Es la sociedad enferma de nacionalismo la que debe reinsertarse en la comunidad civilizada de la libertad.
SIEMPRE es motivo de alegría la detención de un etarra, y mucho más cuando está acusado de crímenes de sangre. Pero perdonarán que algunos sintamos una alegría especial al ver esposado y escoltado por la Erztaintza a ese tal Gurutz Aguirresarobe, aún presunto asesino de Joseba Pagazaurtundúa y probablemente también de Manuel Giménez Abad. En los siete años desde el asesinato de Pagaza en Andoaín no se habían tenido noticias sobre sus verdugos, y muchos eran los temores de que este caso entrara finalmente en ese saco de los crímenes no resueltos de ETA. Que no son pocos e inducen siempre al desasosiego por la certeza de que los asesinos andan sueltos. En el caso de Pagaza concurren otros elementos que hicieron especialmente trágico y repugnante el crimen. Por un lado, la convicción de la víctima —expresada una y mil veces a amigos y autoridades— de que le iban a matar. Por otro, la miseria moral de los entonces responsables de Interior en el Gobierno vasco, pero también de notables de su partido, el socialista, que hicieron oídos sordos a sus llamadas de auxilio. Háganse un favor todos y compren el libro «Vidas rotas» (Espasa), que recoge la historia personal de las 857 víctimas mortales de ETA en medio siglo. Es un monumento a las víctimas. Pero también un acta de acusación. Contra los terroristas, pero también contra la sociedad vasca —y la española en general— y contra tantos políticos que han sabido convivir con el terrorismo cuando no aprovecharlo en beneficio propio. El capítulo sobre Joseba es desgarrador. Revela el grado de soledad e indefensión en que vivió los últimos años y meses de su vida, en los que llamó a mil puertas. Pidiendo por su vida. Inútilmente.
Ahora tenemos al miserable que lo mató. Y su identificación crea interrogantes que podrían resultar incómodos a más de uno. ¿Quién es? Buen comedor, trabajador, jugador de rugby, educado y amable, poco bebedor, sanote y pronto papá. Un jatorra que diríamos allí. Perfectamente socializado. Si el objetivo máximo de la cárcel es la reinserción, se la pueden ahorrar al mocetón. Está mucho más integrado de lo que nunca estuvo Joseba, ignorado, difamado y asesinado. En Hernani gobiernan —gracias al fiscal general del Estado y al presidente del Gobierno— los etarras de ANV. Lograron casi el 50 por ciento de los votos, defendiendo el asesinato de Joseba. Puede la Policía pedirle ahora mismo al asesino amable que firme esa cartita con la que el ministro Rubalcaba justifica beneficios a otros asesinos etarras. ¿A que la firma? Queda así en evidencia todo el discurso tramposo del ministro. Porque los asesinos están insertados. Es la sociedad enferma de nacionalismo la que debe reinsertarse en la comunidad civilizada de la libertad y la compasión. Para lo que debe abolirse la impunidad vigente. Significa que el asesino sociable, todos los asesinos etarras, han de cumplir todas sus penas hasta el final. Quien mate debe saber que acaba con dos vidas, la de la víctima y la propia.
ABC - Opinión
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