sábado, 13 de noviembre de 2010

La fragua de Valeriano. Por M. Martín Ferrand

Endurecer con rigor las ayudas públicas a los desempleados al modo de Cameron, ¿será política activa o pasiva?

VULCANO, el de la fragua, tenía un pasar. Los dioses y los héroes del Olimpo se disputaban sus forjas, sus espadas y armaduras, tan brillantes como resistentes. Según le sorprendió Velázquez, recibía con frecuencia las visitas de Apolo y, si hubiera querido, hubiera sido el Gerardo Díaz Ferrán de su tiempo con gran alivio en el trabajo, dicho sea de paso, para el titular del juzgado madrileño número 12 de lo Mercantil. Su éxito, incluso social, fue tan grande que emparejó con Venus y, aunque la prensa del corazón y la televisión de un palmo más abajo rumorearon algunos escarceos de tan bellísima señora nunca fueron confirmados. Incluso Tannhäuser le dedicó un poema que lleva ocho siglos alimentando el espíritu del pueblo alemán. Y cabe preguntarse: ¿Llegaría a saber el patrón Vulcano lo que es una «política activa de empleo» como la que promete José Luis Rodríguez Zapatero, pregona el recién llegado Valeriano Gómez, negocia Mari Luz Rodríguez, la también sobrevenida secretaria de Estado de Empleo, y no asumen sus destinatarios?

Dando por supuesto, en función de la lógica —algo que no siempre admite la normativa laboral española—, que «política pasiva de empleo» es algo que consiste en subvencionar a los parados, bien sea con cargo a la Seguridad Social o a otros fondos públicos, ¿consistirá la política activa en la creación de empleo para poder cerrar el grifo de los subsidios que desangran al Estado, fomentan la galbana y convierten en ciudadanos de segunda clase a los parados? Endurecer con rigor las ayudas públicas a los desempleados al modo de David Cameron, ¿será política activa o pasiva?

No sé si Vulcano hubiera querido pertenecer a la CEOE y, mucho menos, si los fornidos trabajadores de su fragua militarían en CC.OO. o UGT. A juzgar por la musculatura del empleador y de sus empleados ninguno perdía mucho tiempo sentado en la mesa del «diálogo social», otro de los eufemismos al uso que ha generado el Estado de bienestar y, especialmente, la socialdemocracia rampante que lo pregona y enzarza. Ese «diálogo social» se rompió como primer y, seguramente, único efecto de la reforma laboral con la que el difuminado Celestino Corbacho volvió a donde nunca debió salir después de servirle de parachoques al presidente del Gobierno. Ahora trata de recuperarlo su sucesor y ayer reunió en el Ministerio a una representación de segundo rango de las centrales sindicales que, para evitar equívocos, se apresuró a decir que no dan por reabierto tal diálogo. Continuará. Mientras tanto, Vulcano sigue dándole al yunque con el martillo. No se puede permitir una productividad a la española.


ABC - Opinión

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