domingo, 23 de mayo de 2010

Sobre dónde acaba la opinión y empiezan los insultos. Por Federico Quevedo

El pasado jueves en uno de los comentarios del foro de este Dos Palabras, un lector me reprochaba que había metido la pata respecto de las intenciones del Gobierno sobre la subida de impuestos. En el artículo expresaba mi idea de que el Ejecutivo podría terminar por hacer descansar su amenaza a las rentas más altas sobre las clases medias vía IRPF. A eso del medio día, una filtración del propio Gobierno o de una parte del mismo, limitaba el alcance de la medida de subida de impuestos a los más ricos a la recuperación del extinto Impuesto del Patrimonio, para aquellos contribuyentes con un patrimonio superior al millón de euros -en algunos medios se situaba esa cantidad en dos millones de euros-, lo cual, obviamente, desmentía mi impresión de que, al final, Rodríguez castigaría a las clases medias. Solo un par de horas después de esa filtración, desde otro ámbito del Gobierno se desmentía que se fuera a tomar esa medida y se apuntaba a la posibilidad de aplicar un nuevo tramo del 48% en el IRPF para rentas superiores a los 150.000 euros, lo cual se acercaba ya un poco más a mi idea inicial, teniendo en cuenta que tampoco descartaba en mi artículo que el Gobierno pudiera hacer uso del Impuesto del Patrimonio. Al final, el asunto se ha quedado en que Rodríguez ha enfriado el ímpetu inicial de los suyos, convencido probablemente por los sectores más técnicos de su Gobierno.

Por supuesto, el mencionado forero que tan escandalosamente me echaba en cara, en medio de una cascada de improperios, mi supuesta equivocación, no se ha disculpado, pero empiezo ya a estar acostumbrado a que me insulten y nadie se disculpe por hacerlo. Comprendo que con la que está cayendo y con las desastrosas perspectivas que tiene la izquierda de mantener el poder o, ni siquiera, obtener un resultado aceptable en las elecciones, los más radicales y talibanes del progresismo recurran al único argumento que conocen: el de la descalificación. Pero, verán, lo cierto es que en el seno del Gobierno ha habido un intenso debate sobre esto de la subida de impuestos, y una parte de los miembros del Ejecutivo era, y es, partidaria de una medida ejemplarizante, yo diría que vengativa, contra quienes según la versión oficial de los hechos serían los culpables de la crisis y, por lo tanto, de que el Gobierno se haya visto en la tesitura de tener que aplicar el mayor recorte del gasto social de la democracia. Por el contrario, otra parte del Gobierno, sin embargo, tiene una visión más economicista y es consciente de que esa medida ejemplarizante o vengativa tendría, sin embargo, muy poca rentabilidad en términos de liquidez, razón por la que defiende que, aun siendo más impopular, una subida de impuestos aplicada al IRPF, es decir, a las rentas del trabajo, sería mucho más beneficiosa para el objetivo de reducción del déficit.

«El Gobierno es plenamente consciente de que ha tirado por la borda cualquier posibilidad de ganar las elecciones.»

El debate fue muy intenso en el Consejo de Ministros del pasado jueves. El Gobierno es plenamente consciente de que ha tirado por la borda cualquier posibilidad de ganar las elecciones y de que no le queda más remedio que hacer ahora lo que durante todo este tiempo ha negado como necesario, con las consecuencias que tiene el poner en práctica la política de ajuste tarde, y mal. Contar todo esto, escribirlo, poner negro sobre blanco una opinión crítica en un momento en el que nos estamos jugando el futuro de nuestro país y en el que algunos pensamos que para evitar lo peor es necesario ir a unas elecciones generales y cambiar de Gobierno, no debería provocar como provoca las iras de la izquierda, hasta el punto de recurrir permanentemente al insulto y a la provocación. Miren, los periodistas podemos equivocarnos, incluso a veces podemos excedernos en nuestra crítica, no o dudo, y si es así desde luego seré el primero en pedir disculpas a quienes se hayan sentido ofendidos por cualquier cosa que haya podido decir o escribir, pero ha llegado un momento, se dan unas circunstancias en nuestro país en las que no es de recibo el nivel de ataque y de coacción al que la izquierda pretende someter a todo aquel que no se subyuga al pensamiento único. No porque, insisto, lo que nos estamos jugando es mucho, y es tan evidente que este país necesita un cambio para no perder el paso del progreso y de la modernidad y no hundirse en la peor crisis de nuestra Historia, que todo lo que se haga para evitarlo tendrá y tiene un peligroso componente antidemocrático.

Y lo cierto es que hoy por hoy, en estos momentos que son graves y yo diría que de emergencia nacional, y a pesar de los avisos y de las advertencias, por desgracia la izquierda sigue jugando a ese juego peligroso de evitar perder a cualquier coste, y ya sabemos que consecuencias tiene esa actitud, porque las vimos el 11 de marzo de 2004. La responsabilidad de evitar que en una situación alarmante la izquierda se comporte desde esa posición totalitaria y antidemocrática a la que recurre cada vez que ve peligrar su hegemonía, es sin duda alguna de Rodríguez Zapatero. Es el presidente el que, en estos momentos, debería abandonar su habitual recurso al cortoplacismo y su actitud sectaria y adoptar la posición de responsabilidad que las circunstancias exigen, pero da la impresión de que es incapaz de hacerlo, de que vive atrapado por ese comportamiento sectario y excluyente del que ha hecho gala durante esta legislatura y media que lleva gobernando, y eso le vuelve incapaz de afrontar con generosidad y responsabilidad los difíciles momentos que atraviesa este país. Miren, escribir esto, decir esto, no es insultar a nadie ni descalificarlo, sino que es la constatación de una dolorosa realidad. La respuesta, sin embargo, de los sectores más radicales de la izquierda sigue siendo el insulto, es decir, el recurso de quienes han perdido la razón. Pero lo que este país necesita hoy es un esfuerzo común de todos los españoles para superar esta situación, y sólo será posible si la persona que alimenta las llamas del sectarismo y el resentimiento deja de estar al frente del Gobierno. Les guste, o no.


El Confidencial - Opinión

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