UGT y CC.OO. deberían reflexionar sobre la desafección notoria de un sector muy amplio de las clases trabajadoras hacia sus teóricos representantes.
DE acuerdo con la Constitución, los sindicatos son un elemento básico del Estado social y democrático de derecho en tanto que contribuyen a la defensa de los intereses que le son propios. Así pues, se trata de una institución esencial para encauzar las reivindicaciones legítimas de los trabajadores en una sociedad dinámica y desarrollada. Aquí y ahora, la opinión pública exige a los sindicatos que cumplan de forma adecuada sus funciones, sin someterse a las conveniencias de los partidos más o menos afines. Por ello, muchos ciudadanos muestran perplejidad e indignación ante la desviación intolerable con respecto a estas reglas básicas por parte de UGT y CC.OO. En efecto, lo mismo que un sector de la clase política se distancia de las preocupaciones de los ciudadanos, es fácil percibir que algunos dirigentes sindicales dan prioridad al interés particular de la organización sobre la defensa objetiva de los trabajadores.
Unos y otros han sido cómplices de Rodríguez Zapatero durante demasiado tiempo, contribuyendo a una política económica errática que ha disparado el paro hasta niveles inaceptables. En las negociaciones sobre la imprescindible reforma del mercado laboral, Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo han mostrado actitudes inflexibles, propias de ideologías trasnochadas y de una concepción de sindicato como gestor de privilegios ya consolidados. Cuando el Ejecutivo —forzado por la situación de emergencia— aprueba el decreto ley de reforma, los líderes sindicales mueven ficha con sospechosa lentitud mediante la convocatoria de una huelga general a medio plazo.
Por ahora, las amenazas de romper la paz social solo se concretan en la huelga salvaje desarrollada en el Metro de Madrid que se dirige políticamente contra un gobierno del PP. Así las cosas, UGT y CC.OO. deberían reflexionar sobre la desafección notoria de un sector muy amplio de las clases trabajadoras hacia sus teóricos representantes. Así lo ponen de manifiesto la asistencia muy reducida a las manifestaciones que convocan, el fracaso sin paliativos de la huelga en el sector público o las críticas en voz alta a la función de los «liberados» sindicales, cada vez más alejados del ámbito diario en que desarrollan su labor muchos millones de trabajadores y, por supuesto, de los parados que carecen de expectativas a corto plazo. Los sindicatos no son correo de transmisión de los partidos políticos ni agentes de unos intereses parciales, sino organizaciones con una larga trayectoria histórica que deberían estar a la altura de las circunstancias para contribuir a encauzar esta grave crisis económica.
Por ahora, las amenazas de romper la paz social solo se concretan en la huelga salvaje desarrollada en el Metro de Madrid que se dirige políticamente contra un gobierno del PP. Así las cosas, UGT y CC.OO. deberían reflexionar sobre la desafección notoria de un sector muy amplio de las clases trabajadoras hacia sus teóricos representantes. Así lo ponen de manifiesto la asistencia muy reducida a las manifestaciones que convocan, el fracaso sin paliativos de la huelga en el sector público o las críticas en voz alta a la función de los «liberados» sindicales, cada vez más alejados del ámbito diario en que desarrollan su labor muchos millones de trabajadores y, por supuesto, de los parados que carecen de expectativas a corto plazo. Los sindicatos no son correo de transmisión de los partidos políticos ni agentes de unos intereses parciales, sino organizaciones con una larga trayectoria histórica que deberían estar a la altura de las circunstancias para contribuir a encauzar esta grave crisis económica.
ABC - Editorial
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