miércoles, 20 de octubre de 2010

La ministra invisible. Por Edurne Uriarte

Cuando Elena Salgado se expone públicamente, es inevitable acordarse de aquella vieja maldad atribuida a Winston Churchill, «llegó a la puerta de Downing Street un taxi vacío y de él salió Clement Attlee». Una atinada imagen de la comparecencia ayer de una ministra llamativamente poco dotada para la labor política, nula en su oratoria, insegura en sus conocimientos, vacilante en sus gestos. De una torpeza tan acusada en su desempeño que es fácil imaginar la confianza que una comparecencia suya pueda generar en los agentes económicos.

Si es que queda a estas alturas agente económico alguno pendiente de las capacidades y de las decisiones de Elena Salgado. Ahora, tras unos presupuestos en los que, como le señaló Rajoy, lo que ayer se presentaba en el Congreso no era un debate de presupuestos. Era más bien el resultado de un cambalache con el PNV y CC en el que la ministra de Economía ni siquiera ha tomado parte. Más o menos como le ocurrió a Patxi López.

Ella fue la ministra obediente que Zapatero quería para gestionar la política económica a su manera y ahora es la ministra complaciente para cubrir el expediente económico de lo que no es sino un trámite para la prolongación de la estancia de Zapatero en La Moncloa. Con unos presupuestos que ahondan la desconfianza social, económica y política en el Gobierno, y no sólo por su contenido, sino por la naturaleza del pacto que los sostiene. Basado en el apoyo de dos partidos, el PNV y CC, que no creen en dichos presupuestos. Y que ponen de relieve, más que nunca en estos años de democracia, la brutal contradicción entre los intereses nacionalistas y los intereses generales.

Patético fue el intento de la ministra de justificación del acuerdo con el PNV. Volvió al 96 y exhibió un libro de Iñaki Anasagasti como cita de autoridad. Nosotros nos hemos vendido, pero ustedes, también, certifica Anasagasti.


ABC - Opinión

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