martes, 5 de octubre de 2010

Gómez no quiere jugar al post-zapaterismo. Por Antonio Casado

En pleno subidón por el patinazo de Zapatero en las primarias socialistas de Madrid, la derecha política y mediática anuncia el principio del fin del zapaterismo. Quizás acierten tan vivarachos analistas pero no por lo ocurrido el domingo. Ya era lugar común levantar acta del declive del hombre del talante sin esperar el triunfo de Tomás Gómez sobre la candidata de Moncloa. Bastaba mirar la gestión de la crisis económica y el desplome del PSOE en las encuestas. En consecuencia, como precursor de la alarmante pérdida de credibilidad de Zapatero, el caso Gómez reproduce un síntoma tardío y, por tanto, innecesario. De efectos tan inútiles como mear en las cataratas del Niágara.

Más sofisticado es relacionar la decadencia del personaje con el principio del post-zapaterismo. Ahí ya se desliza un hipotético salto a la política nacional de Tomás Gómez. Aunque no lo dicen, porque puede ser verdad, piensan que ha nacido un líder, una estrella de la política, como aquel Barack Obama que dejó a todos boquiabiertos, empezando por Hillary Clinton, en el Arts Club de Chicago, cuando en mayo de 2004 recababa fondos para su campaña de candidato a senador por Illinois (Véase El Juego del Cambio, de Heilemann y Halperin).


Quienes ya venían manejando esa especie en vísperas del 3 de octubre encontraron sumamente significativo el hecho de que Tomás Gómez no mencionara a Zapatero en su discurso de ganador del domingo por la noche. Muchas vueltas le han dado a ese detalle. Sin embargo, no es ingrediente para ese caldo de cerebro. No había intención deliberada de ningunearle sino, bien al contrario, de preservarle.

«Ahora es Zapatero el que necesita el apoyo de Gómez. En Moncloa le han pedido que no contribuya a difundir la idea de que tiene premio llevarle la contraria al jefe»

Que el nombre de Zapatero no saliera a relucir fue un favor que le hizo Gómez, pensando justamente en quienes le han caracterizado como el hombre que dijo “no” al líder máximo del PSOE. Si le mencionaba para mal, les daba alas. Si le mencionaba para bien, sabiendo todos que Gómez no era su preferido, las carcajadas se hubiesen oído en Cartagena. El patinazo de Zapatero estaba demasiado cerca y había sido demasiado clamoroso. Así que lo mejor era el silencio, el tupido velo.

Tomás Gómez estuvo inteligente y le echó una mano. Ahora es Zapatero el que necesita el apoyo de Tomás Gómez y no al revés, como hasta ahora. En Moncloa le han pedido que no contribuya a difundir la idea de que tiene premio llevarle la contraria al jefe. Fue el Gómez generoso y leal el que decidió no mencionarle en la noche del triunfo. No el Gómez envalentonado que buscaba el ajuste de cuentas. Se trataba de no hurgar en la herida y no agitar ese caldo de cerebro de quienes no aceptan algo tan democrático como que sean los militantes, y no los jueces, quienes decidan sobre sus candidatos.

En ese sentido, elevo a definitiva mi conclusión de ayer. Al margen de Zapatero, o a pesar de él, la verdadera victoria de las primarias socialistas de Madrid ha venido a caer del lado de la marca, en términos de motivación y mejora de la autoestima de los socialistas madrileños. Perdió Zapatero pero ganó el PSOE. O, si se quiere, ganó la democracia y perdieron las malas prácticas, tales como el dedazo, la dictadura de los aparatos y el recurso a las estrellas invitadas por encima del escalafón.


El Confidencial - Opinión

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