viernes, 13 de agosto de 2010

¿Se puede hacer peor?. Por José María Carrascal

Lo mejor que puede pasarle a Lissavetzky es que termine como ministro de un Gobierno con los meses contados.

MUY desesperado tiene que estar este hombre para elegir como candidato a la Alcaldía madrileña a alguien con siete consonantes, tres vocales y una letra que no es una cosa ni otra, en su apellido. Claro que, muy posiblemente, los madrileños no tendrán que aprendérselo, pues Gallardón lleva todas las de ganar. Eso se ahorran.

¿Cómo surgió una idea tan peregrina en el magín del presidente? Conociendo su corto vuelo y su gusto por los atajos, no es descabellado pensar que la causa de la selección haya sido que Lissavetzky ocupe la Secretaría de Estado para el Deporte. «¡Hay que aprovechar el triunfo de la Roja en el Mundial de Sudáfrica!», debió decirse el inquilino de La Moncloa. Y ya tenemos al titular del departamento deportivo compitiendo por la Casa de la Villa. ¡Con lo tranquilo que estaba él, recibiendo medallas en los estadios y enhorabuenas por todas partes! Pero, amigo, vivir junto a Zapatero es como vivir al lado de un polvorín. Cuando menos te lo esperas, estás volando por el aire. Que es donde están hoy Jiménez y Lissavetzky, imagino buscando la parte del cuerpo sobre la que caer para recibir el menor daño.


Porque querer trasladar los triunfos de la selección a Lissavetzky sólo cabe en una cabeza que confunde deseos con realidades. Si todavía Zapatero hubiese elegido a Del Bosque, bueno. Pero aparte de lo dudoso que alguien con tan buen sentido como el seleccionador nacional aceptase la oferta, está el hecho de que para la mayoría de los madrileños, Lissavetzky suena a defensa izquierdo traído del Este, que no ha cuajado.

Aunque la mayor desventaja tanto suya como de Jiménez es que vienen apadrinados por Zapatero. El presidente ha logrado generar desconfianza en todos los ámbitos de la población, incluidas amplias zonas de su propio partido, que le han visto entrar en sus asuntos internos como elefante en una cacharrería, algo que naturalmente resienten. Pero Zapatero parece haber perdido incluso lo que venía siendo su mejor y casi única arma: la finta, el regate corto, la zancadilla invisible, el gol fuera de juego, lejos de la mirada del árbitro, del linier y de buena parte del público.

Su «jugada madrileña» tiene así todo el aspecto de un jaque mate a sí mismo. Si Trinidad Jiménez gana las primarias de Tomás Gómez tendrá que competir con Esperanza Aguirre como la «candidata de Zapatero», ninguna recomendación con la que está cayendo. Si las pierde, el verdadero derrotado será el presidente. O sea que salga como salga, pierde. En cuanto a Lissavetzky, lo mejor que puede pasarle es que termine como ministro de un Gobierno con los meses contados. Y es que Zapatero no perdona las derrotas. Sobre todo, las causadas por él.


ABC - Opinión

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