martes, 28 de septiembre de 2010

Los trabajadores, entre el poder sindical y el adquisitivo. Por Antonio Casado

Ya lo dijo El Roto en un alarde de lucidez. El verdadero poder es el adquisitivo. Ni el Ejecutivo ni el Legislativo. Y mucho menos el Sindical, que mañana se pone a prueba reclamando a los trabajadores la renuncia al salario de la jornada. Como se sabe, se les descuenta a los huelguistas.

Hay muchos que no se lo pueden permitir. Y bastantes más que no quieren. Malos tiempos para pedir sacrificios a quienes aún disfrutan de un puesto de trabajo. Ya ocurrió con la huelga de funcionarios del pasado 8 de junio. Y puede ocurrir de nuevo mañana si el esforzado precalentamiento liderado por Cándido Méndez y Fernández Toxo, como parece, no cala entre los trabajadores. De los cuatro millones de parados, o los autónomos, a los que, al menos formalmente, no representan los sindicatos, mejor no hablar.

En aquella movilización, la de los funcionarios, fue notoria la falta de sintonía entre los sindicatos y trabajadores de la función pública. Justamente en un estamento laboral donde la tasa de afiliación sindical es prácticamente el doble que en el resto de la población trabajadora. Si aquello fue un campo de pruebas, no me extraña que algunos analistas afirmen que la huelga general de mañana sólo conduce a la melancolía. Por la escasa disposición de los trabajadores a secundarla. Y por la ausencia de objetivos concretos, más allá de exigir al Gobierno una rectificación y “otros caminos para salir de la crisis”.


Si al menos hablasen de objetivos políticos habría coherencia con las dos causas fundamentales esgrimidas para la convocatoria: la reforma del mercado de trabajo y los planes de ajuste. Ambas decisiones son eminentemente políticas. Y las dos se aprobaron en el Parlamento, donde el Gobierno se la jugó en aras de la salud económica de un país entrampado hasta las cejas.


Ahora se la juegan los Sindicatos. No acaban de percibir los trabajadores que la huelga general sea la mejor palanca de cambio que rectifique el rumbo del Gobierno. Y si de esa falta de motivación se deriva mañana el divorcio entre convocantes y convocados, podemos estar en vísperas de la catarsis que necesitan los Sindicatos para afrontar su modernización. Ese sí sería un efecto saludable de la huelga y un buen servicio a la sociedad.

Estamos en la cuenta atrás. Lo que ocurra en Madrid puede determinar el balance de la jornada. El Gobierno de Esperanza Aguirre ha impuesto unos servicios mínimos considerados abusivos por los sindicatos. Estos ya han anunciado que se preparan para incumplirlos. Sobre todo en los transportes. Una fuente de conflictos. Ya no hacen falta, como antaño, la visitas de los llamados “piquetes informativos” a los tajos para convencer a los indiferentes. Si los sindicatos consiguen que los trabajadores y los ciudadanos en general tengan dificultades para moverse, la apariencia de éxito compensará la sensación de fracaso. En el recuento de huelguistas no se distinguirán los que no fueron a trabajar porque no quisieron de los que no fueron a trabajar porque no pudieron.


El confidencial - Opinión

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