viernes, 13 de agosto de 2010

Los niños de la estación. Por M. Martín Ferrand

Lo que hará imperecedero el nombre de José Blanco es un AVE que llegará a Santander, pero sin correr demasiado.

JOSÉ Borrel pasará a la Historia por haber sido, ya va para veinte años, el ministro de Fomento que inauguró lo que conocemos por Alta Velocidad Española, el AVE, un ferrocarril tan vertiginoso que dejó sin recreo ni entretenimiento a la señorita Adelina, La niña de la estación de Rafael de León que, según su propio padre, «era más cursi que un guante». En sentido contrario, lo que hará imperecedero el nombre de José Blanco es su último invento dedicado a Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria: un AVE que llegará a Santander, si es que llega, pero sin correr demasiado, despacito. Tampoco hay que precipitarse. Lo importante es quedar bien y ganar votos. Todo lo demás resulta accesorio y hasta innecesario.

Este Blanco es un personaje verdaderamente singular. Si los ecologistas tuvieran menos fijaciones con la fauna y la flora tradicionales, debieran luchar por su proclamación como especie protegida. Hasta donde alcanza la memoria, en su pueblo —Palas de Rei—, donde al parecer fue Witiza y no un oso quien mató a Favila, nunca ha nacido otro personaje tan singular y diferente, tan osado y dispuesto para el éxito, más sabio en el aprovechamiento de sus propias limitaciones y, simultáneamente, tan incapaz de recordar hoy lo que dijo ayer mismo. Especialmente si no le conviene lucir memoria.


Hace poco más de dos semanas y, según dijo, tras un acuerdo del Consejo de Ministros, Blanco nos anunció un severo recorte de 6.400 millones en las obras públicas en curso. Así lo exigían, razonó con desparpajo, la situación, el déficit, la contención de la deuda y las posibilidades presupuestarias. Ya no es así. Ha bastado que crucen el horizonte las Lágrimas de San Lorenzo para que el titular de Fomento, número dos del PSOE y gran maniobrero gubernamental, cambie de idea y reconozca que el recorte fue «excesivo». Se reanudarán algunas de las obras suspendidas por la insuperable necesidad que hemos superado en quince días.

Una dificultad, por grande que sea, siempre puede superarse a base de esfuerzo, tiempo y voluntad; pero, ¿tiene remedio la mentecatez? Cuando el miedo vuelve a los mercados con aires de convertirse en pánico y revive la crisis, sin más argumentos que el del propio desparpajo, un ministro del Gobierno cambia el horizonte de la inversión y el gasto y, lo que es todavía más alarmante, otra, que es además vicepresidenta y responsable de Economía, asiste al espectáculo, como la Adelina que citaba más arriba —«con un libro entre las manos/ de Bécquer o Campoamor»—, sin más susto que el de ver pasar el tiempo. Son los niños de la estación.


ABC - Opinión

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