los derechos de autor son para las ardillas de Montana, los pingüinos de la Antártida y los buitres leonados de Herzegovina–; –Pues me llevo diez, por solidaridad–.

Al Gore critica a los «lobbies» energéticos, pero no al suyo. Afirma que la petrolera Exxon Mobil «pagaba 10.000 dólares por artículo que cuestionara el cambio climático». He escrito varios artículos cuestionando el cambio climático, y Exxon Mobil no ha tenido el detalle de enviarme ni un centavo. Cuando Gore publicó su primer libro, con título más apacible, «Una verdad incómoda», se supo que en su casa se consumía veinte veces más energía que la media, y que cobraba 200.000 euros por conferencia. Me molesta el último dato. Envidia, cochina envidia española. Mis conferencias salen abrumadoramente más baratas, y séame permitido el desahogo de decir que son mucho más interesantes y divertidas que las de Al Gore. Otra cosa que me preocupa de Al Gore es que cada día que pasa se parece más físicamente a Federico Mayor Zaragoza. En el aspecto, están entre Pili y Mili y los Hermanos Calatrava.

En su libro que no ha escrito, Al Gore arremete contra los que niegan el cambio climático y el calentamiento global. Pocos libros se van a vender –me ciño a España–, en la mayor parte de las provincias españolas, que este invierno han protagonizado un calentamiento global de tres mil pares de «eggs». Pero no se trata de reducir la controversia a las experiencias locales. Sucede que alguno de los gurús de Al Gore ha reconocido que ha falseado datos y publicado trampas perfectamente urdidas. Y que lo que tiene Al Gore no es una pasión por la energía blanca y todas esas vainas, sino un negocio formidable que le va viento en popa a toda vela. Y el que escribe textualmente «la sociedad tendrá que cambiar algo más que las bombillas» consume en su casa veinte veces más que en otra casa cualquiera, lo que da a entender la dimensión vertical y horizontal de la carota de Al Gore.

El libro de Al Gore es una cadena de tópicos y lugares comunes del ecologismo «sandía». El equilibrio se encuentra en el respeto hacia la hermana ardilla, el hermano cachalote y el hermano glaciar Perito Moreno, siempre que se acepte como principio incuestionable el mismo respeto hacia el hermano ser humano. Para Al Gore, que ha sido vicepresidente de los Estados Unidos, es más lamentable el desprendimiento de un bloque de hielo que los muertos por una guerra. Pero vende el tío. Un fenómeno. Corran y adquieran su último libro, si es que tienen cabeza para memorizar su título. Y es igualito a Mayor Zaragoza.


La Razón - Opinión

Obama nuclear

La nueva política estadounidense incidirá en la opinión mundial sobre la energía atómica

La decisión del presidente Obama de respaldar con avales públicos los proyectos de nuevas centrales nucleares en Estados Unidos, 30 años después de la construcción de las últimas en ese país, ha cambiado radicalmente los términos del debate sobre la energía nuclear, al menos en los países occidentales. La elección de Steven Chu, un prestigioso premio Nobel de Física, como secretario de Energía ya fue una señal elocuente del cambio que se iba a producir.

Chu se ha manifestado repetidamente como una persona preocupada por la protección del medio ambiente y sensibilizada ante las amenazas del cambio climático y, al tiempo, claramente partidario de promover la industria nuclear y afrontar nuevos desarrollos tecnológicos en este campo. Justamente, lo más llamativo del discurso de Obama es la complementariedad entre renovables y nuclear en el propósito de cambiar la estructura del aprovisionamiento energético de su país. Se ha mostrado a favor del despliegue de las energías solar y eólica, de las tecnologías de uso limpio del carbón, de la penalización de las emisiones de dióxido de carbono y de la necesidad de innovar en baterías y otros dispositivos de almacenamiento de energía para promover el coche eléctrico. Pero, al mismo tiempo, ha considerado que la nuclear es una fuente de energía libre de emisiones que merece la pena desarrollar, aún reconociendo que es preciso un esfuerzo especial en la gestión de los residuos radiactivos.

Los nuevos reactores nucleares son más seguros y eficientes que los construidos hace 30 años, aunque no disponen de las innovaciones que incorporarán los reactores de cuarta generación, todavía en fase de desarrollo, y éste es otro aspecto igualmente destacado por el presidente. Uno de los factores más poderosos detrás de esta decisión es la preocupación por la dependencia de las importaciones de petróleo y gas, así como por el posible retraso tecnológico en el campo nuclear con respecto a otros países, en particular Francia, Japón, India y, en el futuro, muy probablemente, China.

El instrumento elegido por Obama para proveer los avales anunciados es una ley de Bush que permite al Gobierno ofrecer garantías de crédito a los proyectos energéticos que contribuyan a la reducción de emisiones de gases contaminantes. Su compromiso con esta vía queda reflejado en el propósito de triplicar los avales para el próximo año fiscal.

De todas formas, antes de que un proyecto de nuevo reactor nuclear se materialice será preciso que la Comisión de Regulación Nuclear otorgue las licencias y los permisos pertinentes, lo que puede suponer una considerable cantidad de tiempo y recursos. De cómo evolucione esta primera etapa en los próximos años dependerá que se produzca un cambio en las perspectivas de la energía nuclear, sin olvidar que el problema básico es que se produzca paralelamente un cambio en la percepción pública. En Estados Unidos, claro está, pero también en el resto del planeta.


El País - Editorial

Una comisión para no hacer nada

España necesita reformas de calado, no meras tiritas. Un pacto como el que muchos sueñan probablemente acabara en un remiendo inútil. Hoy, el mayor escollo al que nos enfrentamos para iniciar la recuperación se llama José Luis Rodríguez Zapatero.

Acertó Mariano Rajoy cuando recordó este jueves que "cuando quieres que un tema se pudra, metes los papeles en un cajón o creas una comisión". Difícilmente puede ser otra cosa una comisión creada por Zapatero cuyo principal objetivo, por lo que parece, es pactar con los demás grupos de la cámara, no el principal partido de la oposición, las medidas económicas urgentes e impopulares que deberían ponerse en marcha. Una pantomima en la que, en un país con cuatro millones y medio de parados, brilla por su ausencia el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho. Si no es pertinente su presencia en esta comisión, sería el momento de plantearse si es adecuada su permanencia en el Gobierno.

En cualquier caso, la idea de que un pacto es imprescindible para sacar a España del marasmo en que se encuentra no es del todo precisa. Sin duda, sería más fácil para cualquier político diluir su responsabilidad con su principal rival y evitar el castigo de un electorado al que le dolería el pinchazo de la vacuna para sus males. Pero para que eso suceda tanto el líder del PP como el del PSOE deberían estar convencidos de que las medidas a tomar son imprescindibles y de que no existe otra alternativa. Parece menos aventurado decir que ninguno de ellos, a la vista de sus palabras y sus actos, lo cree así.

De no existir esa convicción, todo pacto terminaría en un conjunto de medidas descafeinado que no permitiría dar un vuelco a la situación de la economía española. De hecho, en nuestro país tenemos un buen ejemplo de la diferencia entre un pacto de este género y la actuación de un político convencido de que se pueden hacer las cosas de otra manera. Los pactos de la Moncloa, con toda su fama y con todo lo que se celebran, no fueron un éxito tan grande en términos económicos. Firmados en 1977, el parco crecimiento de los años 80 demuestra que las medidas no fueron tan lejos como deberían haber ido, seguramente por la necesidad de llegar a un compromiso que satisficiera a todos.

En cambio, la entrada de Aznar en el Gobierno como un elefante en una cacharrería, dispuesto a cambiar lo que fuera necesario para recuperarnos, sí supuso el inicio de una etapa realmente próspera de nuestra economía, cuyos frutos pudo disfrutar Zapatero durante su primera legislatura, por más que su ceguera voluntaria e ideológica le impidiera llevar a cabo las reformas necesarias para que España siguiera por el buen camino. Gracias a esos primeros años, Aznar tiene ahora la autoridad moral de criticar a Zapatero, la misma de la que carece el presidente del Gobierno –o, ya puestos, Felipe González– cuando abre la boca para hablar de economía.

España necesita reformas de calado, no meras tiritas. Un pacto como el que muchos sueñan sería la mejor solución en teoría, pero lo más probable es que acabara en un remiendo inútil. Actualmente, el mayor escollo al que nos enfrentamos para iniciar la senda de la recuperación se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Llegar a cualquier pacto con él que no implique una renuncia completa a la política que aun hoy defiende supondría un error garrafal, que no sólo se pagaría en las urnas, sino que ni siquiera serviría para ayudar a nuestra maltrecha economía. Rajoy ha tratado hasta el momento la comisión de Salgado, Blanco y Sebastián con el desdeño que se merece. Esperemos que no caiga en la tentación.


Libertad Digital - Editorial

Una crisis con forma de comisión

DESPEJADOS los primeros ecos del debate parlamentario, queda a la vista la inanidad de la principal propuesta de Rodríguez Zapatero ante el Congreso: crear una comisión interministerial. La tal comisión, que tiene dos meses para negociar con los partidos políticos, es una ampliación de la red de gestos que el Gobierno está tejiendo desde que comenzó la crisis para aplicar el principio de la peonza, es decir, movimiento sin desplazamiento. Aún no había terminado la ronda de reuniones convocadas por el PSOE con los grupos parlamentarios cuando el presidente del Gobierno anunció la puesta en marcha de otro proceso negociador. Esta política de ofrecimientos huecos es lo que explica la falta de acciones efectivas contra la crisis, habiéndose limitado el Gobierno a aprobar medidas meramente paliativas y de corto plazo, causantes de un temible déficit público y que, cuando cesen -ayudas al automóvil, plan de obras locales-, difícilmente van a ser sustituidas por actividades productivas desvinculadas de los fondos públicos.

Aun en el mejor de los casos, que sería que la mesa integrada por Elena Salgado, José Blanco y Miguel Sebastián lograra algunos acuerdos con otras fuerzas políticas, las nuevas medidas no se harán sentir hasta dentro de varios meses. Zapatero ha burocratizado innecesariamente la supuesta gestión de un pacto contra la crisis, garantizándose un tiempo muerto de entretenimiento a los grupos parlamentarios y una coartada para seguir acusando al PP de deslealtad. No hay motivo para extrañarse de que España sea el único país del G-20 aún en recesión y con la tasa de paro más alta de las grandes economías si la gran apuesta del Gobierno es una comisión instrumentada como un señuelo para ganar tiempo.

Sin embargo, esta comisión puede que sea relevante a otros efectos, porque es verosímil que haya sido una reestructuración encubierta del Gobierno, una crisis sin ceses. La ausencia de la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, responsable de la coordinación ministerial, es todo un síntoma de fin de ciclo en el Ejecutivo, lo mismo que el progresivo protagonismo de José Blanco y el descarte de Celestino Corbacho, ministro de Trabajo, a quien se le supone que algo tendría que decir en una comisión pensada para, entre otras cosas, combatir el paro. En todo caso, anticipe o no una crisis en sentido estricto -inevitable cuando acabe la presidencia europea-, esta comisión, por la forma en que se ha creado, refleja la urgente necesidad de Zapatero de aparentar iniciativas, aunque sean virtuales.


ABC - Editorial