Ese sindicalismo piquetero, apegado a un viejo cliché industrialista, es casi un anacronismo social.
LO que importa no es tanto el fracaso de la huelga como el fracaso del modelo. Ese paleosindicalismo piquetero, vociferante, apegado a un viejo cliché industrialista, es un anacronismo en la moderna sociedad laboral. Tiene un problema importante de afiliación —15% en el sector privado— y de representatividad, y funciona apegado al imaginario obrerista del siglo XX. No ha conseguido integrar a los autónomos ni se preocupa por los desempleados, vive de fondos públicos, abusa de sus prerrogativas y mantiene una rancia identidad ideológica cercana al viejo concepto de las correas de transmisión de los partidos de la izquierda. La propia idea de la huelga general constituye un recurso en declive que los sindicatos no han sabido ver. El jueves lograron parar, aunque a base de piquetes, la industria y la construcción pero se les fue vivo el sector terciario: los servicios, el comercio, la hostelería, que son la clave del PIB nacional. A la Administración y el funcionariado, donde las centrales tienen su mayor porcentaje afiliativo, los habían quemado con la huelga fallida de junio. Y en su burbuja ensimismada no sólo se olvidaron del teletrabajo sino de que internet y las redes sociales pueden retratar en directo el paisaje social de una jornada como ésa: las imágenes de la coacción violenta han destruido la mitología del paro con el demoledor testimonio en tiempo real de una barbarie inaceptable en plena democracia.
Lejos de hacer autocrítica de ese bucle obsoleto en que andan encerrados, los dirigentes de UGT y Comisiones cerraron la huelga con un lamento victimista sobre su maltrecha imagen pública, y tuvieron la osadía de deslegitimar al Parlamento como fuente de representatividad… ¡en el cuarto país con más baja afiliación sindical de Europa! La gente les ha dado la espalda ignorando su órdago más potente y ellos persisten en una rancia retórica pancartera. Están defendiendo su statu quoen vez de aplicarse a la puesta al día de un modelo que exige una refundación urgente. Se enrocan ante las críticas como vestales de un derecho que nadie ha cuestionado; no es el fuero sindical ni su papel constitucional lo que está bajo sospecha, sino la forma en que ellos lo han convertido en un modo de vida ajeno a la necesaria función de interlocutores sociales. Zapatero, que se ha permitido el lujo de concederles un empate político donde ellos sólo han cosechado una derrota, que los trata con condescendencia por proximidad ideológica y por mala conciencia respecto a sí mismo, ha sido sin embargo el encargado de poner de manifiesto su irrelevancia. Ha pasado del proteccionismo al ajuste duro sin encontrar más respuesta que un paro malogrado que desacredita a sus convocantes. Y está mucho más preocupado por la oposición parlamentaria que por la sindical. Él sí sabe que los Gobiernos no caen por huelgas generales, sino por elecciones generales.
ABC - Opinión
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