sábado, 4 de septiembre de 2010

Crisis por descarte. Por Ignacio Camacho

Corbacho ha servido de mero adorno obrerista en un Gabinete sin pulso en el que todo el mundo lo ninguneaba.

CELESTINO Corbacho es una excelente persona pero no ha sido un buen ministro. Hombre sensato y moderado, aunque de escasa formación, ha servido de mero adorno obrerista en un Gabinete en el que nadie le hacía caso, y menos que nadie el presidente que lo nombró cuando aún se negaba a admitir la crisis y prometía pleno empleo. Ser ministro de Trabajo en una recesión es como ser enfermero en medio de una epidemia, pero Corbacho no ha podido ni siquiera aplicar cuidados paliativos a un mercado laboral desangrado por la hemorragia del paro. Simplemente no le han dejado tocar bola; lo desautorizaban por la mañana, por la tarde y por la noche, lo ninguneaban desde Economía, Industria y hasta Fomento, y lo ignoraban los estrategas de Moncloa. Zapatero lo eligió pensando en otra cosa: quería enderezar su propio error en política migratoria, cuyas consecuencias descargó cínicamente sobre un Jesús Caldera que no había hecho sino obedecerle. Ahora lo deja caer porque la huelga general necesitará alguna víctima propiciatoria (Aparicio lo fue en la de Aznar, en el mismo puesto) y porque le puede venir bien para llamar al voto de los trabajadores en el cinturón de Barcelona. Corbacho estaba incómodo, aburrido y desplazado. No pintaba nada, pero eso también le ocurre a la mayoría de los miembros de este Gobierno exánime.

Un Gobierno que Zapatero va a cambiar según sus necesidades electorales, a base de descartes, lo que augura otra nueva componenda en vez del equipo sólido del que necesita rodearse. Saldrá Trini Jiménez si gana en Madrid y acaso Moratinos si encuentra un mapa de Córdoba en el que aprenderse sus barrios para tratar de ser alcalde. De las mil razones objetivas que tiene para abordar una remodelación urgente y profunda, el presidente elige la más sectaria, mezclando los intereses nacionales y los partidistas como las piezas de un mecano; exactamente la actitud que las consignas socialistas reprochan de continuo al PP. Como táctica para disimular el fracaso de este Gabinete cataléptico no va a funcionar: al final tendrán que salir más ministros porque la mayoría ya son zombies que ni se coordinan ni se hablan ni se escuchan. El manejo de los tiempos presidenciales esta vez ha sido desastroso, y el retraso en los cambios amenaza con dejar sin margen de maniobra a los nuevos.

Aunque es probable que acabe de líder de la oposición catalana tras la previsible marcha de Montilla, Corbacho va a ser el primer ministro que abandone su puesto para ir de relleno en una lista autonómica; hasta ahora todos los que han transitado ese camino —de Chaves, que lo hizo de ida y vuelta, a Mayor Oreja o López Aguilar— eran al menos cabezas de cartel. Como la política es muy ancha y siempre acaba encontrando acomodo confortable a los desalojados, el criterio podría resultar beneficioso si fuese extensivo hasta la propia cúpula: quizá León se esté perdiendo un magnífico alcalde.


ABC - Opinión

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