Schmidt era tan anticomunista como antinazi. Enemigo de todos los totalitarismos.
EN estos días de frustraciones, cuando no humillaciones para los demócratas y para el Estado de Derecho en España, es conveniente, para evitar la desesperación, mirar hacia otra parte. En el sentido de buscar consuelo fuera de esta anomalía en que se ha convertido nuestro país bajo Zapatero y su tropa de torpes prestidigitadores. Recordemos a un hombre de Estado. Corremos peligro de olvidar que esta figura existió aquí y aún existe fuera de nuestras fronteras. Aunque no crean que tampoco muchas. El hombre es Helmut Schmidt, que, cerca de cumplir 92 años, ha sido elegido como máxima instancia moral de Alemania en una encuesta realizada por el semanario Der Spiegel. El 84% lo considera un político ejemplar y autoridad moral. El «fenómeno Schmidt», llama esta revista política al hecho de que casi treinta años después de abandonar la Cancillería los alemanes profesen tan inmenso respeto y admiración por este anciano hanseático. Schmidt nunca fue un político simpático. En realidad nunca quiso serlo. Su antecesor, Willy Brandt, era un encantador de serpientes. Él, con su sobriedad norteña, pecaba más de escatimar que de regalar sonrisas. Cuando en 1982 los liberales rompieron con su partido, el SPD, para aupar al poder a Helmut Kohl, Schmidt abandonó la Cancillería sin un mal gesto. Demasiado duros habían sido sus años de gobierno como para aferrarse al despacho del Kanzleramt en Bonn, donde tan duros momentos pasó. Allí sufrió los brutales ataques del terrorismo de la RAF contra la sociedad alemana a la que esta banda ultraizquierdista quiso humillar y someter. El lema de Schmidt fue «ni un paso atrás». Siempre. Aunque le costara la muerte de muchos policías y de nada menos que del jefe de la patronal, Hans Martin Schleyer; el principal banquero del país, Jürgen Ponto, y el fiscal general, Siegfried Buback, algunos amigos personales suyos. Schmidt ordenó el asalto del avión «Landshut» en el aeropuerto somalí de Mogadisio, secuestrado por terroristas que exigían la liberación de cómplices. Los 86 pasajeros fueron rescatados ilesos. El piloto fue asesinado por los terroristas. Tres terroristas murieron.
Si Schmidt nunca aceptó chantajes del terrorismo, tampoco lo hizo con los procedentes del exterior que intentó ejercer Moscú contra Alemania. Pese a todas las movilizaciones en contra de su persona, tachado de lacayo de EE.UU., belicista e incluso fascista por manifestaciones de biempensantes, organizaciones controladas por la URSS, incluso parte de su partido, Schmidt impuso la aprobación de la Doble Decisión de la OTAN. Esta medida trajo consigo el reequilibrio del armamento nuclear en Europa después del rearme soviético. Frustró la última gran operación de Moscú para dividir la Alianza Atlántica. Sí, Schmidt era tan anticomunista como antinazi. Como buen socialdemócrata. Siempre fue un enemigo de todos los totalitarismos y de todo izquierdismo frentepopulista. Y un defensor acérrimo de la ley. Y de la obligación del Estado de Derecho a defenderse. Schmidt, la autoridad moral. Nada hay más lejano a lo que en España osa ahora llamarse socialdemócrata.
ABC - Opinión
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