jueves, 6 de mayo de 2010

La Acrópolis y el «caso Zapatero». Por Valentí Puig

INTENTÁBAMOS subrayar las diferencias entre el caso de España y el desplome griego, pero resulta que una extraña coalición de catastrofistas y de incompetentes prefiere aumentar al máximo las equivalencias.

Las pancartas del sindicalismo comunista griego a la sombra de la Acrópolis van a coincidir con la apertura de los colegios electorales británicos, a pocas horas de que Zapatero y Rajoy desarruguen sus chaquetas después de haber estado hablando en el tresillo modular de La Moncloa. Está de los nervios la eurozona y los mercados de deuda no controlan tanta taquicardia.

A propósito de las elecciones generales de hoy, en el chiste de un clásico tabloide londinense un viejo matrimonio mira la televisión con el perro a sus pies: «Todavía no puedo decidir que partido político me disgusta menos». Esa es la historia doméstica de la Europa del Tratado de Lisboa en la penúltima curva de la recesión. Entre la Acrópolis y las urnas británicas, es difícil identificar alguna ilusión política.


El gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, ha dicho estos días algo que puede hacerse extensivo a casi toda Europa, y concretamente a España, sin duda. Sostiene que las medidas de austeridad necesarias para afrontar el problema del déficit británico serían tan impopulares que quien gane las elecciones no volvería a tener el poder en toda una generación. Es el precio de la austeridad fiscal, un alto precio político. Claro que más sangre, sudor y lágrimas va a costarles a los contribuyentes.

En España los informes de Funcas reiteran que la reforma más urgente es la reducción del déficit público. Ha llegado la hora de despertar del sueño, dice Funcas. Eso le coge a Rodríguez Zapatero algo soñoliento, a pesar de que los mercados bursátiles ya le hayan dado varios sustos. No hay indicios de que después de su encuentro de ayer con Mariano Rajoy vaya a cambiar de comportamiento presupuestario. Tal vez calcula seguir gobernando una legislatura más, después de haber logrado surfear la recesión y conducido las vacas flacas hasta el establo en el que engorden de modo suficiente antes de las elecciones generales. Característicamente, no advierte que el tiempo se le ha acabado. Lo dice el reloj de los mercados financieros. ¿Cómo llegar así al Consejo de Ministros que a finales de septiembre tiene que aprobar del proyecto de ley de los Presupuestos Generales?

Con un 20 por ciento de la ciudadanía en paro, a Zapatero le quedan escasísimas oportunidades para convencer a los mercados. Ayer fue una de esas oportunidades, pero más bien parece que va a esperar, demorar el tiempo de las decisiones, ir perdiendo credibilidad a chorro. De consolidarse los elementos de salida de la recesión que el Gobierno anuncia, no había mejor ocasión para lanzar una estrategia de recuperación a fondo, complementando la reforma del sistema financiero con la reforma laboral y, sobre todo, con un plan de choque contra el déficit público.

Seguir culpabilizando a las agencias de calificación y a los especuladores anglosajones es un mensaje que ya no llega a una sociedad atribulada por el paro y la deuda. Es cierto: son agencias que se han equivocado a menudo, que se han engañado y que han cometido errores notorios de imprevisión, pero -como dice incluso «Le Monde»- no son procesos por brujería lo que hace falta en la eurozona, sino medidas urgentes para su gobernación y sus estructuras. Eso en la Acrópolis, en las verdes campiñas de Kent -todavía sin euro- y a lo largo y ancho de la España de Zapatero.


ABC - Opinión

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