jueves, 6 de mayo de 2010

Una tortilla sin huevos. Por M. Martín Ferrand

ESTA España nuestra siempre, desde antes de que los Reyes Católicos llegaran a Granada, fue procelosa para sus vecinos y difícil para sus gobernantes.

Más ahora, cuando la Constitución permite, en la mayoría de las circunstancias, multiplicar por diecisiete la complejidad de los problemas cotidianos y, peor todavía, también la del acuerdo sobre sus soluciones. De ahí la importancia de la visita que Mariano Rajoy, atendiendo a la invitación de José Luis Rodríguez Zapatero, cursó ayer a La Moncloa, ese chaletito a las afueras de Madrid que tanto suele empañar la mirada de sus inquilinos y, por lo general, acelerador de sus potenciales complejos de superioridad y/o inferioridad.

Después de año y medio de desprecios mutuos, buscados aislamientos e irresponsables silencios compartidos, Zapatero y Rajoy se vieron las caras, a solas, para tratar de alcanzar algún acuerdo que, básicamente, alivie el peso de la responsabilidad que le corresponde al Gobierno.


En ese sentido, y contra pronóstico, la reunión fue un éxito. Los dos grandes partidos nacionales comparten los parámetros de la ayuda a Grecia que, si Zeus no anda distraído, puede enmendar la catástrofe que la socialdemocracia ha instalado en la patria de la democracia. Bueno es también que los líderes compartan la urgencia de reconducir el sistema financiero, especialmente la mitad que gestionan las Cajas, y que hayan pactado, con fecha límite y todo, un plazo de actuación.

Habría que preguntarle a sus maestros escolares y a sus profesores universitarios; pero, visto lo visto, Zapatero parece lento de percepción. A juzgar por sus comparecencias -mejor, apariciones- posteriores al encuentro monclovita, Rajoy volvió a decirle al responsable del Ejecutivo lo de siempre, desde la necesidad de reducir el gasto público y el déficit a la de reformar en profundidad el mercado laboral, y Zapatero volvió a salirse por la tangente mientras, tras el atril, movía las piernas como un boxeador acorralado y hacía bailar sus ojos como Marujita Díaz en sus mejores tiempos. Sigue viendo, como quien tiene visiones, «datos positivos» de recuperación económica y sanear las Cajas -privatizarlas- ya es un esfuerzo supremo para quien, hipnotizado por el Estado de bienestar, no quiere ver la realidad. Una tortilla sin huevos aleja el riesgo de la salmonelosis, pero no es tortilla tal y como no son Gobierno los «agentes sociales».


ABC - Opinión

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