jueves, 4 de noviembre de 2010

Poleo Party. Por Ignacio Camacho

Los sucedáneos del Tea Party sólo conducen a la agitación del espantajo ultramontano que necesita la izquierda.

EL Tea Party no existe en España ni podrá existir mientras en el Partido Popular no haya elecciones primarias, pero esto no evita que algunos traten de tomarlo como modelo para constituir grupos de presión destinados a entorpecer el proyecto de centro que trata de construir Mariano Rajoy (con graves errores tácticos, por cierto, como el de la ya célebre y pardilla entrevista-boomerang que la maquinaria propagandística de Rubalcaba ha convertido en arma arrojadiza). Desde que el aznarismo perdió su rumbo moderado para involucrarse en una deriva seguidista de los neoconservadores americanos, en la derecha española no han dejado de surgir intentos de desestabilizar el único discurso que ha sido capaz de levantar una mayoría social frente a la dominancia histórica de la izquierda, y que no es otro que el de una oferta de amplio espectro entre la socialdemocracia y el liberalismo. Cuando no ha sido desde el integrismo católico ha sido desde un alborotado fundamentalismo economicista o desde una interpretación cerrada y ultramontana del hecho nacional; a veces los tres vectores han convergido a la vez para sabotear la posibilidad de que el PP vuelva a ser el partido atrapalotodo —all catch party— que logró la única mayoría absoluta no socialista en treinta años de democracia. El destino del moderantismo español parece siempre sometido a la tensión de los propios demonios familiares de una derecha que no necesita adversarios para dilapidar sus escasas oportunidades de gobierno.

En un país sometido a la hegemonía moral e intelectual de un sedicente progresismo que identifica como tabúes los conceptos de conservador, derechista o incluso liberal, las encuestas señalan de modo recurrente el predominio de un electorado mayoritario que gusta de situarse a sí mismo en la definición de centro-izquierda. Con ese panorama la victoria de cualquier alternativa de corte distinto sólo puede producirse por abandono, renuncia o desengaño de los votantes del Partido Socialista, beneficiario del espectro político más solicitado. Cualquier acento «desacomplejado» —ése es el término que más gusta a quienes no son aficionados a refrenar sus impulsos extremistas— en el programa del centro-derecha desequilibra la percepción de la opinión pública hacia un temor antiautoritario que permanece en el subconsciente de la sociedad, y vuelve a movilizar la coalición de intereses que va desde el socialismo a los antisistema pasando por los nacionalistas. Las emulaciones más o menos sucedáneas del Tea Party sólo conducen a la favorable agitación del espantajo retrógrado que, bien agitado por una eficacísima propaganda, suele proporcionar a la izquierda la pintura que necesita para dibujarle al proyecto centrista un falso retrato de involución cavernaria.

En ésas estamos. Ganar elecciones siempre es difícil, pero cada cual está en su derecho de elegir el mejor modo de perderlas.


ABC - Opinión

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