sábado, 4 de septiembre de 2010

Cuando piensa la oposición. Por M. Martín Ferrand

Tras la reunión, nos informó Rajoy que la crisis es grave. Para llegar a tan liviana conclusión, Toledo está demasiado lejos.

ENSEÑABA Sócrates, y así nos lo transmitió Platón, que el mayor de todos los misterios es el hombre. Y eso que el ateniense no conoció a Mariano Rajoy. El líder del PP se encerró un par de días con los grandes capitanes de su tropa política en el Parador de Toledo, un cigarral que se alquila por noches, y, tras el encuentro, estamos en donde estábamos en lo que al conocimiento del partido y sus proyectos respecta. Nos ha quedado, eso sí, una hermosa fotografía de recuerdo en la que el presidente del PP y sus ocho grandes lugartenientes aparecen delante de lo que podría ser una vista general de la ciudad o un cuadro de Benjamín Palencia, de cuando la Escuela de Vallecas andaba en mantillas.

Tras la reunión, nos informó Rajoy que la crisis que padecemos es grave. Para llegar a tan liviana conclusión, Toledo está demasiado lejos. Podrían haberse reunido en la calle Argensola, que les cae enfrente de Génova, y se hubieran ahorrado el viaje, la pernocta y el desayuno. Lo más notable del encuentro, según los voceros de guardia en el PP, son las cincuenta medidas anticrisis que, dicen, a lo largo de los próximos meses irán presentando en el Congreso y en el Senado para mostrarle al Gobierno una camino con el que «crear empleo y aumentar la renta de los españoles». ¿No sería más eficaz y provechoso, sin dejar que el tiempo insista en sus efectos devastadores, presentar ahora, a modo de programa electoral anticipado, ese medio centenar de ideas mágicas? Tal y como nos lo cuentan, ese catálogo de proyectos que el PP dice tener suena a canción infantil de guardería: «Tengo, tengo, tengo. Tú no tienes nada. Tengo tres ovejas en una cabaña. Una me da leche, otra me da lana y otra me mantiene toda la semana».

Lo más concreto que se deduce del cónclave toledano del PP es el anuncio de Rajoy de una iniciativa parlamentaria para que cada comunidad «tenga otras formas para gestionar sus televisiones autonómicas». La formulación es jeroglífica; pero podría querer decir, en traducción libre del rajoyano, que es partidario de privatizar las televisiones autonómicas. En su día ya dijeron eso mismo Esperanza Aguirre y Eduardo Zaplana y el resultado fue el incremento de los costes y del número de canales públicos en Madrid y Valencia. Los despilfarros y las ruinas no son privatizables. Lo que, desgraciadamente, establecen nuestras costumbres es que, por los más diversos y tramposos procedimientos, termine siendo el Estado, a través de cualquiera de sus Administraciones, quien se quede con las ruinas privadas. Lo inútil, costoso y pernicioso es mejor erradicarlo que transformarlo.


ABC - Opinión

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