miércoles, 8 de diciembre de 2010

Anacronía en Wikileaks. Por Gabriel Albiac

¿A quién que no juegue a tomarse a sí mismo el pelo puede haber sorprendido lo que WikiLeaks ha filtrado?

INTERNET es el mundo, su calco a escala 1:1. Todo es visible en él. Lo que es lo mismo: nada en él es visible. Ni en mayor ni en menor medida que en el mundo físico. Y todo, al igual que en éste, debe ser descifrado. Es decir: todo engaña.

WikiLeaks es una herramienta. Sólo. Una de tantas como tiene a su alcance quien se mueva en la red con un poco de soltura. Parte del principio que hace a Internet extraordinaria: que un usuario privado, sin más medios que un portátil y la conexión wifi que le da la cafetería de la esquina, esté en condiciones de competir de tú a tú con el más poderoso —esto es, el más tecnologizado— de los poderes políticos, militares o económicos. Así son las cosas. Nadie sabe si esto durará mucho, pero desde que se inició la andadura de los jóvenes cerebros en la red, allá por el inicio de los noventa, nadie ha conseguido poner coto a su osadía. A mí, que veo en internet, sobre todo, el mayor dispositivo de cooperación académica y científica de la historia, confieso que estos chicos me cayeron siempre simpáticos.


No carece de riesgos, claro está, su envite. Bien menores, la verdad, si se comparan con las elementales aberraciones que a diario toleramos a los gobiernos. Al de China, por ejemplo, a la rentabilidad de cuyo mercado vimos rendirse a las naciones que participaron en sus sórdidos juegos olímpicos, en su arrasador control de la red telemática, en su boicot a un Premio Nobel al cual no juzgan simpático. Al lado de lo que dejamos pasar en China, Irán, Marruecos, Cuba, Venezuela, la mayor parte de África…, los excesos de los hackers son, seamos serios, una broma.

Y como broma hubiera sido lo lógico tomarse el alud documental de WikiLeaks. Porque, ¿a quién que no juegue a tomarse a sí mismo el pelo puede haber sorprendido lo que WikiLeaks ha ido filtrando? Si tomamos lo que se refiere a España, la cosa es especialmente cómica: que Zapatero es un chisgarabís, que a Moratinos lo trataban en Washington como al portero de un caudillo bananero de quinta o que el único de este gobierno de incompetentes al que no hay que perder de vista ni un segundo por si acaso es al oscuro Rubalcaba, son cosas que hasta la menos mundana monja conoce en su clausura.

Sorprende la sorpresa. O no, no sorprende, cuando uno sabe un poco a quién pertenece el rostro que hace de ella máscara. Todo vale en un mundo que ha borrado las fronteras entre información y análisis, entre realidad y deseo. Un mundo en el cual repetir en tono de solemne trascendencia huecas trivialidades, acaba por transmutar la nada en algo. Y por volvernos imbéciles.

Debiera sorprendernos, sin embargo, el arcaísmo con el cual se cierra este sainete. A Julian Assange no se le ha detenido por los gravísimos delitos de alta traición o de atentado contra la seguridad pública que se vienen exhibiendo desde que empezó su caza. Quizá porque, en ese terreno, es muy dudoso que exista materia penal. A Assange se le detiene por lo que en otro tiempo menos dado al eufemismo se hubiera llamado «asunto de faldas» y hoy «delito de género». Y un como eco lejano de los años más grises de la guerra fría —los del «caso Profumo», por ejemplo— retorna. Es el túnel del tiempo. Anacrónica ironía.


ABC - Opinión

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