El problema reside en que los dos grandes líderes españoles, los que deciden hasta los nombres del TC están cruzados.
SANTA Bárbara y Lord Acton, cada cual en su estilo y en su reino, son buenos para recordarles cuando truena. La primera suele venírsenos a la memoria de los artilleros el cuatro de diciembre, su trono en el santoral, y el segundo cuando la vida parlamentaria se obstruye por la rigidez de las posturas de quienes la protagonizan. El verdadero autor del aforismo con más padres entre todos los que integran los dichos políticos al uso —«El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente»— dejó escrito que «el objetivo de la minoría en la oposición es expulsar a la mayoría del poder y el de la mayoría es mantener su dominio sobre la oposición». Tomando como reglamento tan sabio y viejo principio, debemos reconocer que, en el Debate sobre el estado de la Nación, los dos grandes partidos cumplieron con su función canónica. Ahora bien, concluida la función, ¿cabe sacar alguna conclusión de aplicación práctica?
Según Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero no está en condiciones de gobernar y lo que debiera, para bien servir a España, es «disolver el Parlamento y convocar elecciones anticipadas». A tan platónica y vaporosa solicitud, tan legítima como inane, respondió el presidente del Gobierno provocando a su principal oponente a presentar una moción de censura, pero «para eso hay que tener un programa y el valor de explicarlo». El problema reside en que los dos grandes líderes españoles, los que en función del exceso partitocrático deciden a pachas quién es el alcalde de Albacete, el presidente de Aragón, los diputados y senadores que mayoritariamente pueblan las dos Cámaras y hasta los nombres del CGPJ y el TC, están cruzados. Rajoy parece mejor dotado para ejercer la presidencia y Zapatero para encabezar la oposición, pero no fue eso lo que sentenciamos los ciudadanos en las últimas legislativas y, en eso no le falta razón a Zapatero, la moción es el camino para un nuevo reparto de papeles.
Cuando a Rajoy se le menta la hipótesis de una moción de censura, crispa el gesto como lo hacía la niña de El exorcista, pero ese es el camino reglamentario para expulsar a Zapatero de La Moncloa antes de las próximas legislativas. Es más, aún en la seguridad de salir escaldado del intento, entra en la responsabilidad del líder de la oposición el hacernos saber, con detalles, su plan alternativo. Zapatero no merece la confianza de Rajoy; pero, ¿cuál es el proyecto concreto de Rajoy para que los demás le otorguemos la nuestra? Mientras no se cumpla ese trámite, o lleguemos al otoño de 2012, el PSOE estará en su derecho de «mantener el dominio» sobre la oposición.
Cuando a Rajoy se le menta la hipótesis de una moción de censura, crispa el gesto como lo hacía la niña de El exorcista, pero ese es el camino reglamentario para expulsar a Zapatero de La Moncloa antes de las próximas legislativas. Es más, aún en la seguridad de salir escaldado del intento, entra en la responsabilidad del líder de la oposición el hacernos saber, con detalles, su plan alternativo. Zapatero no merece la confianza de Rajoy; pero, ¿cuál es el proyecto concreto de Rajoy para que los demás le otorguemos la nuestra? Mientras no se cumpla ese trámite, o lleguemos al otoño de 2012, el PSOE estará en su derecho de «mantener el dominio» sobre la oposición.
ABC - Opinión
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