Política de luz de gas a la opinión pública española para que acepte que lo que ha sido una nueva intentona de desestabilización de la ciudad autónoma española a cargo del ultranacionalismo marroquí se quede en un percance pasajero.
EL fugaz viaje del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, a Rabat se cerró sin la rueda de prensa conjunta con su homólogo marroquí, anunciada desde su departamento y que habría supuesto la escenificación de la «normalidad» en las relaciones entre España y Marruecos. En definitiva, habría sido la certificación de que en Melilla no ha pasado nada relevante. Tanto es así que Pérez Rubalcaba no paró un minuto en al ciudad autónoma, donde las funcionarias policiales han sido objeto de eslóganes humillantes y vejatorios por parte de agitadores marroquíes. Política de luz de gas a la opinión pública española para que acepte que lo que ha sido una nueva intentona de desestabilización de la ciudad autónoma española a cargo del ultranacionalismo marroquí se quede en un percance pasajero, irrelevante y, por supuesto, exagerado por la oposición.
No faltó tampoco la política de tapadillo por parte del grupo parlamentario socialista, que impidió ayer, durante la celebración de una sesión de la Diputación Permanente del Congreso, que el Parlamento recabe la presencia del ministro de Asuntos Exteriores y del propio titular de Interior para dar explicaciones sobre lo ocurrido con Melilla, algo poco coherente con la tesis oficial de que las relaciones con Marruecos son excelentes. De ser realmente excelentes esas relaciones, nada habría sido más fácil para el Ejecutivo que defender en el Congreso y ante la opinión pública una relación de tal condición con el régimen alauí. El Gobierno de Rodríguez Zapatero siempre se ha sentido en un plano de inferioridad respecto a Rabat y con ese baldón ha enfocado todos estos años su acción diplomática con Marruecos. Su silencio en el Congreso añade más incoherencia a su errónea estrategia.
ABC - Editorial
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