El maná de los políticos catalanes resulta inapreciable para quienes ocupan su tiempo en capear el temporal.
Presidente, perdamos las elecciones, pero respetemos las leyes. Perdamos el poder, pero ganemos honra y dignidad.
La política catalana, que no Cataluña, anda entretenida con el Estatuto. El agravio, un estado para vivir como otro cualquiera, resulta ser un alimento espiritual en el que algunos viven cómodos. Ideas pocas; ocurrencias, muchas. Pero la retahíla de que no nos dejan ser lo que queremos les funciona. El maná del que comen los políticos catalanes resulta inapreciable para las familias catalanas que ocupan su tiempo en capear el temporal. No creo que aquellas casas en las que todos están parados anden deprimidas porque España no les deja ser una nación. No escucho las demandas nacionales de parados de larga duración o de licenciados que no encuentran trabajo.
La política catalana, que no Cataluña, anda entretenida con el Estatuto. El agravio, un estado para vivir como otro cualquiera, resulta ser un alimento espiritual en el que algunos viven cómodos. Ideas pocas; ocurrencias, muchas. Pero la retahíla de que no nos dejan ser lo que queremos les funciona. El maná del que comen los políticos catalanes resulta inapreciable para las familias catalanas que ocupan su tiempo en capear el temporal. No creo que aquellas casas en las que todos están parados anden deprimidas porque España no les deja ser una nación. No escucho las demandas nacionales de parados de larga duración o de licenciados que no encuentran trabajo.
Este y no otro es el verdadero estado de la Nación española, y para que no se enfade nadie, también el de la catalana. No caben más mentiras. Es imposible que los que mandan allí y los que aguantan aquí demuestren con más elocuencia hasta qué punto su trabajo es prescindible. Por eso hacen gracias, y vuelven a escenificar el sainete de la política con verdadera devoción. A ver, que dice Artur Mas que Montilla es el monaguillo de Zapatero. Bien. A ver, que el independentista Puigcercos asegura que «a diferencia de hace treinta años, ya no hay riesgo de una represión militar». Ya ven, Puigcercos es muy ocurrente porque, aunque habla sin demostrar lo que dice, no repara en que la militar no es la única forma de reprimir a un pueblo. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Razón lleva Martín Ferrand cuando decía ayer que Cataluña se va acatetando. De «cateto», se entiende, ¿verdad, don Manuel?
Acatetados reparamos en que Zapatero lleva diez años al frente del PSOE, y seis en La Moncloa. El hombre enérgico del talante y buen rollo entre españoles ha degenerado en un político lábil al que la división siempre le da una oportunidad. Cuentan que golpeado por la realidad de la crisis algunas noches no duerme. Vaya por Dios. El sueño se lo quita la crisis, pero no que España sea un lugar en el que las leyes, empezando por su presidente, no se cumplan. Ahí están él y su monaguillo catalán, a ver cómo la sentencia termina diciendo lo que no dice y no quiere decir. Elige el camino fácil, el del pacto que le haga mantenerse en el poder. Me gustaría verlo rodeados de seres críticos y respetuosos con la ley que le digan: dignidad. Pero está rodeado de monaguillos. Montilla no es el único. En el PSOE hay unos cuantos que escapan del cara a cara y le envían mensajes en los periódicos. Quizás el más destacado sea Rodríguez Ibarra, que asegura ahora «que la cohesión nacional debe ser una competencia que jamás un Gobierno español debe perder». Cómo han de estar las cosas para que semejante obviedad resulte hoy un ejercicio de valentía. O un vulgar juego de monaguillos.
Acatetados reparamos en que Zapatero lleva diez años al frente del PSOE, y seis en La Moncloa. El hombre enérgico del talante y buen rollo entre españoles ha degenerado en un político lábil al que la división siempre le da una oportunidad. Cuentan que golpeado por la realidad de la crisis algunas noches no duerme. Vaya por Dios. El sueño se lo quita la crisis, pero no que España sea un lugar en el que las leyes, empezando por su presidente, no se cumplan. Ahí están él y su monaguillo catalán, a ver cómo la sentencia termina diciendo lo que no dice y no quiere decir. Elige el camino fácil, el del pacto que le haga mantenerse en el poder. Me gustaría verlo rodeados de seres críticos y respetuosos con la ley que le digan: dignidad. Pero está rodeado de monaguillos. Montilla no es el único. En el PSOE hay unos cuantos que escapan del cara a cara y le envían mensajes en los periódicos. Quizás el más destacado sea Rodríguez Ibarra, que asegura ahora «que la cohesión nacional debe ser una competencia que jamás un Gobierno español debe perder». Cómo han de estar las cosas para que semejante obviedad resulte hoy un ejercicio de valentía. O un vulgar juego de monaguillos.
ABC - Opinión
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