La recuperación es muy frágil, tan frágil que se puede abortar en cualquier momento si no se toman las medidas adecuadas.
LAS reuniones del G-20 —países ricos y países que aspiran a serlo— siempre me han parecido las de los ratones frente al gato. El gato, en esta ocasión, es la crisis, a la que hay que poner un cascabel para que no nos pille otra vez con estos pelos. En eso están de acuerdo todos. Pero ¿cómo y quién se lo pone? Hay casi tantas fórmulas como participantes, al estar cada uno en un nivel distinto de desarrollo y en una etapa diferente de la crisis. Algunos, como Alemania, llevan dos años combatiéndola, otros, como España, acaban de empezar a hacerlo. También difieren en capacidad y en mentalidad, con unos gozando de un capital productivo considerable y otros, poco menos que emergiendo del subdesarrollo.
También la actitud pesa: hay los optimistas por naturaleza, al haber salido de todas sus crisis históricas —como los norteamericanos— y los hay pesimistas viscerales, como los alemanes, lastrados por el recuerdo de todo tipo de tragedias. Ante tal diversidad, encontrar una fórmula común a todos ellos resulta imposible. En lo único que coinciden es en que no hay una fórmula mágica para salir de la crisis. El último que creía en ella era Zapatero, pero los números y los demás le han obligado a retractarse. No hay salida cómoda de la crisis y el secretario del Tesoro norteamericano, Geithner, volvió a recordárselo al citar a Grecia y España como países «que necesitan tomar medidas rápidas para tranquilizar a los mercados». Zapatero se apresuró a enumerar las próximas: la reforma de las cajas de ahorro, que afectará a 39 de las 45 entidades existentes, con una reducción del 25 por ciento de las oficinas y el 15 por ciento del personal. Seguirá el reajuste de las pensiones porque, de no hacer nada, en 2050 habrá nueve jubilados por diez trabajadores. Algo imposible de mantener. La crisis ha llegado de verdad a España.
«La recuperación es muy frágil», advierten todos en Toronto. Tan frágil que puede abortar en cualquier momento si no se toman las medidas adecuadas. Pero tampoco hay acuerdo sobre ellas. Los norteamericanos sostienen que es hora de activar el crecimiento con inversiones y facilidades fiscales. Los europeos piensan que conviene seguir prestando más atención al déficit y al saneamiento de las cuentas públicas. Y aunque ambos estaban de acuerdo en imponer una tasa a los bancos y a las transacciones financieras, se han encontrado con la rotunda negativa de los países emergentes. Ante lo que el G-20 no ha tenido más remedio que permitir a cada país hacer lo que crea oportuno según su situación económica. Y lo que le impongan los mercados, que son los que tienen la última palabra. O sea, el verdadero gato. Que sigue sin cascabel.
«La recuperación es muy frágil», advierten todos en Toronto. Tan frágil que puede abortar en cualquier momento si no se toman las medidas adecuadas. Pero tampoco hay acuerdo sobre ellas. Los norteamericanos sostienen que es hora de activar el crecimiento con inversiones y facilidades fiscales. Los europeos piensan que conviene seguir prestando más atención al déficit y al saneamiento de las cuentas públicas. Y aunque ambos estaban de acuerdo en imponer una tasa a los bancos y a las transacciones financieras, se han encontrado con la rotunda negativa de los países emergentes. Ante lo que el G-20 no ha tenido más remedio que permitir a cada país hacer lo que crea oportuno según su situación económica. Y lo que le impongan los mercados, que son los que tienen la última palabra. O sea, el verdadero gato. Que sigue sin cascabel.
ABC - Opinión
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