jueves, 6 de mayo de 2010

Pantomima. Por Ignacio Camacho

NO comparecieron juntos porque ellos mismos debieron de entender que no valía la pena solemnizar un acuerdo tan magro.

El rescate de Grecia lo impone el Eurogrupo y las fusiones de cajas son un asunto de mero sentido común que no debería necesitar una cumbre. En lo demás, la discrepancia es tan evidente que empieza por la propia percepción de la crisis; Zapatero insistió en su empecinado optimismo y trató de vender los mínimos síntomas de recuperación que habían quedado solapados por la tormenta financiera del martes. No considera necesario un ajuste fuerte y presenta el déficit como una opción ideológica. En ese marco de principios no hay entendimiento posible. Rajoy continúa pensando, como la mayoría de sus votantes y cada vez más de los de su adversario, que el principal obstáculo para salir de la recesión es la propia política del presidente.

La reunión de ayer fue diseñada en un contexto diferente y con una previsión distinta. Zapatero pensaba en una semana triunfal tras el mal trago de la EPA y el susto de las agencias de rating. Quería sacar pecho, en el Congreso y en Bruselas, con un leve repunte del empleo, el consumo y la productividad, y llamó a Rajoy para apuntalar luego un pactito sobre la reforma de las cajas. Sucedió que el martes se le desmoronó el horizonte: en Europa le apretaron las tuercas, Angela Merkel deslizó dudas sobre la solvencia española, la prensa extranjera le dio un vapuleo y la Bolsa se hundió en un marasmo de huidas. De pronto, la cita se convirtió en un balón de oxígeno a la credibilidad del país frente al contagio griego. Pero para eso no había agenda; no la puede haber porque no existe un solo punto de aquiescencia. Sólo valía la foto y una trivial escenografía de cordialidad.

Eso es lo que hubo. Eso es lo que hay. Todo sigue igual: una enorme desconfianza mutua y una glacial lejanía en las recetas socioeconómicas. Zapatero no cree en el ajuste; lo ha negado demasiadas veces y con demasiado énfasis para reclamar ahora credibilidad en un proceso que rechaza por prejuicios ideológicos. Detesta los sacrificios, las políticas antipáticas. La oposición, los expertos y los mercados temen que si el Gobierno no toma medidas, las tome Europa bajo la presión del precedente helénico. Pero el presidente no acepta la evidencia: se empeña en hablar de recuperación aferrado a unos datos provisionales de raquítico optimismo. De Grecia no teme tanto la quiebra como la truculenta protesta social, sin entender que las revueltas son consecuencia de la falta de reformas a tiempo. Y se aferra a los paliativos indoloros, los mantas sostenibles y demás cháchara líquida.
Cuando terminó de hablar Rajoy, la Bolsa bajaba un punto; cuando acabó Zapatero, dos. Al final perdió 2,27. Cayeron el Ibex, la deuda y el euro. El mercado no se creyó la pantomima. La ciudadanía, probablemente, tampoco.


ABC - Opinión

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