A estas alturas de la lucha contra el terrorismo, sorprenden todavía las interpretaciones simplistas y optimistas sobre los comunicados o los silencios de ETA. De la lectura de unas líneas por parte de tres encapuchados en el homenaje al terrorista Jon Anza en la plaza del Ayuntamiento de Ciboure (Francia), hay quien se ha apresurado a concluir la imagen falsa de que algo está cambiando en el seno de la banda. Como en otras ocasiones, entran en juego los mismos intereses opacos que justificaron en su día las negociaciones con ETA y que, todavía hoy, alientan para un desenlace dialogado. Cuando los encapuchados de Ciboure hablaron de que «Euskal Herria está a las puertas de vivir un periodo de cambio, para poder recuperar su propia voz» o de la necesidad de «deponer la amenaza de las armas» para «superar el conflicto político y armado, por vías justas y democráticas», repitieron una retórica conocida y superada. En realidad, no hubo compromiso alguno, sino que establecieron una relación de igual a igual con España y Francia. Fueron más ellos mismos cuando reivindicaron el asesinato y amenazaron con que los «caídos no han dado su vida para que continúe la imposición». La banda fijó sus condiciones, sus exigencias políticas para dejar de matar. ¿Dónde está, por tanto, el cambio? ¿Qué novedad contiene un mensaje que, por lo demás, es una repetición del lenguaje retorcido de siempre? No hay catarsis a la vista ni indicio alguno que nos permita atisbar la entrega de las armas y la rendición, que son los objetivos principales de la política antiterrorista.
El próximo viernes 30 de julio se cumplirá un año del último atentado mortal de ETA en España, que les costó la vida a dos guardias civiles en Mallorca. Esos 365 días sin víctimas han sido posibles no por la voluntad de los terroristas, sino por la eficacia de las Fuerzas de Seguridad y la cooperación internacional. En este tiempo, la banda lo ha seguido intentado con una enfermiza determinación, pero las reiteradas operaciones policiales la han debilitado y acorralado. La eficacia policial y la contundencia judicial han sido las claves de una estrategia que ha funcionado y que ha demostrado un resultado decisivo. Sin duda, hoy el escenario del combate contra ETA es infinitamente mejor que el que deparó la estrategia de la negociación con la banda. Hoy, la unidad política, el respaldo y el respeto de las víctimas, y el compromiso de la Justicia son puntales que el diálogo condicionó en una disparatada pretensión que acabó con la voladura de la T-4. Por ello, el mal denominado «proceso de paz» no fue un gran acierto político ni sembró una solución definitiva al terrorismo. Fue la estrategia marcada por distintos gobiernos, y especialmente la diseñada por el presidido por José María Aznar, la que arrinconó hasta asfixiar a la banda y empujarla a una situación crítica. Hay que aprender de las experiencias pasadas, de los aciertos y de los errores para no tomar atajos que prolonguen el camino del sacrificio. El éxito pasa por no variar un milímetro la actual política promovida por Gobierno y PP, por el respeto a las víctimas y por sacar a ETA de las instituciones.
La Razón - Editorial
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