jueves, 30 de septiembre de 2010

Huelga parcial. Por Ignacio Camacho

El Gobierno regaló un piadoso empate a los sindicatos. El Zapatero de marzo le habría hecho huelga al de septiembre.

CON una huelga como la de ayer los sindicatos no están legitimados para exigir ningún cambio de política. Fue la menos intensa de la democracia y hubiese fracasado de plano sin la acción coactiva de los piquetes: muchos ciudadanos no fueron a trabajar porque no pudieron. La actividad laboral sufrió una baja sensible pero el país no dio en ningún momento sensación de parálisis. Como muestra de convicción resultó un fiasco y como demostración de fuerza pura quedó muy limitada a ciertos sectores. Tuvo éxito en la industria y en los mercados centrales, altibajos en el transporte —el estratégico Metro de Madrid funcionó por encima de los servicios mínimos— y un eco limitado o nulo en el comercio, la administración, los servicios y la enseñanza. El balance esperado: hasta ahí da de sí hoy por hoy el atrofiado músculo sindical, desgastado por el abuso de privilegios y anquilosado por la connivencia con el poder. El patético canto de victoria de sus dirigentes tenía más de autocompasión que de autocomplacencia; les faltó el mínimo de énfasis imprescindible para convencer incluso a sus partidarios.

Como era previsible, el Gobierno les regaló un piadoso empate de conveniencia y se negó a hurgar en la herida. Ya desde las vísperas era perceptible el pacto tácito de no agresión, fruto de una voluntad mutua de no hacerse daño. Zapatero quiere evitar la ruptura con la izquierda social y ésta siente reparos para apuntillarlo. La mala conciencia del presidente ante sus propias medidas de ajuste es una evidencia; cada vez que ha sentido un cierto alivio de la presión internacional sobre el precio de la deuda ha hecho algún gesto complaciente con el gasto social o la inversión, a riesgo de volver a incrementar la desconfianza de los mercados. Está llevando a cabo una política en la que no cree y se le nota. Por eso ayer, fiel a su estilo de apaciguamiento, se apresuró a tender la mano a las centrales sindicales. Todo el mundo sabe que su conciencia y su pensamiento están más cerca de los sindicatos que de su propia política actual de brazo forzado.

En condiciones normales, el Gobierno seguiría su camino de reformas libre de hipotecas sociales y los sindicatos tendrían que sentarse a negociar en baja. Sin embargo, existe la posibilidad real de que el presidente les conceda de nuevo unas prerrogativas que no se han ganado, porque le asusta la idea de un alejamiento de su base de apoyo. Probablemente al Zapatero pragmático y contorsionista le importen más las primarias del domingo que la huelga de ayer, pero a su avatar ideológico le escuece el comezón de compartir en el fondo las razones del conflicto. Su famoso carné de la UGT, el que dijo tener en la mesilla de noche, es como el espejo moral en que se mira sin acabar de reconocerse; el Zapatero de marzo le habría hecho huelga al Zapatero de septiembre.


ABC - Opinión

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