domingo, 1 de agosto de 2010

Paradoja de una España que sangra por sus cuatro costados. Por Federico Quevedo

‘Cerrado por vacaciones’. El cartel se ha colgado ya en la práctica totalidad del país. Nos vamos, señoras y señores, a disfrutar de unos días de asueto porque, para qué nos vamos a engañar, nos lo hemos merecido después de un año de sustos y disgustos. Bueno, permítanme un paréntesis para decirles que este que suscribe seguirá encontrándose todas las semanas con ustedes, aunque sea desde las costas de Pontevedra, allá donde se pone el sol y se hace poesía el ocaso. Nos vamos, digo, porque tanta aflicción tiene que tener la recompensa de un descanso, pero lo hacemos con la incertidumbre de la vuelta y la certeza de que, lejos de percibir una mejora, lo que se anuncia son las siete plagas de Egipto en forma de un auténtico vendaval de temores que asolan este país. Un país que se desangra por sus cuatro costados, por el costado económico, por el costado político, por el costado social y por el costado institucional.

“Ya está el catastrofista anunciando todos los males”, pensarán algunos de ustedes. Pero no, de verdad, qué más quisiera yo que equivocarme, pero todavía recuerdo en los primeros compases de la crisis, incluso mucho antes, cuando algunos alertábamos de los nubarrones que se veían en el horizonte mientras el país se entregaba al regocijo de un crecimiento entorno al 4% y una orgía de gasto y crédito sin límites, recuerdo a aquellos que nos llamaban de todo, antipatriotas incluido, y ponían en solfa nuestras predicciones que no eran más que las predicciones que tímidamente empezaban a hacer ya los organismos internacionales.


Eran los mismos que se reían cuando denunciábamos que la espiral de tensión nacionalista que había puesto en marcha Rodríguez amenazaba con engullir el espíritu de la Transición y acabar con el modelo de Estado. “España no se rompe”, decían. Pues vaya si se rompe. Eran los mismos que primero querían convencernos de que con ETA se podía negociar a cambio de nada y, después, de que nunca más habría otra negociación… y en ambos casos nos mintieron. Eran los mismos que se reían de nuestras advertencias sobre la grave crisis social y que ahora esconden la cabeza cuando asoma la cifra de los cuatro millones seiscientos y pico mil parados. Eran los mismos que se rasgaban las vestiduras ante las denuncias de dirigismo en las instituciones y ahora se convierten en repentinos intérpretes de las sentencias de los Tribunales, incluido el Constitucional…

Congoja por el futuro

Este país, España, está viviendo su crisis más grave desde la Transición, y lo es porque se ha puesto en entredicho precisamente eso, la Transición y el modelo de país que surgió de la misma, hasta el punto de que difícilmente hoy podemos reconocernos en aquel espíritu de concordia y consenso con que se alumbró este periodo democrático. No es solo la crisis económica, lo he dicho otras veces, pero quizás ahora lo estamos viviendo con una intensidad mayor: es todo el edificio constitucional el que se está descomponiendo a marchas forzadas. España se va de vacaciones, ponemos el cartel de cerrado en nuestras tiendas, empresas, comercios, bares y domicilios particulares, sin la seguridad de que cuando volvamos podamos volver a abrir las puertas de nuevo. Nos vamos, es cierto, pero reconozcámoslo, lo hacemos con una congoja por el futuro como nunca antes habíamos sentido.

Y no es para menos. Encerrados en la burbuja deportivo-vacacional hemos podido perder un poco la perspectiva de las cosas, pero lejos de esa alumbrada recuperación que pronostica incansable el presidente, la realidad es que a la vuelta de verano nos enfrentamos a una nueva recesión y mayor aumento de paro, y a una nueva crisis de deuda motivada por la cada vez mayor dependencia financiera de los bancos españoles del crédito externo mientras el grifo al consumo interno se cierra más y más. La caída en las ventas de coches es solo un anticipo de lo que está por venir, y el aumento del paro en el segundo trimestre la constatación de que, lejos de los brotes verdes, lo que hay es un erial de desempleo en el que lo más grave es ese 40% de paro juvenil y esos 1.300.000 hogares con todos sus miembros sin trabajo.

Esa es la realidad de España, le guste o no a este Gobierno incapaz de lograr un mínimo de seguridad y de confianza en la población, y que cada vez se encuentra mas solo y a la deriva. A la sangría económica se une la sangría política. La ciudadanía ha perdido por completo la fe en sus dirigentes y lejos de ver en ellos la solución, solo ve problemas por su incapacidad para solucionarnos los nuestros y por su habilidad para crearnos otros nuevos. Eso es lo que ha venido haciendo Rodríguez estos seis años y medio, y ahora se manifiesta en toda su crudeza su política de ruptura y confrontación provocando la mayor crisis política que haya vivido este país, y miren ustedes que hemos vividos unas cuantas.

Replanteamiento del modelo territorial

Por si no fuera suficiente, y cuando parecía que el conflicto territorial reculaba gracias a los vuelcos electorales de País Vasco y Galicia, de nuevo nos hemos visto sometidos a la tensión provocada por la sentencia del Constitucional sobre el estatuto catalán y el desacato a la misma promovido por la Generalitat y el Gobierno español. Y es un asunto grave, más allá de la provocación taurina, porque ha puesto en evidencia la debilidad del propio Estado en la medida que su fortaleza se basaba en el acuerdo de los dos partidos mayoritarios. Una vez roto ese acuerdo, para prácticamente todo, el desafío al Estado se produce desde todos los ámbitos y solo recuperando el consenso de la Transición se podría volver a recomponer parte de lo demolido por Rodríguez, pero a día de hoy lo veo bastante improbable, y eso nos conduce inevitablemente a un replanteamiento del modelo territorial.

¿Porqué? Pues básicamente porque en estos años el nacionalismo ha ganado en poder e influencia hasta un punto en el que va a ser muy difícil volver a dar marcha atrás para cualquiera de los dos partidos llamados a gobernar España. Y la certeza de esa inevitabilidad produce también un profundo descorazonamiento. Las instituciones están en entredicho, y ni siquiera la Corona parece tener la suficiente fuerza de voluntad para imponer su criterio, probablemente porque Ella misma se ha dejado engañar y llevar a una situación de extrema debilidad agravada por la edad del Rey y la dificultad para que la ciudadanía acepte a su hijo del mismo modo que lo aceptó a él. Aun así, incluso los que no somos monárquicos pero creemos en la España Constitucional, nos vemos obligados a recurrir a la institución como una de las últimas salvaguardas del modelo democrático que nos dimos en el 78.

Pero incluso eso viene cuestionado por una profunda crisis social. La nuestra es una sociedad adormecida, que ha visto cómo se la maneja, se la exprime, se la dirige, se le imponen las cosas y se le recortan libertades sin haber movido ni un músculo en la defensa de sus derechos fundamentales. Se ha violado el derecho a la vida, y nada. Se han cuestionado elementos esenciales que constituyen el núcleo de nuestra sociedad, como la familia, y nada. Se han antepuesto los derechos de un toro a los derechos de un niño, y nada. Se ha destruido la cultura de esfuerzo y mérito y favorecido la del subsidio y la subvención, y nada. Aquí seguimos, casi cinco millones de parados, y nada. No pasa nada, salvo la esperanza de que en las próximas elecciones al menos se le dé un pasaporte al frío témpano de la oposición a quien ha provocado todo esto, pero incluso después seguirá sin pasar nada porque este país ha perdido sus referentes y se ha olvidado de sus principios y de sus valores.

Pero sí, nos vamos de vacaciones, y eso al menos debería servirnos para aprovechar la circunstancia y reflexionar. Yo les prometo no ser tan puñetero en próximas entregas, y alegrarles un poco más la vida antes de la huelga general de otoño, pero mientras tanto les recomiendo que no pierdan la perspectiva de las cosas y no se dejen llevar por los cantos de sirena de un Gobierno que naufraga irremediablemente y amenaza con arrastrarnos por el torbellino de su incompetencia, su ineficacia y su relativismo.


El Confidencial - Opinión

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