lunes, 25 de octubre de 2010

La lluvia fina. Por Ignacio Camacho

Rajoy considera que la necesidad de cambio ha cuajado en la opinión pública; su prioridad es no cometer errores.

A Rajoy se le viene encima un chaparrón pero sigue confiado en las virtudes de la lluvia fina. La composición del nuevo Gobierno barrunta una tormenta sobre el PP, con gran aparato dialéctico, político y probablemente policial. Van a volver las cuerdas de presos, las intentonas de cordón sanitario, los sms flamígeros, y en cada comparecencia de Rubalcaba brotarán bosquejos de un retrato tenebroso de la oposición: cavernaria, egoísta y vaga. Se aproxima un crescendo de la crispación que augura un semestre de tensión extrema y juego duro; una prueba de fuego más para el líder de la alternativa, en cuyo entorno más pusilánime está empezando a crecer la inquietud mientras el sector duro se relame ante la perspectiva de un pronto cruce de navajas. Pero el marianismoestá en otra cosa. Su estrategia va a seguir siendo de perfil bajo.

Con más de diez puntos de ventaja en el sondeo menos optimista, Rajoy no está dispuesto a entrar al trapo de la confrontación ni a exponer a debate prematuro el plan de ajuste seco que prepara en caso de ganar las elecciones. El gurú Arriola le ha desgranado el ejemplo del británico Cameron, que tiró casi treinta puntos por la borda en seis meses por anunciar sus medidas antes de tiempo. El equipo de cabecera del PP cree que el efecto revulsivo del nuevo Gabinete socialista se deshará si aguantan los primeros tirones y está convencido de que la ofensiva del tándem Zapatero-Rubalcaba será exclusivamente política y no mejorará un ápice el rumbo de la economía; llegaremos a 2012 con cuatro millones de parados y un crecimiento productivo nulo o mínimo. La prioridad de los marianistas consiste en no cometer errores que despierten el viejo demonio del miedo a la derecha.

Las claves del previsible vuelco electoral no están en la intención de voto, siempre volátil, sino en la percepción de agotamiento del proyecto socialista. Los ciudadanos han dejado de creer en la capacidad del PSOE como gestor de la crisis y una amplia mayoría —incluidos muchos anteriores votantes socialistas— dice tener más confianza en el PP para salir del pozo: el éxito económico del aznarismo ha dejado un sedimento de memoria colectiva favorable. Acaso consciente del poco entusiasmo que despierta su figura, Rajoy ha decidido apoyar su oferta en esa solidez corporativa. Considera que la necesidad de alternancia ha cuajado en el fondo de la opinión pública y que a los restos del zapaterismo no le esperan más que reveses políticos, electorales y sociales. Una marea de cambio en la que el aspirante cree poder resistir incluso un relevo del candidato adversario. Por eso no se va a mover de la oposición aburrida, de la estrategia paciente de lluvia fina que regó el triunfo de Aznar. Es una apuesta de riesgo porque en caso de perder otra vez, con todo a favor, no le bastaría con dejar la política: se va a tener que ir de España.


ABC - Editorial

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