viernes, 19 de febrero de 2010

Una comisión para no hacer nada

España necesita reformas de calado, no meras tiritas. Un pacto como el que muchos sueñan probablemente acabara en un remiendo inútil. Hoy, el mayor escollo al que nos enfrentamos para iniciar la recuperación se llama José Luis Rodríguez Zapatero.

Acertó Mariano Rajoy cuando recordó este jueves que "cuando quieres que un tema se pudra, metes los papeles en un cajón o creas una comisión". Difícilmente puede ser otra cosa una comisión creada por Zapatero cuyo principal objetivo, por lo que parece, es pactar con los demás grupos de la cámara, no el principal partido de la oposición, las medidas económicas urgentes e impopulares que deberían ponerse en marcha. Una pantomima en la que, en un país con cuatro millones y medio de parados, brilla por su ausencia el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho. Si no es pertinente su presencia en esta comisión, sería el momento de plantearse si es adecuada su permanencia en el Gobierno.

En cualquier caso, la idea de que un pacto es imprescindible para sacar a España del marasmo en que se encuentra no es del todo precisa. Sin duda, sería más fácil para cualquier político diluir su responsabilidad con su principal rival y evitar el castigo de un electorado al que le dolería el pinchazo de la vacuna para sus males. Pero para que eso suceda tanto el líder del PP como el del PSOE deberían estar convencidos de que las medidas a tomar son imprescindibles y de que no existe otra alternativa. Parece menos aventurado decir que ninguno de ellos, a la vista de sus palabras y sus actos, lo cree así.

De no existir esa convicción, todo pacto terminaría en un conjunto de medidas descafeinado que no permitiría dar un vuelco a la situación de la economía española. De hecho, en nuestro país tenemos un buen ejemplo de la diferencia entre un pacto de este género y la actuación de un político convencido de que se pueden hacer las cosas de otra manera. Los pactos de la Moncloa, con toda su fama y con todo lo que se celebran, no fueron un éxito tan grande en términos económicos. Firmados en 1977, el parco crecimiento de los años 80 demuestra que las medidas no fueron tan lejos como deberían haber ido, seguramente por la necesidad de llegar a un compromiso que satisficiera a todos.

En cambio, la entrada de Aznar en el Gobierno como un elefante en una cacharrería, dispuesto a cambiar lo que fuera necesario para recuperarnos, sí supuso el inicio de una etapa realmente próspera de nuestra economía, cuyos frutos pudo disfrutar Zapatero durante su primera legislatura, por más que su ceguera voluntaria e ideológica le impidiera llevar a cabo las reformas necesarias para que España siguiera por el buen camino. Gracias a esos primeros años, Aznar tiene ahora la autoridad moral de criticar a Zapatero, la misma de la que carece el presidente del Gobierno –o, ya puestos, Felipe González– cuando abre la boca para hablar de economía.

España necesita reformas de calado, no meras tiritas. Un pacto como el que muchos sueñan sería la mejor solución en teoría, pero lo más probable es que acabara en un remiendo inútil. Actualmente, el mayor escollo al que nos enfrentamos para iniciar la senda de la recuperación se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Llegar a cualquier pacto con él que no implique una renuncia completa a la política que aun hoy defiende supondría un error garrafal, que no sólo se pagaría en las urnas, sino que ni siquiera serviría para ayudar a nuestra maltrecha economía. Rajoy ha tratado hasta el momento la comisión de Salgado, Blanco y Sebastián con el desdeño que se merece. Esperemos que no caiga en la tentación.


Libertad Digital - Editorial

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