martes, 24 de agosto de 2010

Paro. Los nervios del Gobierno. Por Emilio J. González

Si el Gobierno quiere de verdad crear empleo y reducir tanto el número de parados como el de beneficiarios de las prestaciones por desempleo, lo que tiene que hacer es la reforma laboral de una vez por todas.

Al Gobierno le empiezan a entrarle las prisas. Las prisas por cuadrar el presupuesto y las prisas por crear empleo, dos cuestiones que van intrínsecamente unidas porque más puestos de trabajo supone menos pagos por prestaciones por desempleo y más ingresos tributarios. Así es que después de perder, no ya meses, sino años, mirando a otra parte, negándose a aceptar la verdadera naturaleza de la crisis y sus implicaciones, creyéndose que todo se iba a arreglar a base de gasto público o que otros desde fuera les sacarían las castañas del fugo, ahora le pasa como a los malos estudiantes, que ven cómo se les echan encima los exámenes de septiembre y, dado que no han dado un palo al agua en todo el verano, ahora están a ver cómo se las ingenian para evitar que se les venga encima un aluvión de suspensos. Pues con el Ejecutivo pasa tres cuartos de lo mismo.

Zapatero se ha negado en rotundo a pisar el acelerador en el proceso de ajuste presupuestario y ahora se encuentra con las críticas internacionales que, como la de Moody’s, señalan la debilidad de la posición fiscal de la economía española, sobre la que planea una nueva rebaja de la calificación de su deuda pública. Para complicar aún más las cosas, resulta que la economía alemana, que ha hecho sus deberes, crece con fuerza, lo que puede llevar al Banco Central Europeo a tener que subir los tipos de interés antes de lo previsto, lo que segaría de raíz cualquier atisbo de brote verde o de recuperación en las economías del euro más débiles, empezando por España. Y por si no fuera ya bastante con todo lo anterior, resulta que EEUU presenta signos cada vez más claros de volver a la recesión y de tener que afrontar un largo periodo de deflación, que sin duda afectaría negativamente a Latinoamérica y a los resultados de los bancos y empresas españoles con presencia al otro lado del Atlántico. Vamos, que todo apunta a un nuevo parón del crecimiento español, a una vuelta a la recesión y a la destrucción de empleo, a la imposibilidad de cumplir los objetivos de reducción del déficit y, por tanto, a que ese duro castigo de los mercados que ha venido planeando como una negra sombra sobre la economía española a lo largo de todo este año se materialice. Y eso puede suponer la suspensión de pagos e, incluso, la salida del euro. En resumen, una suerte de apocalipsis para la economía española.


¿Qué trata de hacer el Gobierno para evitarlo? De entrada, decirle a Blanco que de la subida de impuestos de la que habló este verano, nada de nada, porque no están las cosas como para deprimir aún más el ya de por sí maltrecho crecimiento de nuestra economía. Y, además, ponerse nervioso con los temas presupuestarios y laborales. Así, Corbacho, después de sacarse de la manga que los parados que rechacen cursos de formación perderían la prestación por desempleo, sobre todo los perceptores de la ayuda especial de 420 euros, ahora quiere reducir de cien a treinta días el plazo que los parados tienen para aceptar un puesto de trabajo o un curso de formación. Vamos, que el ministro del ramo ahora quiere poner a todo el mundo a trabajar por la fuerza, le guste o no, porque el Ejecutivo no quiere abordar las próximas convocatorias a las urnas ni con el frente presupuestario totalmente abierto ni con cifras de paro que son un verdadero escándalo. Por desgracia, sus intenciones no vienen acompañadas de las reformas necesarias para alcanzar esos objetivos, sino que pretende lograrlos poco menos que a martillazos.

Si el Gobierno quiere de verdad crear empleo y reducir tanto el número de parados como el de beneficiarios de las prestaciones por desempleo, lo que tiene que hacer es la reforma laboral de una vez por todas. Una reforma que incluya el abaratamiento del despido porque, como se está viendo este verano, la que aprobó recientemente no se está traduciendo en más contratos indefinidos ni en más empleo fijo. Una reforma que abarque también las condiciones por las cuales un parado puede rechazar un puesto de trabajo o un curso, así como una verdadera reforma de los servicios públicos de empleo, que no sirven para nada, al tiempo que se potencie el papel de las agencias privadas de colocación. Eso, por supuesto, implica desmantelar todo el sistema actual, a lo cual el Ejecutivo se resiste para evitar la confrontación con los sindicatos. Pero o agarra el toro por los cuernos, o aquí todo va a seguir igual, es decir, fatal.

Con el presupuesto ocurre tres cuartos de lo mismo. Si ahora tanto le preocupa, que recorte de verdad el gasto público y que meta en cintura a las autonomías y a los ayuntamientos para reducir cuanto antes el déficit y poder bajar los impuestos lo antes posible para, de esta forma, estimular el consumo y la inversión y, con ellos, el crecimiento y el empleo. Le guste o no a Zapatero, hoy no están las cosas para más Estado y menos mercado porque esta, su política, nos ha llevado a la grave crisis económica, fiscal y laboral actual. Dicho de otra forma, para salir del hoyo tan profundo en que nos hayamos inmersos es preciso que la Administración Pública se apriete el cinturón en muchos agujeros. Sólo así superaremos la crisis. Todo lo demás no es más que parches e improvisaciones a corto plazo que no conducen a nada y acaban degenerando en el nerviosismo de nuestras autoridades, uno de los peores estados de ánimo para gobernar, porque acaban por conducir de forma ineluctable al error.


Libertad Digital - Opinión

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