domingo, 12 de septiembre de 2010

La victoria en Afganistán

La determinación del secretario general de la OTAN al garantizar un resultado positivo de la misión afgana contrasta con la cicatería de algunos gobiernos aliados.

LA guerra de Afganistán comenzó hace ahora nueve años en Nueva York y Washington, con un ataque terrorista dirigido contra los principios esenciales de la civilización occidental. Entonces, y por primera vez, la OTAN invocó el artículo 5 de su carta fundacional, al declarar que el ataque contra territorio norteamericano era un ataque contra todos los aliados, lo que puso en marcha su mayor operación militar en un territorio remoto y extremadamente complejo. Conviene recordar el origen de la misión militar de Afganistán, en la que también combaten soldados españoles —casi un centenar de ellos lo han pagado con su vida—, para comprender mejor las razones por las que sigue siendo necesario llevarla a cabo y poner todos los medios necesarios para garantizar que sea un éxito. Como bien afirma el secretario general de la OTAN en la entrevista que ABC publica hoy, «la derrota no es una opción». En efecto, la posibilidad de que la organización militar más poderosa de todos los tiempos no sea capaz de alcanzar sus objetivos en un país que figura entre los más pobres del mundo sería catastrófica para su reputación y tendría consecuencias incalculables.

Hasta ahora, el sacrificio de soldados de la OTAN y países aliados que combaten en Afganistán no ha sido inútil, puesto que los terroristas y extremistas islámicos no han podido seguir utilizando su territorio para preparar nuevos ataques contra las sociedades occidentales. Sin embargo, resulta lógico que los ciudadanos de los países democráticos se interroguen sobre las dificultades —aparentemente insalvables— de una guerra cuya salida no se vislumbra a corto plazo. La determinación del secretario general de la OTAN al garantizar un resultado positivo de la misión contrasta con la cicatería de algunos gobiernos aliados que, como el español, se niegan siquiera a llamar a una guerra por su nombre, o que retrasan o evitan aportar los medios que requiere el mando aliado, porque piensan más en los criterios de política interna a corto plazo que en sus obligaciones e intereses estratégicos. Los dirigentes aliados, impulsados por la actual administración norteamericana, anunciarán en la cumbre del próximo noviembre la puesta en marcha del plan para transferir a las fuerzas afganas la responsabilidad de la seguridad en su país. En efecto, la OTAN no tiene ambiciones de permanecer indefinidamente en Afganistán, pero todos los países implicados en esa guerra deben hacer un esfuerzo para garantizar que esa transferencia sea segura e irreversible.

ABC - Editorial

0 comentarios: