domingo, 12 de septiembre de 2010

El candidato a candidato. Por M. Martín Ferrand

La crítica política pasa a ser pura ignominia cuando trata de ridiculizar al adversario.

TRINIDAD Jiménez y Tomás Gómez, tal para cual, aspiran a la presidencia de la Comunidad de Madrid; pero, mientras tratan de anularse entre sí, no dicen nada del programa para el cargo que ambicionan. Es uno más entre los malignos efectos secundarios de la partitocracia: la búsqueda del poder por su mera posesión. A tal punto hemos llegado en esa espiral degenerativa de la democracia que esta misma semana, en Radio Madrid, el secretario general del PSM se atrevió a descalificar a Esperanza Aguirre por el mero hecho de ser Grande de España y Condesa de Murillo. La crítica política, tan vivificante y depuradora cuando se acerca a la acción, y a la omisión, en una tarea de gobierno pasa a ser pura ignominia cuando, como ha hecho «el alcalde más votado de España», trata de ridiculizar al adversario —en este caso, «enemigo de clase»— por algo que para muchos es mérito y que no puede ser considerado como defecto.

Si Bibiana Aído no estuviera ensimismada en el muy limitativo entendimiento igualitario del socialismo, se hubiera precipitado a defender a la presidenta de la Comunidad de Madrid a la que, en negación de la igualdad, el tal Gómez quiere privar no del cargo, sino de su derecho a desempeñarlo por ser condesa. El botijo de la memoria histórica que impulsa José Luis Rodríguez Zapatero rezuma esas humedades. Ya es grave que «ser de derechas» sea presentado como un factor negativo en lo político y ridículo en lo social. No es mejor ni peor que «ser de izquierdas». Pero hace falta remontarse a lo más soez de la II República para encontrar alguien, como Gómez, clamando contra los títulos nobiliarios, hijos de la Historia, que vienen sucediéndose a sí mismos desde hace siglos. En el caso concreto de la condesa que tanto ofende a quien fue alcalde de Parla, el título, que corresponde a su marido, Fernando Ramírez y Valdés, procede de finales del XVII.

El recurso de la descalificación personal, tan frecuente en una democracia provisional, prendida con alfileres y con escasas posibilidades de cuajar en una Nación próspera y convivencial, es la medida de la pequeñez de quien lo practica. Cualquier crítica a Esperanza Aguirre —o a quien fuere— por su acción política será escasa; pero, simultáneamente, cualquier gesto de desdén o menosprecio a lo que no constituye materia pública ni se relaciona con las razones por las que fue elegida será excesivo. El candidato a candidato que parecía fruto de la democracia interna y no, como Jiménez, del dedazo presidencial, se ha puesto en evidencia. Su descalificación de Aguirre evidencia su incapacidad para el cargo que ambiciona.


ABC - Opinión

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