Pocas veces se ha visto una presidencia tan superada por las decisiones que tomaban los grandes países, en ocasiones sobre asuntos que afectaban a los intereses españoles.

EL presidente del Gobierno acusó a los eurodiputados que ayer lo criticaban durante el debate de balance de su presidencia europea en Estrasburgo de pensar en clave española, cuando, con su discurso, fue precisamente Rodríguez Zapatero quien convirtió el resumen de su gestión al frente de la presidencia de turno de la UE en un monólogo destinado a preservar su imagen ante la opinión pública española. No debería extrañar, por tanto, que todos los grupos políticos de la Cámara —con la natural excepción del socialista— le hayan criticado sin contemplaciones. El Partido Popular Europeo fue, incluso, relativamente condescendiente, sobre todo si su actitud se compara con los discursos de los representantes de los liberales, los conservadores británicos, los verdes o la Izquierda Unitaria. Rodríguez Zapatero se quedó solo a la hora de defender una gestión que, si bien era difícil, porque estrenaba el nuevo formato institucional, ha sido generalmente percibida como una gesticulación hueca y estéril.
A Rodríguez Zapatero le ha correspondido llevar las riendas de la UE en un momento en que no era posible ocultar que su Gobierno estaba lejos de controlar el deterioro de la economía española, lo que hacía difícil que su posición fuera creíble en Europa. Sus repetidas alusiones a la defensa del método comunitario no pueden ser percibidas como una declaración de europeísmo ferviente y consciente, sino como la justificación de su impotencia para llevar a cabo su papel, que era precisamente el de la coordinación de la política intergubernamental. Pocas veces se ha visto una presidencia tan abiertamente superada por las decisiones que tomaban los grandes países, en ocasiones sobre asuntos que afectaban directamente a los intereses españoles. Y más extraordinario aún ha resultado que esa intervención exterior haya sido la que ha contribuido a frenar en parte el deterioro de las posiciones españolas en los mercados internacionales.
El presidente del Gobierno no puede negar que la llegada de la presidencia belga representa un gran alivio, y no tanto por la carga de trabajo —algo que han manejado los funcionarios españoles de forma impecablemente profesional, como en anteriores ocasiones—, sino porque ya era imposible seguir disimulando la ausencia de ideas, la falta de liderazgo y de capacidad para entender los problemas a los que se enfrenta Europa y que en España han sido precisamente causados por su desastrosa gestión.
El presidente del Gobierno no puede negar que la llegada de la presidencia belga representa un gran alivio, y no tanto por la carga de trabajo —algo que han manejado los funcionarios españoles de forma impecablemente profesional, como en anteriores ocasiones—, sino porque ya era imposible seguir disimulando la ausencia de ideas, la falta de liderazgo y de capacidad para entender los problemas a los que se enfrenta Europa y que en España han sido precisamente causados por su desastrosa gestión.
ABC - Editorial
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