Jiménez tendrá la oportunidad de repetir la espantada que protagonizó como aspirante a la Alcaldía madrileña.
LOS rumores preceden a las noticias como lo hacen los balones que irrumpen en una carretera a los hijos atolondrados de padres distraídos. A veces los rumores no son auténticos; sino globos sonda con que los estrategas de los partidos experimentan sus cócteles electorales para, con más procesión de la que marcan las exploraciones demoscópicas, comprobar la idoneidad de algún candidato, la oportunidad de alguna propuesta y, cada día más en lo que respecta a los dos partidos principales, la conveniencia de alguna nueva ambigüedad que ensanche el espectro que ambos precisan para alcanzar la mayoría que tiende a negarles el instinto de conservación del electorado.
Ayer, ignoro si como confirmación de un rumor o como globo sonda que evalúe la potencialidad del personaje, El País anunció en primera página, con honores de primicia informativa, que «Trinidad Jiménez se perfila como candidata a la Comunidad de Madrid». A mayor abundamiento, la primera doble página de su información sobre España estuvo dedicada a la hagiografía de la todavía ministra de Sanidad y, por lo que se ve, pronta sustituta de Tomás Gómez a quien, en razón de la democracia interna de la que, quizás para despistar, presume el PSOE, correspondería enfrentarse a Esperanza Aguirre cuando llegue la hora de las urnas autonómicas.
Ayer, ignoro si como confirmación de un rumor o como globo sonda que evalúe la potencialidad del personaje, El País anunció en primera página, con honores de primicia informativa, que «Trinidad Jiménez se perfila como candidata a la Comunidad de Madrid». A mayor abundamiento, la primera doble página de su información sobre España estuvo dedicada a la hagiografía de la todavía ministra de Sanidad y, por lo que se ve, pronta sustituta de Tomás Gómez a quien, en razón de la democracia interna de la que, quizás para despistar, presume el PSOE, correspondería enfrentarse a Esperanza Aguirre cuando llegue la hora de las urnas autonómicas.
El diario oficial del felipismo e intermitentemente oficioso del zapaterismo publicaba un bellísimo y gigantesco retrato de la posible candidata a la Comunidad de Madrid. En la penumbra, como una madonnarenacentista, la ministra que ha conseguido con sus campañas antitabaco elevar el consumo de cigarrillos en España, era una proclama —una fáctica apertura de campaña— para unas elecciones en las que, con su acostumbrada parsimonia, el PP todavía no ha proclamado su cabecera de cartel; pero en las que, si se confirma como candidata la actual presidenta Aguirre, Jiménez tendrá la oportunidad de repetir la espantada que, en desacato a los electores, protagonizó cuando, como aspirante a la Alcaldía madrileña, fue ampliamente derrotada por Alberto Ruiz-Gallardón. Lejos de asumir la responsabilidad que le encomendaron los votantes, la de jefe de la oposición, salió corriendo en busca de mayores glorias y menores servidumbres.
Lo único que queda claro en estas anticipadas maniobras electorales socialistas es que, si se confirma la candidatura de Jiménez, en desprecio a Gómez y a las bases del PSM, estará cantado el cambio de Gobierno que José Luis Rodríguez Zapatero tendrá que abordar para que, sola o en compañía de otros, la titular de Sanidad pueda entregarse a su campaña.
Lo único que queda claro en estas anticipadas maniobras electorales socialistas es que, si se confirma la candidatura de Jiménez, en desprecio a Gómez y a las bases del PSM, estará cantado el cambio de Gobierno que José Luis Rodríguez Zapatero tendrá que abordar para que, sola o en compañía de otros, la titular de Sanidad pueda entregarse a su campaña.
ABC - Opinión
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