miércoles, 8 de septiembre de 2010

¿Realidad o ficción?. Por M. Martín Ferrand

Mientras Mariano Rajoy solicita la ayuda del Apóstol Santiago, Rodríguez Zapatero está no se sabe dónde.

QUIZÁ no sea una casualidad que la temporada operística se inaugurara ayer, en el Teatro Real de Madrid, con Eugene Onegin. La música de Chaikovski, como el gris marengo o el azul marino, le cuadra a las circunstancias más diversas y la novela de Alejandro Pushkin, en la que se sustenta el espectáculo, es un trasvase permanente entre la ficción y la realidad. ¿Hay algo más próximo, mírese por donde se quiera —por el PSOE o por el PP—, al presente político español? Mientras Mariano Rajoy solicita la ayuda del Apóstol Santiago, José Luis Rodríguez Zapatero está no se sabe dónde. Desaparecido. Son dos formas paralelas de presencia mística y ausencia poética que, si se piensa mal —como debe de hacerse siempre en el análisis político—, no concluirá, como en el argumento de Pushkin, con un duelo a pistola entre Oneguin y Vladimir Lenski. Eso solo sería posible en un sistema verdaderamente parlamentario y no en el remedo partitocrático en el que nos hemos instalado.

Aquí y ahora, para nuestra desgracia, la teoría va por un lado y la práctica por otro. En el PP es todo un «ya veremos», algo todavía más tibio que un «Dios proveerá», que tiene el garbo de la invocación al destino y no se encasilla en la miopía de un líder. En el PSOE, y en el Gobierno, están trastocadas todas las funciones. Alfredo Pérez Rubalcaba, convertido en hombre orquesta, lo mismo sirve para, en usurpación de las funciones que les corresponderían a los tres vicepresidentes —políticas, económicas y territoriales—, negociar con el PNV mientras, casualmente y con la BBC a cargo del servicio de mensajería, unos etarras revestidos de fantoche anuncian un acontecimiento pasado y temporalmente coincidente con la nueva situación de Otegui, De Juana, Ternera y otros históricos de la banda.

En ese diabólico y teatral cruce entre la realidad que no se ve, que se intuye, y la ficción que se contempla de modo engañoso y artificial brotan los fantasmas. En el PP tiene más futuro Francisco Camps que Francisco Álvarez Cascos, en cruce vicioso de sus méritos pasados, y en el PSOE, también Rubalcaba —omnipresente, omnipotente y omnívoro— se encarga de armarle la tremolina a Tomás Gómez, un ingenuo que se tomó en serio el principio constitucional de la democracia interna en los partidos políticos y que, no contento con eso y en el error interpretativo de que «socialismo es libertad», se atuvo al reglamento sin esperar a convertir en propias las decisiones jerárquicas de sus mayores. De no ser porque Rubalcaba es un ministro de segunda mano, podría pensarse, siempre con maldad, que está haciendo el rodaje vicepresidencial.


ABC - Opinión

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