martes, 28 de septiembre de 2010

Marbella, ciudad sin ley. Por M. Martín Ferrand

Marbella es, en sus excesos, una muestra del modelo municipal en el que nos hemos instalado.

A Dodge City llegó el ferrocarril del mismo modo que el turismo llegó a Marbella. Dodge, en el Estado de Kansas y según nos contó Michael Curtiz, pasó a ser una «ciudad sin ley». Como Marbella, en la provincia de Málaga. Los americanos pudieron contar con Errol Flynn y aquí el privilegiado enclave turístico se convirtió en un congreso permanente de pícaros de todas las procedencias. Noventa y cinco de ellos, los que se engloban en el «caso Malaya», se sentaron ayer ante el juez y, sin prisas, dentro de un año o poco más, sus señorías ya habrán podido discernir quiénes son culpables. Para la opinión pública, antes de que empiece el juicio, inocentes no hay ninguno.

En Marbella, donde sin duda habrá siete hombres justos, optaron en su día por impulsar el «progreso» con lecturas libérrimas de las ordenanzas y subordinando la decencia a la eficacia. Ahí están los resultados. Lo verdaderamente alarmante es que la diferencia entre lo acaecido en la capital de la Costa del Sol y en otros emporios turísticos españoles radica únicamente en el descaro de quienes abordaron la tarea y en quienes la continuaron; los que ahora, salvo error u omisión, se sientan en el banquillo.


Marbella es, en sus excesos, una muestra del modelo municipal en el que nos hemos instalado y un ejemplo de la corrupción urbanística que, como método para la financiación de los Ayuntamientos, ha amancebado en demasiadas ocasiones a los ediles con los especuladores. No es una excepción aunque constituya un espectáculo que, cabe temerlo, nutrirá durante unos cuantos meses eso que unos llaman la televisión basura y otros entendemos como consecuencia inevitable de la conjunción de un modelo educativo penoso, unos medios informativos distantes de su responsabilidad y una sociedad complaciente a la que le va costando distinguir y separar el bien del mal.

En Dodge no solo tenían a Errol Flynn; sino que, además, Olivia de Havilland, la hija del editor del periódico local, se puso de su parte. En Marbella no hay sheriff y la estrella de la película, una notable tonadillera, también se sienta en el banquillo de los acusados, aunque resulte ridículo llamarle banquillo al asiento que ha de soportar casi un centenar de posaderas. Si no hubiéramos perdido, junto con la esperanza, el sentido crítico y el propósito de la enmienda, el «caso Malaya» debiera servir de estímulo para que quienes deben hacerlo, los distraídos representantes del pueblo español, abordaran una reforma profunda y simultánea del sistema electoral, la funcionalidad judicial y la financiación municipal. Los tres manantiales que nutren este desgraciado caso.


ABC - Opinión

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